Poemas de Alfonsina Storni con Cristina Rota, María Botto, Nur Levi en «Van pasando mujeres»
Redacción ESCENA
Sala Mirador acoge la segunda parte del Ciclo de poesía y música. En esta ocasión, el ciclo estará dirigido por Cristina Rota, que ha escogido a la poetisa Alfonsina Storni, una de las voces esenciales de la poesía sudamericana, para traerla a la vida a través de las voces de María Botto, Nur Levi y ella misma. Alejandro Pelayo compone e interpreta una música creada especialmente para la ocasión. Inseparable e imprescindible fusión la de palabra y música, que se envuelven y entrelazan en una danza interminable.
Cristina Rota ha querido descubrirnos un espíritu indomable que nos deja testimonio de la lucha de una época y que revela los padecimientos del alma humana enmarañados dentro de las espinosas trampas y abusos del patriarcado. La directora indaga no sólo en su poesía, sino en el trabajo periodístico-literario de Storni. Aunque sus escritos tienen casi cien años, siguen vigentes aún en nuestros días y lanzan verdades que duelen y se clavan en nosotros como dardos, como si cien años no fueran nada.

Van pasando mujeres
Cada día que pasa, más dueña de mí misma,
sobre mí misma cierro mi mirada interior;
en medio de los seres la soledad me abisma.
Ya ni domino esclavos ni tolero señor.
Ahora van pasando mujeres a mi lado
cuyos ojos trascienden la divina ilusión.
El fácil paso llevan de un cuerpo aligerado:
se ve que poco o nada les pesa el corazón.
Algunas tienen ojos azules e inocentes;
van soñando embriagadas, los pasos al azar;
la claridad del cielo se aposenta en sus frentes
y como son muy finas se les oye soñar.
Sonrío a su belleza, tiemblo por sus sueños;
el fino tul de su alma, ¿quién lo recogerá?
Son pequeñas criaturas, mañana tendrán dueños,
y ella pedirá flores…, y él no comprenderá.
Les llevo una ventaja que place a mi conciencia:
los sueños que ellas tejen no los supe tejer,
y en mis manos ignorantes no perdí mi inocencia.
Como nunca la tuve, no la pude perder.
Nací yo sin blancura; pequeña todavía
el pequeño cerebro se puso a combinar;
cuenta mi pobre madre que, como comprendía,
yo aprendí temprano la ciencia de llorar.
Y el llanto fue la llama que secó mi blancura
en las raíces mismas del árbol sin brotar,
y el alma está candente de aquella quemadura.
¡Hierro al rojo mi vida! ¿Cómo pude durar?
Alma mía, la sola; tu limpieza, escondida
con orgullo sombrío, nadie la arrullará;
si en música divina fuera el alma dormida,
el alma, comprendiendo, no despertara ya.
Tengo sueño mujeres, tengo un sueño profundo.
Oh, humanos, en puntillas el paso deslizad;
mi corazón susurra: me haga silencio el mundo,
y mi alma musita fatigada: ¡callad!…