Cuando el cauce se hace inagotable

Elena Marqués.- «Frente a la funcionalidad centrípeta del refrán, que reconduce las peripecias humanas a un puñado de verdades universales […] la crítica literaria ha visto en el aforismo moderno […] una decidida voluntad centrífuga, que privilegiaría la excepción a la norma», afirma José Luis Trullo, editor de la antología Flor nueva de refranes viejos, recién publicada por Apeadero de Aforistas. Y lo hace así, sin decir si está de acuerdo o no con la declaración, siendo, como es, versado en la materia.

Será porque entiende que ambas fórmulas, tanto la versión popular de esas verdades transmitidas oralmente por nuestros mayores como la más culta que enlaza con la tradición de sentencias y apotegmas, y que, según se recoge más arriba, pone el ojo en la singularidad, se complementan y se alimentan la una a la otra, no son sino variaciones de reflexiones y pensamientos, generalmente útiles, que intentan, de manera semejante, arribar a ciertas certezas y seguridades a las que llevamos dándoles vueltas toda la eternidad.

De hecho, en este ensayo lúdico-literario que reúne a varios especialistas del género breve son varias las veces en las que los autores ponen los ojos en lo mismo. El famoso «El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra» es versionado por Felix Trull, Miguel Cobo Rosa y Eduardo Cruz Acillona, por ejemplo, y cada uno se fija en un elemento del dicho. O «El tiempo pone a cada uno en su lugar», glosado también por dos de ellos. Porque todo depende, siguiendo otro célebre y socorrido refrán, del color con que se miren los hechos, del punto de vista desde el que, en este caso el aforista, se coloque. Y/o de la intención con que se pronuncien, que en el libro que nos ocupa tiene bastante de homenaje y de juego, aunque incluso en este último caso se revela siempre un deseo de hondura y seriedad («Dos no discuten si uno está pensando», «No hay peor ciego que el que no quiere verse», Cruz Acillona dixit).

También las soluciones formales adoptadas en esta antología, tan pequeña en volumen como grande en sentido del humor, y del más ácido (me encanta ese «Si Dios te deja a dos velas, el diablo las apaga», de Miguel Cobo Rosa), las fórmulas sintácticas y retóricas utilizadas por los distintos autores coinciden en muchos momentos, y se resuelven en ingeniosos juegos de palabras; en dichos amalgamados (y yo diría, metafóricamente, aljamiados) compuestos por fragmentos de distintos proverbios («A quien madruga, Dios le da con el mazo», considera Elías Moro); o en derivaciones como la que espeta «Hay refranes que en un principio incomodan y luego, se acomodan», de la almeriense Carmen Canet. Algunos aforistas, así Felix Trull, apuestan por el trastrueque de determinantes posesivos y pronombres personales, como en «Mi belleza está en tu interior» o «Corrígete si me equivoco», lo que establece un nuevo diálogo entre los perennes interlocutores que somos. O cambia el orden de los verbos entre la prótesis y la apódosis de una condicional para aportar una visión más amplia y mágica de la realidad («Si no lo creo, no lo veo»). Al fin y al cabo, toda reinterpretación parte de una nueva lectura de un texto preexistente, y a veces basta con el cambio de un solo término, o de una sola letra («La profesión va por dentro», vuelve a afirmar Canet), para causar el efecto deseado. Que en principio puede ser la sorpresa («Renovarse es morir», sentencia Felix Trull; «Lo cortés sí quita lo valiente», reflexiona de nuevo Canet), y quizás ya con eso sería suficiente, aunque es habitual que esa vuelta de tuerca, tras la sorpresa inicial, o incluso después de arrancarnos una sonrisa, nos haga ahondar en significados más profundos, y nos conduzca a interpretaciones que se nos habían pasado por alto. Me ocurrió con «A los refranes no les gustan mucho las mujeres, las mulas y las cabras», que solo puede hacernos ver, en esa igualación de animales y féminas (de animales considerados bastante estúpidos, por cierto), lo inadecuados que serían hoy algunos de ellos y la raíz, entre otras cosas, machista de nuestro refranero.

Pero bueno, como todo, los análisis sincrónicos no tienen sentido cuando precisamente estamos hablando de textos tan antiguos y con una idiosincrasia tan específica, y que, además, como reza el título, se someten hoy, en esa edición, a un proceso de renovación con intenciones variadas, donde no faltan la crítica y el retrato de nuestra sociedad y nuestro tiempo, como cuando Tirso Priscilo Vallecillos observa «Es de bien nacidos ser occidentales» o «No es más rico el que más tiene… sino el que más defrauda».

En fin, que, tras leer el libro, comprobamos hasta qué punto los refranes siguen estando vivos y tratan aún de captar la complejidad del mundo que nos rodea, pues, aunque su corpus sea finito, sus paráfrasis nunca lo son. De hecho, parece, por los resultados, que a los seis escritores que han afrontado el reto de definir o redefinir refranes viejos no les ha sido del todo difícil enjaular en unos pocos términos tanto verdades universales como excepciones a la norma. Seguramente porque de lo nimio siempre se pueden extraer grandes ideas, que es la base del género breve: contener, en apenas unos gramos de palabras, parte del peso de la humanidad.

AA.VV., Flor nueva de refranes viejos. Apeadero de Aforistas, Sevilla, 2021.

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