‘Una mente prodigiosa’, la vida de John Nash por Sylvia Nasar

ANDRÉS G.MUGLIA.

Pocas veces un film ha sido tan poco fiel al libro en el que se basó como en el caso de Una mente brillante (que así se conoció en Latinoamérica) protagonizada por Russel Crowe y estrenada en el año 2001. No obstante, la película es muy buena y, paradójicamente, el libro de Nasar también lo es, pero por razones completamente diferentes. Me explico. Si de algo peca la versión cinematográfica del drama de John Nash, joven matemático estadounidense promesa de su generación que sufrió de esquizofrenia buena parte de su vida, es de simplificar ad absurdum la compleja historia de Nash. Es como una biografía de Nash para niños, pero que conserva a pesar de su simplificación la esencia del drama.

Por el contrario, el libro de Nasar, biografía no autorizada que se mantuvo por un buen tiempo entre los libros más vendidos de la lista del New York Times, revela la complejidad de la vida y la mente de Nash. Mientras que el film edulcora u omite detalles escabrosos de la personalidad y el proceder del genio, el libro se impone la tarea, a veces penosa para el lector que descubre que la persona sobre la que lee no le simpatiza, de mostrar todas las aristas más complejas de un hombre impredecible que más adelante se precipitó hacia la locura.

Nash era y se reveló desde muy temprano como el prototipo del genio. Aunque su genialidad residiera, de algún modo, en no seguir los cánones establecidos por el que otras mentes brillantes de su época (verbigracia su mentor Oppenheimer) obtenían sus resultados. Precisamente la genialidad de Nash residía en su forma inesperada de encarar los problemas de un modo que evoca al pensamiento lateral que tanto se ha popularizado en nuestros días. En los suyos, sus métodos y su forma de pensamiento, además de su personalidad extravagante, eran mirados con extrañeza por sus colegas, que a lo sumo lo toleraban sin lograr establecer una verdadera amistad con él.

Competitivo, ambicioso, muy consciente de su inteligencia, el joven Nash resultaba altanero y chocante. Estudiante brillante, muy pronto las principales universidades le ofrecieron becas como profesor e investigador, pero la que él más ambicionaba, Harvard, nunca lo llamó. Se conformó entonces con colocarse en Princeton, centro que por aquel entonces contaba con una plana de matemáticos e investigadores de enorme prestigio, entre ellos Einstein, y que acogió al extravagante Nash.

El libro de Nasar describe de un modo estimulante el mundo académico estadounidense de la posguerra. El modo en que los científicos disputaban sus becas, se insertaban en las diferentes universidades que se los disputaban como a estrellas del deporte, o trabajaban para un Departamento de Defensa norteamericano sediento de cerebros que le ayudaran a ponerse en ventaja en la naciente Guerra Fría. La vida en Princeton, la placidez y comodidad con que los matemáticos y físicos pasaban sus días enseñando e investigando en la universidad, a la sombra de la mirada paternal del mayor genio del siglo XX, Albert Einstein, que hacía sus paseos por los campos de Nueva Jersey como un mito viviente que los estudiantes de posgrado veían pasar con veneración, tiene en la descripción de Nasar un aire idílico. 

Sin embargo, no le fue fácil al joven Nash cuadrar con el perfil del investigador y docente americano promedio. Sus tendencias homosexuales no le ayudaron en el lance y aunque no fue perseguido ni soslayado por ellas, luchó parte de su vida por rechazarlas, lo que lo llevó incluso a casarse para poder seguir escalando académicamente.

Donde sí se encontraba cómodo Nash era en la sala de profesores. Porque allí se desarrollaba una inveterada tradición de los académicos matemáticos: los juegos de mesa. Nash y muchos de sus colegas eran fanáticos del Go, un milenario juego de estrategia a base de un tablero cuadriculado y fichas, que causaba furor en Princeton. Pronto Nash desarrolló su propia versión, que dejaría perplejos y entusiasmados por su enorme originalidad a los entusiastas del juego. El Go Nash pronto ganó adeptos entre los lúdicos profesores y la genialidad de Nash trascendió entre sus compañeros, una vez más a través de un camino extravagante. Su pasión por los juegos llevó a Nash a escribir un trabajo científico titulado, precisamente, Teoría de los juegos, que pasó sin pena ni gloria luego de ser publicado y pronto se olvidó; pero que a la postre sería el motivo por el que en 1994 un rehabilitado Nash recibiera el premio Nobel de Economía.

Pero nos estamos adelantando. Antes de eso Nash tuvo una compleja relación con su madre, mantuvo relaciones homosexuales clandestinas que lo llevaron a ser detenido por la policía (así era en esa época), llevó adelante una conflictiva pareja con una enfermera llamada Eleanor Stier con quien tuvo su primer hijo John, al que nunca le prestó la mejor atención, se casó con una bella científica salvadoreña de clase acomodada con quien tuvo a su segundo hijo John (sí, leyó bien) y finalmente, cuando el torbellino de esa vida tan variada parecía por fin perfilar su profesión a lo que él tanto ansiaba (reconocimiento, premios, dinero) se le salió la cadena y comenzó a dar muestras de una creciente esquizofrenia.

Después de eso, Nash tuvo una larga serie de internaciones en instituciones cada vez de peor calidad (su esposa y su madre ya no contaban con dinero suficiente para clínicas privadas) bajo condiciones algunas veces tan deplorables que sus ex compañeros llegaron a juntar dinero para solventar mejores tratamientos. Hay que recordar que por aquella época las medicinas antipsicóticas no estaban desarrolladas y los tratamientos psiquiátricos parecían pensados más para torturar que para curar: electroshock, coma insulínico, lobotomía, etc.

Para la década del ’70 circulaba por los parques de Princeton un sujeto al que apodaban «el fantasma». Solía bajar a la biblioteca de la universidad y anotar en los pizarrones extensas ecuaciones, entremezcladas con comentarios sobre teorías conspiratorias. Algunas de esas anotaciones eran tan brillantes que sus colegas las registraban aunque no las comprendieran cabalmente. El fantasma no era otro que Nash, que vivía de una beca universitaria que algunos amigos le consiguieron más por piedad que por tener esperanza de que se recuperara.

Sin embargo, con el tiempo Nash comenzó a interesarse en los ordenadores que, por aquella época de prehistoria digital, contaba la universidad. Consiguió un permiso para utilizarlos, y aunque al comienzo sus investigaciones no tenían un objetivo determinado, poco a poco comenzó a sacar provecho de esa interacción y con el tiempo, inesperadamente para muchos y, sobre todo, para él, volvió a investigar en un sentido académico y a publicar. La historia de esta rehabilitación que él mismo llevó a cabo es inexplicable desde un punto de vista médico. Nadie sabe en realidad cómo hizo Nash para evadirse del infierno en el que estaba atrapado hacía décadas. Lo cierto es que en 1994, como si se tratara del final de una buena película, Nash recibió el premio Nobel por un trabajo que había escrito décadas antes un joven que, en muchos sentidos, no era el mismo que el hombre que recibió el premio en su nombre.

2 thoughts on “‘Una mente prodigiosa’, la vida de John Nash por Sylvia Nasar

  • el 23 mayo, 2021 a las 5:41 pm
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    Muchos genios han tenido alteraciones cerebrales y psiquicas, tanto en la ciencia como en el arte. Nash fue uno de ellos. Los locos ayudando a progresar a los cuerdos sería un buen título para una obra literaria. Salirse de la normalidad, de la famosa campana de Gauss, es un signo muchas veces de inteligencia. A veces la sociedad es capaz de asimilar las aportaciones de quienes rompen la regla dela generalidad. Otras no. E incluso los apartan. Nash, Van Gogh y otros muchos pasaron a la Historia pese al sufrimiento y el tormento personal que les tocó vivir.

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  • el 24 mayo, 2021 a las 1:34 am
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    John Nash que personaje fabuloso, justo estoy haciendo un trabajo practico para la facultad y me viene muy bien esta nota, muchas gracias

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