“EL CÓDIGO QUE VALÍA MILLONES”: ¿La serie sorpresa de este año?

Por Gerardo Gonzalo.

Netflix ha estrenado la miniserie alemana El código que valía millones (The billion dollar code). Una ficción creada por Oliver Ziegenbalg y dirigida por Robert Thalheim, que os cuenta la historia, no muy conocida, de un artista y un hacker informático, que crearon en el Berlín de los 90 un programa llamado Terravision, concebido como una obra artística que reproducía todos los rincones de la tierra.

Nos encontramos ante una serie basada en hechos reales, que nos muestra la aventura de dos jóvenes en el estimulante y efervescente Berlín de la época, que con audacia, imaginación y pocos medios, fueron capaces de crear un programa a medio camino entre la funcionalidad y el arte, que conectaba a las personas con cualquier lugar del mundo.

Esta miniserie desarrolla la historia a través de dos ámbitos temporales. Por un lado, el momento de fuerza creativa, trabajo y apasionamiento de los protagonistas, que les llevó a concebir el programa, con los viajes y experiencias que les llevaron por el mundo y que concluye abruptamente con el uso poco ético que de su creación hizo Google, que aprovechó para desarrollar su Google Earth, liquidando así ese sueño creativo. Por otro lado, el juicio y reivindicación que años más tarde se articuló, para que se les reconocieran sus méritos y el intento final de ser resarcidos por la multinacional americana a la que denunciaron por el robo de su idea.

Todo esto es contado con brío, dinamismo y múltiples derivadas muy bien llevadas. La primera, retratándonos esa Alemania post muro y ese Berlín contracultural, congregador de tendencias y en ebullición de ideas, encarnando el espíritu libre y fundacional de un nuevo Estado. Un centro de experimentación artística que convirtió la ciudad en el referente mundial  de las nuevas tendencias artísticas. Pero también está la historia de dos jóvenes muy diferentes, con sueños, grandes proyectos y mucho entusiasmo, que harán lo que haga falta para conseguirlos, eso sí, inmersos en un sistema que no conocen bien, por el que deambulan entre la picaresca y la inocencia.

Al final, los sueños y los grandes proyectos se deben sustanciar en una estructura y habilidad empresariales de la que carecían los protagonistas. Es ahí donde los cantos de sirena de Silicon Valley y la realidad despiadada de las grandes multinacionales, les pasan por encima, arrebatándoles su trabajo y sacándoles de la circulación.

Toda esta historia queda planteada en varios planos donde se entrelaza el retrato histórico de una determinada época, la relación de amistad entre los dos protagonistas, el arte, la tecnología y ese momento de efervescencia iniciática que fueron los comienzos de internet, cuando solo unos pocos visionarios, eran capaces de atisbar  el peso que tendría en nuestra vida. A todo esto, se suma el plano temporal más reciente, el de la recuperación de la relación entre ambos, la visión retrospectiva de lo sucedido, en que se ha convertido cada uno y el juicio con el que se busca hacer justicia y reconocer las ideas de estos dos hombres.

Dicho todo esto, lo más importante es que la serie sale bien parada de todas estas derivadas, moviéndose siempre en niveles más que notables, lo que la convierte en una ficción interesante, en algunos momentos apasionante, llena de ritmo y a la que no le falta ni le sobra absolutamente nada.

Los actores están muy bien, el relato de la época es apasionante, la conexión de ese Berlín con ese nuevo mundo que es internet, el entusiasmo ante lo desconocido, las relaciones entre los personajes, su reencuentro, el juicio y su preparación. Todo encaja milimétricamente en un engranaje que es perfecto. Una historia que a priori podría resultar muy americana y ser una enésima revisión del la lucha de David contra Goliat, pero que en este caso es capaz de superar el habitual melodrama reivindicativo en que suelen derivar estas historias, aportando una visión rigurosa de un pasado reciente, que configuró todo lo que hoy es nuestro día a día gracias a internet

Una serie, cuya escasa resonancia no es acorde con su calidad. Se trata sin duda, de una de las mejores y más interesantes ficciones de este año y creo que casi nadie se está enterando. No lo dudéis, sé que es alemana, que los actores no son muy conocidos, que de sus responsables apenas sabemos nada, que su título no es especialmente atractivo y que la emite Netflix, que se caracteriza por una homogeneidad y niveles de calidad poco entusiasmantes en el 99% de sus propuestas. Pero hacedme caso, estamos ante ese 1% restante que merece mucho la pena ver y que os aseguro que os va a interesar. Además son solo cuatro capítulos. No hay excusa, tenéis que verla ya.

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