‘Maneras de estar vivo’, de Baptiste Morizot

Maneras de estar vivo

Baptiste Morizot

Traducción de Silvia Moreno Parrado

Errata Naturae

Madrid, 2021

393 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

¿Qué es el pensamiento convencional contra el que se rebela Baptiste Morizot (Draguignan, 1983)? La traducción directa del francés del equivalente a lugares comunes es ideas recibidas. Necesitamos una nueva traducción, porque las ideas tradicionales no se adaptan a la situación contemporánea. Los bosques deberían estar sometidos a una política creativa, tal vez, en lugar de contemplarlos como paisajes. O tal vez no, tal vez deberíamos seguir la corriente que promulgaba John Muir y permitir a la humanidad destrozar una parte del planeta mientras reserva la otra para la naturaleza. Pero Morizot parece ser más partidario de la primera postura, basada en una experiencia sobre el terreno, una convivencia con la naturaleza, que moldea la práctica de su especialidad, que es la filosofía. Sorprende este aparente oxímoron, práctica de la filosofía, pero resulta que considerar a la filosofía como un acontecer teórico, algo que sucede únicamente dentro de la cabeza, es otro lugar común. Morizot es partidario de cambiar lo que sucede dentro de la cabeza, las deducciones, a partir de la observación directa. Y para eso es necesario pisar el terreno y dormir al raso, tener infinita paciencia y enamorarse de los animales hasta entender que el respeto, la cortesía, es el medio y es el fin.

“Esta ambigüedad la hemos recibido compartida, entre perro y lobo. Y la oveja también está ahí, en alguna parte, en nuestro zoológico interior: nosotros también hemos tenido depredadores. Nada de lo que está vivo me es extraño.

“Todos llevamos en nosotros la condición viva al completo.”

La etología se transforma en un humanismo de proyecciones. Imantado por el comportamiento animal, Morizot se entrega al aullido del lobo y a su capacidad de rastreo. O debate cuál es el lugar del hombre entre los seres vivos, a partir de la consideración de ser agua salada, de nuestra evolución y la memoria del mar del que procedemos. Los planteamientos de Morizot atañen a la rama de la filosofía que se conoce como ética, sobre la que se ha pensado mucho, pero que es la que más ejercemos a diario, pues está unida a los actos y las actitudes, es decir, a la práctica de la filosofía. Y en su ética entiende que el humanismo, a pesar de la etimología de la palabra, es una connotación que implica a todo ser, a todo el que posee una vida interior. Y hasta se remite a Spinoza para intentar comprobar si su tesis se acerca a la verdad, mientras desconfía de la separación de cuerpo y mente, otro lugar común, otra idea convencional. No existe modificación de la pasión sin modificar la razón, ni modificación de la razón que no afecte a la pasión, como no existe es convencional diferencia, típica de los libros de texto, que separa forma y fondo.

Somos en tanto que somos en relación o en relaciones, somos interdependientes y esto no debería ser una debilidad. La crisis ecológica es una crisis de nuestras relaciones con los seres vivos. Deberíamos “reaprender, como sociedad, a ver que el mundo está habitado por entidades que son prodigiosas de otra manera, distintas de las colecciones de conches y las galerías de los museos”, lo cual “supone un reto de gran envergadura. Igual que reconocer que exigen una transformación de nuestras maneras de vivir y habitar en común”. Morizot considera que la manera humana de estar vivo adquiere sentido al sentirla enredada con las otras maneras de estar vivo, las propias de animales, bacterias, vegetales y ecosistemas. Y reivindica estor valores con un ímpetu tan sensato como pasional.

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