Míster Perec

Miguel Ángel Gómez.- Estaba con Georges Perec en el teatro. Cerca de los actores me decía que mirase con ansiedad a la literatura. Había confusión por doquier. Todos empujaban hacia la salida. Georges Perec y yo decíamos, ¿Dónde estamos? Queríamos subir al escenario. Oíamos la música entre bastidores. Me llevaba las manos a la cabeza aceptando los consejos de Georges Perec, miembro del antiguamente llamado Oulipo. Tengo mucho trabajo que hacer, ningún otro asunto me concierne, me dije. Si no hubiera conocido a Georges Perec una velada en aquel teatro, hablaría con tono dolido. Quisieron quemarlo en la hoguera por sus ideas originales, pero no pudieron. Abro Ellis Island y leo: “¿Cómo se llama? ¿De dónde viene? ¿Por qué viene a Estados Unidos? ¿Qué edad tiene? ¿Cuánto dinero tiene? ¿De dónde procede ese dinero? Muéstremelo. ¿Quién ha pagado su pasaje? ¿Ha firmado en Europa algún contrato para venir a trabajar aquí? ¿Tiene amigos aquí? ¿Tiene familia aquí? ¿Alguien puede responder por usted aquí? ¿Cuál es su oficio? ¿Es usted anarquista? Etcétera”. Ser un recién llegado porque solo tenían sitio para uno. La literatura es caminar hacia la rampa de cola. Empezar a girar las hélices y subir para estar ahí. Le saqué mucho a Georges Perec en el teatro, alguna que otra anécdota, muchos comentarios sueltos. Su voz trasmitía una intimidad tan verdadera que no resultaba amenazadora. Me contó que La vida, instrucciones de uso se le ocurrió solo en una galería, sentado en el banco del centro de la sala, uno que estaba de espaldas a la puerta, mirando el último cuadro de la serie. Oh Perec, el autor sin sentimientos encerrados que descansaba los ojos durante el día haciendo enumeraciones.  Su trabajo es largo, pero no se acabará. Nunca le importuné pues aquel día acudí con el estado de ánimo adecuado. Una preciosa noche en compañía de Georges Perec. Llevaba un chaleco tan hermoso que cortaba el aire al compás de su paso seguro que le distinguía de otros escritores.

Hoy camino rodeado de una lluvia oscura, pero no olvido su mirada blanca que no resulta desconcertante ni irritante. La angustia que siente el creador cuando no crea bien no la siente Georges Perec, él es completamente distinto. “Calma, no pierdas la cabeza”, destacaba Perec al hablar conmigo. Camino rodeado de toda esta lluvia oscura como una identidad. Por el rabillo del ojo vigilantes, la mesa número uno de Regma, un niño con el baile de San Vito, segundos como hojas muertas, conversaciones delante de mis narices, pasos trazando un itinerario difícil, ningún novelista, ningún poeta, fatiga, contratos estándar, cortesía desaliñada, consejos y amor, objeciones, expresión afligida, ojos vidriosos y enrojecidos, magdalenas, periódicos con titulares, perfiles aguileños, voces oscurecidas, abrigos rosados, sombreros extravagantes, sonrisas en el rostro, dinero necesario, cristales empañados, suéter negro, calzado de plata, despachos de jefes, tuberías, murmullo, alboroto, hombrecillos desgraciados, fríos y humedades, galletitas, enorme dolor, brumas. Mi decisión de volver a escribir se la debo a Georges Perec bajo una lluvia al caer la tarde. En todos mis libros, esos en los que me desarrollo, meto frases suyas. Mi tributo no se encuentra de manera evidente, ninguno de los individuos con los que me cruzo esparce mi secreto por la blanca carretera. Una paloma mensajera en la sede de mi hotel describe mundos de cuya existencia no tienen el menor indicio los millones que no son Perec. Hago viajes especiales al tiempo perdido. Cómo brota la visibilidad al atravesar a nado el mar del Norte con una mano. Interpreto cuatro roles y el árbol llora sin un solo trapero. Yo me muevo por la moda antigua. Mi amigo literario no se tambalea bajo las grandes cúpulas y me sostiene. Es mi renovación espiritual. Nadie sabe que es un Georges Perec sin andar a tientas por mis escaleras. Afán perdido y hallado. Estamos en contacto con un roble carcomido, Perec. Hombre de guerra y de micrometeoritos. La lengua muerta causa la guerra. Bulle la vida literaria falsa. ¡Oh víbora que no se encamina hacia el grupo! Aquel que necesita el portal de la literatura, lo tendrá. Oigo repetir las mismas frases en un piso en la oscuridad, no son las tuyas ni tienen estructuras contiguas. Me adentro en ti Georges Perec. Poseso y gris. Forasteros anónimos se te parecen hasta el punto de buscarte a través del tumulto. Eres un dios otra vez en la tierra. Oyes el ruido del escenario al pasar. Qué actitud. Espera, juntaré los talones en el aire. Estás.

Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980) es escritor. Ha publicado, entre otros muchos libros, Caída libre (2019), de aforismos, y El aro de latón (2020), un diario literario. Está a punto de ver la luz Rol de esqueletos, muy influido por el modelo experimental de Perec.

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