Constelaciones secretas

Como todos sabemos, tanto Enrique Vila-Matas como Cortázar se encuentran entre los admiradores de ese libro precursor del Posmodernismo, Tristram Shandy, la obra del genial Sterne. Vila-Matas escribió Historia abreviada de la literatura portátil inspirándose levemente en la figura del autor inglés para crear una especie de conspiración o secta literaria, llamada los shandys. Esta secta está formada por veintisiete genios extraños (como las letras del alfabeto) que viajan por todo el mundo. Los requisitos primordiales para formar parte de este minúsculo y volátil grupo son dos: que sus obras quepan en una sola maleta y que funcionen como una máquina soltera.

Una máquina soltera es también el Rayuel-o-Matic, artefacto increíble que ideó el propio Cortázar como máquina de lectura de Rayuela, y que aparece descrita por vez primera en La vuelta al día en ochenta mundos. En el mismo capítulo en el que nos presenta esta utilísima máquina Cortázar fantasea con la idea d

e que Duchamp conociese a Raymond Roussel en un barco imaginario camino de Buenos Aires y que ambos jugasen una partida de ajedrez. Duchamp es otro de los shandys de Vila-Matas y casualmente juega al ajedrez con Tristán Tzara en Historia abreviada de la literatura. Hay también una máquina ideada por Juan Esteban Fassio, por cierto, para leer Impresiones de África, de Roussel. ¿Estará ahora alguien inventado la máquina para leer las novelas de Vila-Matas?

Mientras escribo estas notas recuerdo que en su Dietario voluble Vila-Matas afirma haber visto a Duchamp jugando al ajedrez en el Café Melitón de Cadaqués. ¿Estaría en este café Raymond Roussel también? Es posible.

Faltaba añadir para ahondar más si cabe en los azares literarios de la constelación secreta de la literatura que también nombra Cortázar en su Vuelta al día… a César Vallejo, otro distinguido shandy vilamatiano. Cortázar, por su parte, hace un pequeño homenaje a Sterne cuando escribe su Rayuela y en La vuelta al día…  incluso lo nombra y lo emparenta con Lezama Lima y su Paradiso, otra novela shandyana y difusa que bucea en la memoria y juguetea con el lenguaje.

 

No sé si estos escritores tan distantes y distintos están emparentados o los he emparentado yo a través de conexiones rebuscadas. El caso es que, aunque tenue —como ocurre en las imaginarias constelaciones estelares, esas figuras que busca Perseo en Los premios— la línea que ata y da sentido a estos astros está ahí y yo efectivamente, la he logrado vislumbrar tras la bruma, por muy insensata que esta bruma sea.

Pedro Pujante

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