Esther Garboni: “El teatro es la poesía puesta en pie”

Al rememorar el nacimiento de su relación con el teatro, Esther Garboni se recuerda como una niña tremendamente tímida a la que asustaban las personas, de modo que el teatro la ayudaba a entender el mundo sin estar en él; así, escribía y dirigía comedias para vecinos y familiares desde temprana edad. Posteriormente, al ingresar en Filología Hispánica, comienza a trabajar como fotógrafa de eventos y se incorpora al incipiente Taller de Teatro Clásico, donde desempeña labores de figurinista, escenógrafa, actriz, dramaturga y, finalmente, directora, teniendo la fortuna de ser seleccionada para participar en el Festival de Avignon y ser becada para asistir a seminarios y cursos de teatro lugares como Almagro, Elche, Almería y Cádiz, en los que su pasión por el teatro se ve reforzada por conocimientos teóricos. Tras licenciarse, cursó el Doctorado en Crítica Literaria y Teoría de la Literatura, en la especialidad de Dramaturgia; simultáneamente, empezó a trabajar como profesora de Lengua castellana y Literatura en Mérida, y se detuvo ahí su actividad dramática, si bien empezó a escribir y publicar poemarios como Las estaciones perdidas, Tarjeta de embarque, Sala de espera o el último hasta la fecha, A mano alzada… En 2020 su publica su obra Detrás del silencio y, poco después, tras retomar los estudios de dramaturgia de la mano de Eva Redondo, Bárbara Colio, Moisés Ballesteros, Benjamín Cohen, Juan Paya y Carla Zúñiga, recibe el premio internacional “Miradas de la Dramaturgia” por Como ríen los delfines, que se estrena el 23 de julio de 2020 en el Gran Teatro Pacífic de Panamá, con el título de No seas payaso. Esther Garboni acaba de publicar la obra dramática Pasos de guerra (Editorial Pangea), un drama lírico y universal, que ha recibido elogiosas críticas y ya se encuentra en todas las librerías.

 

¿Qué has pretendido plasmar en Pasos de guerra?

Pasos de guerra es una pregunta. Toda mi obra lo es. Apelo a quienes me leen buscando las respuestas que yo no tengo. Escribo para escuchar. La poesía no te permite esa retroalimentación, pero el teatro coloca al lector/espectador en una situación de igualdad con respecto al escritor/a y surge el diálogo. Desde que se presentó la obra, no hay día que no reciba un mensaje por redes sociales, dándome traslado de lo que han sentido con la lectura y, con ello, respuestas.

 

¿Y cuál es esa pregunta?

En realidad, son muchas. Me pregunto qué es la paz y si somos capaces de mantenerla. Me pregunto por qué olvidamos. Me cuestiono si, como seres humanos, estamos abocados a repetir una y otra vez los mismos errores. Me planteo los conceptos de lealtad, de patria, de amor, de respeto, de miedo y cómo se gestionan, tanto individualmente como en sociedad.

 

Una vez has visto publicada la obra, ¿cuáles son tus planes respecto a la puesta en escena de Pasos de guerra?

Por regla general, no me gusta planear. En cualquier caso, el libro está en la calle y ya no me pertenece más que su gestación, así que lo que a partir de ahora le pase a esta obra que, como una hija, se me ha independizado, es responsabilidad de los lectores/as que la recreen en sus mentes y de los actores y actrices que quieran darle vida… Sea como fuere, pertenezco al catálogo de Contexto Teatral y allí está a disposición de compañías de teatro y productoras que quieran contactar conmigo para llevarla a las tablas. Puedo decir que, actualmente, está sobre dos escritorios, pero eso no significa nada.

 

Y si no llega a representarse, ¿el teatro leído se puede considerar como tal?

Por supuesto. Existe teatro, conceptualmente, antes de la representación e independientemente de ella, a pesar de que haya nacido para ser llevado a escena. Si aceptamos sin pestañear que podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía, cómo negar la existencia del teatro sin el componente de espectacularidad e incluso sin dramaturgos. Guiños aparte, existe, además, y de hecho me encanta, el teatro que nace con vocación de ser leído y después encuentra eco en las tablas. Es un teatro que no toma al lector por tonto y, al mismo tiempo, respeta las convenciones escénicas y los límites del hecho espectacular. Un teatro que conoce su fuerza, pero también sus límites. Desde ese vértice, escribo yo.

 

¿Escribes, entonces, teniendo en cuenta la representación?

Por supuesto, soy obediente a las coordenadas del género y pienso, en muchas ocasiones, más como directora de escena que como escritora. Pero no olvidemos que, antes que creadora, soy lectora, soy espectadora…; y pienso que el momento íntimo en que el lector/a se enfrenta a un texto teatral es absolutamente poderoso, pues nos convierte en dueño/as de esa obra. De ahí que conciba la creación desde dos perspectivas: como texto que será, con suerte, representado; pero también como texto con valor literario en sí, que será leído buscando deleite y respuestas.

 

Como poeta, ¿estás más atenta a la propia palabra o prestas atención al carácter espectacular del género?

La poesía es indisociable de mi voz. Escribo un teatro en el que impera la acción por medio del diálogo, un teatro con ritmo, un teatro en el que el status quo está en permanente revisión, pero no olvido lo que decía Lorca: “El teatro es la poesía que sale del libro”, porque, en efecto, el teatro es la poesía puesta en pie. Es la poesía que baja al pueblo a hablar con la gente, algo fascinante para la niña tímida que fui y que quedaba deslumbrada por dos cosas: las palabras y las personas.

 

En A mano alzada dejaste unas “voluntades anticipadas” en las que anunciabas que dejabas la poesía, ¿ha sido así? ¿Vas a dedicarte ahora en exclusiva al teatro?

Aquel fue un poema premonitorio que anunciaba un cambio de rumbo, pero es cierto que tengo inéditas piezas breves que podrían clasificarse como lo que se ha dado en llamar poeturgia. En cualquier caso, a día de hoy, me alegro de haber bajado del caballo verde de la poesía para continuar el camino a pie.

 

¿Crees que el teatro está más cerca del pueblo?

No tengo duda. El teatro es del pueblo y por eso nunca morirá. La pandemia lo ha dejado claro: necesitamos sentir en colectividad, sabernos acompañados en nuestras emociones. ¿Qué eran, si no, los aplausos de las 8? Nada menos que eso: el rito de mirarnos desde nuestros palcos al final de la función y descubrir que, al caer el telón, no estamos solos. El teatro te recuerda eso: el camino es largo y por él vamos todos.

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