Teatro para leer: todo Molière en magnífica edición de Mauro Armiño

Por Horacio Otheguy Riveira

Una gran alegría para los amantes del teatro, y más aún de Molière, encontrar su obra completa en impecable edición de bolsillo. Dos volúmenes muy logrados en calidad y asequibles en el precio para gloria del genial comediante metido a hombre de teatro total por necesidad de supervivencia en una sociedad que reclamaba sumisión o enorme habilidad para criticarla sin que los aristócratas, y sobre todo los imprescindibles mecenas no se dieran cuenta. De allí la frase que encabeza el primer tomo: «La hipocresía es un viejo privilegiado que con su mano cierra la boca a todo el mundo». Sin embargo, con humor y extraordinaria mano izquierda Jean-Baptiste Poquelin, Molière, supo jugar con elegante cinismo las cartas del arte escénico para burlarse y atacar la temible sociedad que, a la vez, debía dar de comer a él mismo y los integrantes de su Compañía. Y los pilló con éxito. ¡Cómo rieron aquellos señoritos y los burgueses de siglos posteriores… convencidos de que esos personajes ridículos eran los ridículos vecinos, ellos jamás!

Ser un seguro servidor y a la vez mantener despierto el ojo crítico ante una élite henchida de vanidades fue uno de los aciertos indudables de un genio del teatro que apenas vivió 51 años. Además revitalizó el arte escénico contra el viento y la marea permanente de la censura y los intereses creados de aristócratas muy influyentes.

En estas ediciones de sus obras completas, Penguin Clásicos de Random House Mondadori, las brindan en dos volúmenes con los datos de su estreno y pies de página que amplían considerablemente las peculiaridades de las escenas. En el primer tomo, un prólogo de Mauro Armiño, responsable de la edición completa y de cuantos comentarios se planteen, ubica en tiempo histórico al autor con datos de erudito y cautivante tono de conversador. De hecho no se menciona la palabra prólogo a la que tan acostumbrados estamos, sino algo muy distinto con un alcance poético que enriquece aún más el acercamiento a estos textos como si sucedieran por primera vez. En la primera página puede leerse: Edición, introducción y noticias de Mauro Armiño, un hombre de letras y de teatro de gran valía con obras y traducciones que ya forman parte del acervo cultural español.

 

Teatro I: La escuela de las mujeres, El Tartufo, Don Juan, El misántropo, Anfitrión.

UNA ESCENA DE «EL TARTUFO»

ELMIRA.- ¿Cómo? ¿Queréis ir tan deprisa y apurar en el acto la ternura de un corazón? Me muero al haceros la más dulce de las confesiones y, sin embargo, no os basta. Para quedar satisfecho, ¿habrá que llegar hasta los últimos favores?

TARTUFO.- Cuanto menos se merece un bien, menos se atreve uno a esperarlo. Nuestros deseos difícilmente se asientan sobre palabras. Apenas imagina uno destino lleno de ventura, y ya quiere gozarlo antes de darle crédito. Por mi parte, me creo tan poco merecedor de vuestras bondades que dudo de la dicha de mis osadías, y nada creeré, señora, hasta que no hayáis sabido convencer mi pasión con realidades.

ELMIRA.- ¡Dios mío! ¡Vuestro amor se comporta como auténtico tirano y en extraña confusión por mi alma! ¡Qué furioso imperio ejerce sobre los corazones! ¡Y con qué violencia exige lo que desea! ¿Cómo? ¿No puede una defenderse de vuestro asedio ni dais tiempo para el menor respiro? ¿Es decoroso tan extremado rigor, querer, sin dar cuartel, las cosas que se piden, y abusar así, con vuestro esfuerzo apremiante, de la debilidad  que, como veis, por vos tiene la gente?

Le Tartuffe, 1984. Versión cinematográfica protagonizada y dirigida por Gerard Depardieu.

TARTUFO.- Mas, si con mirada benigna veis mis homenajes, ¿por qué negarme una prueba segura?

ELMIRA.- Pero, ¿cómo consentir a lo que pretendéis sin ofender al Cielo, del que siempre estáis hablando?

TARTUFO.- Si es solo el Cielo el que se opone a mis deseos, poca cosa es para mí apartar ese obstáculo; no debe frenar eso vuestro corazón.

ELMIRA.- Pero, ¿no os dan tanto miedo los decretos del Cielo?

TARTUFO.- Puedo disipar en vos esos temores ridículos, señora, que conozco el arte de eliminar escrúpulos. Verdad es que el Cielo prohíbe esos deleites. (Es un desalmado el que habla.) Pero siempre pueden hacerse con él ciertos apaños; según necesidades diversas, hay una ciencia para relajar las ataduras de nuestra conciencia , y rectificar la maldad de los hechos con la pureza de nuestras intenciones. Seréis instruida en estos secretos , señora; basta con que os dejéis guiar; satisfaced mi deseo y no temáis nada; yo os respondo de todo y asumo sobre mí el pecado.

Pierre Mignard (1612-1695) pintó este retrato c. 1658, tras lo cual trabó gran amistad con Molière, un encuentro excepcional, dada la formación académica del pintor más ligado a la aristocracia que al arte teatral. A partir de este retrato —que suscitó gran admiración— la personalidad de Molière le fascinó, lo que queda en evidencia en la sutileza de los rasgos, la brillantez de sus ojos, y el gesto de asombro con cierta pátina de melancolía, propio del comediante que hubiera preferido ser aplaudido con menos risas y más trascendencia filosófica, entre tragedias y fuertes melodramas, agasajado en palco estelar con los célebres trágicos Corneille o Racine. El retrato original está expuesto en la Colección del Museo Condé del Château de Chantilly. [Fotógrafo: René-Gabriel Ojeda. (Wikipedia)].

 

Josep Maria Flotats, Argán, y Anabel Alonso, Tonina, en la última versión estrenada en Madrid: un gran éxito de finales de 2020, traducido por Armiño y dirigido por Flotats. (Foto: Sergio Parra)

Teatro II: Jorge Dandín, El avaro, El burgués gentilhombre, Las mujeres sabias, El enfermo imaginario

UNA ESCENA DE  «EL ENFERMO IMAGINARIO»

TONINA.- ¿Cómo se os ha ocurrido, señor, ese proyecto ridículo? Y, con toda vuestra hacienda, ¿queréis casar a vuestra hija con un médico?

ARGÁN.- Sí. Y tú, bribona, ¿por qué te metes? Eres una descarada.

TONINA.- ¡Dios mío! Más despacio, que enseguida os ponéis a insultar. ¿Es que no podemos razonar juntos sin acalorarnos? Venga, hablemos con sangre fría. ¿Qué razón tenéis, decidme, para semejante matrimonio?

ARGÁN.- Mi razón es que, viendo lo achacoso y enfermo que estoy, quiero conseguir un yerno y unos parientes médicos, para valerme de su ayuda contra mi enfermedad, tener en mi familia la fuente de los remedios que necesito y disponer de tantas consultas y recetas como yo quiera.

TONINA.- Bueno, no deja de ser una razón, y como podéis ver, da gusto charlar tranquilamente. Pero, señor, con la mano en la conciencia, ¿estáis enfermo de verdad?

ARGÁN.- ¿Cómo que si estoy enfermo, granuja? ¿Cómo que si estoy enfermo, granuja? ¿Cómo que si estoy enfermo, descarada?

TONINA.- De acuerdo, señor, sí, estáis enfermo, no riñamos por eso, sí, muy enfermo, lo admito, y más enfermo de lo que pensáis; ya está dicho. Pero vuestra hija debe casarse con un marido para ella, y, como no está enferma, no es necesario casarla con un médico.

ARGÁN.- Si la caso con ese médico es por mí; y una hija bien nacida debe estar encantada de casarse con alguien que es útil para la salud de su padre.

TONINA.- A fe mía, señor, ¿queréis que os dé un consejo de amiga?

ARGÁN.- ¿Qué consejo es ese?

TONINA.- Que no penséis más en esa boda.

ARGÁN.- ¿Por qué razón?

TONINA.- Por la razón de que vuestra hija no consentirá.

ARGÁN.- ¿Que no consentirá?

TONINA.- No.

ARGÁN.- ¿Mi hija?

TEATRO I. PENGUIN RANDOM HOUSE.- TEATRO II. PENGUIN RANDOM HOUSE

 

 

 

 

 

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