«Baldosas amarillas»: combate de adicciones en una obra tan divertida como emotiva

Por Horacio Otheguy Riveira

Con el ritmo y la locura pasional de un gran vodevil, Baldosas amarillas se yergue con voz propia: comedia y anticomedia, melodrama que se cuestiona constantemente. Combate de adicciones en busca de nuevas drogas con las que evaporarse de la angustia diaria, el vacío que “normalmente” se busca en fármacos con y sin receta, a menudo en baño de alcohol de 40º, pero eso ya es de adultos adaptados, colgados del No pasa nada, yo controlo. Pero aquí pasa de todo; al fin desbocados, estos ocho dan pie a un espectáculo de historias cruzadas con personajes en busca de lo peor o lo mejor de ellos mismos. Combate de adicciones que luchan entre sí en la febril apuesta de vivir o morir. Cada personaje tiene delineado un perfil determinado. Lanzados a lo que sienten, lo que ven de sí mismos o lo que necesitan ser… el desarrollo de sus historias tiene el vigor de una ficción bien documentada que se atreve a conmover con sentido del humor.

 

A veces bailan en espontánea expresión de alegría. Otras veces bailan en espontánea expresión de angustia. Son ellos mismos y otros, en una exageración circular de sus emociones.

Espontáneamente sobreactuados, los adictos se camuflan en imposturas, andan perdidos colgados de paraísos artificiales. Están en un centro de desintoxicación comandados por una psicóloga que ha de estar siempre alerta por sus propias recaídas. Especialmente adictos a una autodestrucción con apariencia de gran libertad para hacer lo que se les antoje, caiga quien caiga. Y el sistema de terapia de grupo con su buena dosis de psicodrama fomenta el despliegue de una puesta en escena intensa que va de un género a otro con toda la Compañía sumergida en la violencia y la ternura de personalidades en situaciones límite.

Un espectáculo trepidante que ronda una pasión posmoderna, enfermiza, alimentada a base de bien por el mismo entramado social que reprime, persigue y condena todas las adicciones que ha fomentado. Un sálvese quien pueda que reclama una revolución social sin paliativos, tan inflexible como el sistema que se padece. Mientras tanto, la lucha es individual, solitaria y a la vez necesitada de solidaridad. Familias disfuncionales con padres y madres que hubieran preferido no serlo. Sobre esa base en el origen infanto-adolescente de un nutrido grupo de jóvenes se desarrolla Baldosas amarillas, de Sandra Pedraz Decker, producida con un mimo exquisito, al mismo exigente nivel que El mensaje en la sala principal.

En definitiva, una función muy cuidada hasta el mínimo detalle.

Solo con sillas amarillas en escena, hay mucha acción sorprendente, vestidos todos con impecable armonía de colores para que, junto con el espacio sonoro y los detalles de iluminación se consiga entablar el profundo diálogo entre el patetismo de unas vidas al borde del desastre y el arte escénico, vehículo fantástico para enfocar la realidad con poética plasticidad.

Con El mago de Oz como metáfora de la lucha por la vida, la doliente Alba es también Dorothy, y en ambas Ángela Peirat logra componer a una gran protagonista, centro neurálgico de las historias cruzadas. Ante la dificultad de su contradictorio personaje, aporta riqueza de movimientos, humor y drama desgarrado en armónico contraste.
Los compañeros que cargan con sus vicios y perversiones, miran con odio a la extraña pareja de la niña y el caballero. Bajo su mirada agresiva o la progresión de sus insultos, ellos se entregan libre, bella, dolorosamente…

Suele decirse que no hay tema que hoy día se considere osado, espinoso, de esos que «no te recomiendo que lo toques porque molestará a mucha gente». Sin embargo, es una situación más aparente que real, pues existe siempre una autocensura que pone el freno en todos los géneros, más aún en el teatro, fuera de los circuitos más elitistas donde muy pocas funciones los convierten en confesiones para minorías.

En estas Baldosas amarillas, creadas para ser desandadas por mucha gente en mucho tiempo, podemos encontrar muchos de esos temas ya asentados en la moral-amoralidad del espectador, pero la relación entre una menor y su gran amor prohibido rompe todo tabú, hasta consolidar encuentros de rara sensualidad, donde la compulsión sexual se exhibe dentro de una inédita corriente de ternura. Sus intérpretes aportan miradas, caricias, silencios… que impactan con nobles recursos, evitando todo sensacionalismo y profundizando en una corriente amorosa excepcional. Son ellos: Alicia Rueda y Guillermo López-Acosta.    

 

 

Dos personajes con mucha garra: Richi/Espantapájaros y Jenny/León cobarde. Están a cargo de Jordi Millán —en una admirable creación en su ya larga trayectoria— y Esther Roiz, debutante en la Compañía PasoAzorín, cuya interpretación oscila brillantemente entre la agresividad y la ternura.

(…) Richi.                  Si todos nos metiésemos lo que sea, no habría guerras en el mundo. Sólo amor. Bueno, a veces te das de hostias por el speed, claro, pero eso no es una guerra. Las guerras son peores que las drogas. ¿O no?

Jenny.                 Mi hermana se cree la hostia sólo por ser la jefa de la clínica. Yo también podría haber sido veterinaria si me hubiese dado por ahí. Pero estudiar es de pringados. Se ha matado a currar y al final hemos acabado en el mismo sitio (Se ríe).

Richi.                  Mamá es una dramas. ¿Para qué voy a levantarme de la cama antes de la hora de comer?

Jenny.                 Y yo le hice un favor siendo su ayudante…

Richi.                  Sí, le hiciste un favor.

Jenny.                 Necesitaba a una pava de fiar.

Richi.                  Que me tengo que buscar un curro, me dice.

Jenny.                 Además, es ella quien guarda la keta en la consulta. Al alcance de cualquiera. Que me la metí yo, vale, pero también se la podría haber metido un puto periquito.

Richi.                  El problema es que mamá nunca se ha metido nada. Ése es el verdadero problema. A ver, que lo entiendo, que es una vieja, pero por probar…

Jenny.                 Que sólo fue un momento. Me pasé un poco, pero sólo fue un momento. Sabía que la cosa ésta de quedarme colgada, ahí con las piernas todo duras, no me iba a durar para siempre. Era cuestión de un momento.

Richi.                  Estaría más tranqui y no se le iría la olla por haber echado la pota en su alfombra todo cara, tejida a mano no sé dónde por niños piojosos.

Jenny.                 Lo que pasa es que tuve mala suerte y mi hermana apareció justo cuando yo estaba con el subidón, tirada en el suelo. (Sonriendo al recordarlo) Vaya pedo.

Richi.                  Tengo que llamarla para que venga a buscarme de una vez. Pero no me coge el teléfono. (Gritando) ¡Mamá, que me saques de aquí de una puta vez! ¡Seguro que se me están jodiendo todas las plantas de maría!

Jenny.                 Que me despide, dice. Pero, ¿quién se ha creído que es?

Richi.                  No me comprende. Mamá no me comprende.

Jenny.                 Yo soy la pequeña, ¡me tiene que cuidar, por mucho que le joda! A ver si le entra en la cabeza.

Richi.                  Un trabajo, dice. Currar es de pringaos.

Jenny.                 Pero mejor no le digo nada, que no quiero malos rollos.

(Alba estornuda. Se percatan de su presencia.)

Alba.                   Joder, ¡qué puta panda de pringados! ¡Qué pereza me dan, ¿eh?!

Richi.                  Ya estás aquí.

Jenny.                 Eso significa…

Richi.                  Que ya has visto al Mago.

Jenny.                 Y que podemos empezar.

Alba.                   ¿Empezar a qué?

Richi.                  ¡Nos vamos!

Alba.                   ¿A dónde?

Jenny.                 A ver al Mago.

Alba.                   Pero si yo ya le he visto. Es la pava ésa.

Jenny.                 No. A verle de verdad. A la Ciudad Esmeralda.

Richi.                  (Interrumpiendo) ¿Tienes algo?

Alba.                   Nada, ¿y tú?

Richi.                  ¡Joder!

Jenny.                 Venga, vámonos.

Alba.                   ¿Pero tú quién eres?

Jenny.                 La Jenny.

Richi.                  Puta Jenny. Y yo soy el Richi.

Alba.                   Falta gente, ¿no? ¿Y el Leñador de hojalata?

Jenny.                 ¿Y tú por qué sabes que hay un Leñador?

Alba.                   Pues porque he leído El mago de Oz, coño.

De izquierda a derecha: Verónica Cuello, Jordi Millán, Esther Roiz, Ramón Paso, Guillermo López-Acosta, Alicia Rueda. Sentadas: Vicenta González, Ángela Peirat y Noah Ferrero. Un reparto de estilos diversos unificados por el director en una línea coral admirable.

 

AUTORA Sandra Pedraz Decker
DIRECCIÓN Ramón paso
PRODUCCIÓN EJECUTIVA PASOAZORÍN TEATRO
DIRECCIÓN DE PRODUCCIÓN Inés Kerzan
DISEÑO DE ILUMINACIÓN Carlos Alzueta
ESPACIO ESCÉNICO Ramón Paso
VESTUARIO Ángela Peirat y Sandra Pedraz Decker

FOTOGRAFÍA Ramón Paso
DISEÑO GRÁFICO Ana Azorín
PRENSA Y COMUNICACIÓN María Díaz
AYUDANTE DE DIRECCIÓN Blanca Azorín
AYUDANTE DE PRODUCCIÓN Sandra Pedraz Decker

TEATRO LARA. SALA LOLA MEMBRIVES. DEL 9 DE JUNIO AL 11 DE AGOSTO 2021

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