1984 de G. Orwell y F. Nesti: una distopía cercana

Portada de 1984 La novela gráfica.

El trasvase de la novela de G. Orwell 1984 al cómic se nos antoja como una excepcional recreación de una de las distopías de raigambre clásica.


En un tiempo tan prodigo para el género distópico dentro del cómic (Los Muertos Vivientes o Y, El Último Hombre siendo dos claros ejemplos de gran éxito), revisitar las raíces de este es siempre un placer. Además, en este momento histórico, noviembre de 2021, la realidad del Brexit ha traído a nuestros ojos supermercados vacíos, escasez de combustible y otras imágenes más propias de las distopías de ficción británicas que también abundan ahora en la ficción del Reino Unido.

No olvidemos que la distopía es un género con unas raíces marcadamente británicas y rusas, obras como Nosotros de Evgeni Zamiatin influyeron en el florecimiento de las dos novelas del género que mayor impacto han tenido en nuestra historia: Brave New World de A. Huxley y 1984 de G. Orwell. A pesar de que nuestra realidad, según dijo Neil Postman, acabó forjándose más bien por las líneas temáticas de la obra de Huxley, es indudable que 1984 ha sido y es un texto rico y necesario para entender nuestro pasado, nuestro presente y sin duda nuestro futuro.

Algunas imágenes de la obra.

La obra, editada por Penguin, abunda en los tópicos distópicos orwellianos, desde la oscuridad de un mundo frío sin sentimientos, al totalitarismo asfixiante del Hermano Mayor. La paleta de colores abunda en eso: ocres, grises y azules apagados componen el mundo que se nos presenta con una coherencia fría, precisa y magistral. En este sentido, es una obra cercana a la novela que representa. Sin duda la adaptación de Fido Nesti logra recoger esa incomodidad que está en el libro, también la frágil belleza en la relación de los protagonistas, pero sobre todo la sensación de angustia y desolación que empapa cada viñeta. El cómic es austero y preciso, no necesita más, es un slow-burner, como dicen en inglés, esas obras que se cocinan a fuego lento y que van creciendo en intensidad a cada página. Uno observa con fascinación y terror la historia, sabiendo que hay cosas en la vida que solo pueden acabar mal porque, aunque acaben bien, acaban mal. Sin más. Esa es una de las urdimbres de la buena literatura distópica. Abunda en la narración la corriente de consciencia en el protagonista, algo que aquí gana una capa de significación más profunda al poder ver también las imágenes, es lo que tiene que el producto final sea una novela gráfica. La conjunción de lo que se ve y lo que se piensa hace que el resultado sea muy rico en lo que enseña y lo que sugiere. Es un texto que requiere esfuerzo y eso es da muchas alegrías al lector, este se baja del tren acelerado de su día a día y enfoca su mente y sus sentidos en un mundo frío que a veces se parece al nuestro y en otras es simplemente pesadillesco, aunque siempre hay un algo familiar que nos inquieta, nos perturba y nos resitúa en la realidad.

En resumen, una obra muy pero que muy interesante, una representación gráfica de uno de los textos clásicos de la literatura que, en muchos sentidos, nos ha ido marcado como sociedad desde su publicación en 1949.

 

Por Francisco José Francisco Carrera.

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