‘Biofilia’, de Edward O. Wilson

Biofilia

Edward O. Wilson

Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara

Errata Naturae

Madrid, 2021

251 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

No hay otra sabiduría que no sea la que facilita la serenidad. El tema está en muchas religiones orientales, pero también en Marco Aurelio o en Montaigne. No existe ninguna posibilidad de sabiduría en el egoísmo, ninguna. Lo sabía Sócrates y lo sabía Bertrand Russel y Walt Whitman. Y es muy consciente de ello Edward O. Wilson (Alabama, 1929), uno de los grandes naturalistas de todos los tiempos, el entomólogo enamorado de las hormigas y de la evolución. Consciente de cuáles son sus puntos fuertes, que son sus veleidades, resume esta idea de sabiduría como si se tratara de dar carta de naturaleza a la compasión: “Somos, en su acepción más amplia, una especie biológica y encontraremos poco significado definitivo lejos del resto de la vida”.

En esta obra, en esta biofilia, intenta mostrarnos nuestras limitaciones y divulgar en qué consisten las aspiraciones más nobles, que son las más sanas para el individuo y para el planeta; nos explica que lo que no hemos logrado es comprender, pero que estamos en el buen sendero si lo que pretendemos es estar en el buen sendero, y nos demuestra que lo que nos neurotiza es creer que sí tenemos el control, que logramos dominar el mundo, es decir, la naturaleza del mundo. El neologismo biofilia se define como la tendencia innata a prestar atención a la vida y a los procesos naturales. El adjetivo, innata, no es baladí. Sólo entramos en armonía, en serenidad, si obedecemos a la materia de la que estamos hechos. Para indagar en ella, Wilson viaja al corazón de su asombro y nos demuestra que la capacidad de maravillarse, observando la vida, es mucho más grande que cualquier océano. En realidad, expone que el viaje del naturalista, que formaría parte de nuestra esencia innata, acaba de empezar. Sin embargo, cada día queda menos naturaleza que observar.

De ahí que termine con una reflexión acerca de la ética del conservacionista, unas páginas en las que escruta la emoción para luego pasar a analizarla. La emoción será aquello que recibamos, el impacto, a partir del cual se generará un sentimiento y, a través de la razón, un pensamiento que inevitablemente se refiera al futuro. Previamente, Wilson ha intentado asentar las bases de lo que somos en lo que atañe a nuestros vínculos naturales. Nos ha enfrentado a Darwin y a lo que supuso Darwin en su momento, a las dificultades, a la mentalidad, a la rigidez contraevolutiva. Nos ha acompañado a los misterios de las inteligencias animales y a las de los superanimales, como las colonias de hormigas. Ha indagado acerca de las diferencias y los campos comunes entre los científicos y los poetas –“el científico puede pensar como un poeta, pero los productos de su imaginación rara vez se conservan en su estado original”-, ha descrito el pensamiento analítico y el pensamiento sintético, y nos orienta por la figura del científico como descubridor –“la ciencia es todo lo que sabemos, por oposición a la filosofía, que es lo que no sabemos”. Nos expone el origen, o las hipótesis del origen de miedos y amores con ciertas especies animales, como la serpiente, y explica por qué buscamos reproducir el hábitat que resulta más natural en el hombre, las características de la sabana, que se corresponden a un idilio con el entorno.

Wilson vuelve a enfrentarnos con nuestros miedos, pero siempre sabiendo que existe una puerta abierta, por la que podemos salir, y que la salida depende del grupo y del individuo:

“No sería extraño que todos los problemas del ser humano proviniesen (…) del hecho de no saber qué somos y de no ponernos de acuerdo en lo que queremos ser. Es probable que esta deficiencia tan notable no se remedie hasta que tengamos un mayor conocimiento acerca de la diversidad de la vida que nos creó y que nos sustenta”.

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