Democracia sin demos, de Catherine Colliot

Democracia sin demos

Catherine Colliot-Thélène

Traducción de Víctor Goldstein

Editorial Herder

Barcelona 2020     313 páginas

 

DEMOCRACIAS EN ENTREDICHO

 

Por Íñigo Linaje

 

Es un hecho evidente: de las más de un centenar de democracias que existen en el mundo en la actualidad, muchas no dejan de ser sucedáneos que han derivado en regímenes populistas o autocráticos. Este dato lo señalaba el historiador Santos Juliá en un artículo de prensa que publicó poco antes de morir: Una democracia en crisis.  En él venía a decir -entre otras cosas- que muchos de los procesos de democratización que, a partir de 1975, han tenido lugar en el mundo, no han sido tales y que, en un porcentaje muy alto, ocultan lo contario.

Fue Hegel, en la época ilustrada, quien enunció el axioma fundamental del derecho moderno: “Sé una persona y respeta a los demás como personas”. Las revoluciones que tuvieron lugar en los siglos XVIII y XIX, que asentaron la igualdad jurídica entre los hombres, culminaron unas transformaciones donde la relación entre éstos y el Estado quedaba sujeta al sometimiento de los primeros por parte del segundo. Esto lo explica -aseverando que hoy debemos renunciar a identificar democracia y pueblo- la ensayista alemana Catherine Colliot en Democracias sin demos, un libro publicado originalmente hace diez años y traducido ahora por la editorial Herder.

Hay muchas teorías -en el campo de la filosofía política- que afirman su escepticismo respecto a la práctica en las sociedades modernas de una “democracia pura”; esto es, al gobierno de pueblo, que es lo que significa etimológicamente la palabra latina. Una práctica que nuestros gobernantes circunscriben al derecho al sufragio y, por tanto, a la «capacidad» del ciudadano para elegir a sus representantes. Sin embargo, una democracia es un sistema donde -en teoría- el ciudadano toma parte activa en la vida pública: tanto en los debates sociales como en las decisiones que afectan a su comunidad, algo que no siempre sucede en nuestras sociedades. Bien es cierto que, en El contrato social, una de las obras fundacionales del pensamiento democrático, el propio Rousseau incurre en la ambigüedad, cosa que ratifica -según la profesora alemana- la imposibilidad de que esta “utopía” se materialice.

Catherine Colliot busca la matriz de la concepción moderna de los estados en el pensamiento de Kant y Rousseau. En ninguno de ellos -curiosamente- aparece el elemento nacionalista como componente idiosincrásico de un país, fenómeno presente hoy en muchos pueblos y naciones. Naciones plegadas a unos presupuestos identitarios que apelan a una “identidad diferente” y al uso de un lenguaje común o unas costumbres particulares. Todo ello basado en un orgullo patrio que lo mismo sirve de elemento cohesionador que de arma arrojadiza contra el extranjero.

Cuando se identifica al pueblo político con el pueblo constituido por el orden jurídico -afirma Colliot parafraseando a Kant- la resistencia al poder (a cualquier abuso de poder) es necesariamente ilegítima. Su ilegalidad -concluye la escritora alemana- constituye su ilegitimidad. El pueblo, como súbdito, no puede ser transformado en soberano de aquel al que está sometido. He ahí el debate que plantea este brillante ensayo.

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