Maestros del Periodismo (II) Jon Lee Anderson

La caída de Bagdad / El dictador, los demonios y otras crónicas

Jon Lee Anderson

Editorial Anagrama

Barcelona 2021  525 / 380 páginas

 

EL ARMA DE JON

 

Por Íñigo Linaje

 

Jon Lee Anderson sabe disparar, pero no es un asesino. Jon Lee Anderson dispara con palabras contra el odio y la injusticia porque quiere abolir esas realidades obscenas arraigadas en el mundo. Considerado uno de los mejores reporteros de guerra de la actualidad -último escalafón del oficio periodístico, pero integrado por los auténticos aristócratas de una profesión en vías de extinción-, Jon Lee Anderson (California, 1957) es el heredero natural de Ryszard Kapuscinski. Colaborador habitual del diario The New Yorker, donde ha publicado numerosas crónicas sobre los conflictos bélicos más importantes de las últimas décadas, el escritor es profesor en la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.

“Viajé por primera vez a Irak en el año 2000, movido por la persistente fascinación que me inspiraba su dictador, Sadam Husein. Allí teníamos, a principios del siglo XX, a un jefe de Estado que indiscutiblemente era un criminal de guerra, que llevaba una vida clandestina en su propio país y que se mantenía en el poder no a pesar del terror que despertaba en su pueblo sino gracias a él”. Así comienza La caída de Bagdad, la extensa crónica sobre el conflicto iraquí que el periodista publicó en 2004 y que ha reeditado ahora -junto a El dictador, los demonios y otras crónicas– el sello Anagrama.

Jon Lee Anderson esboza en estas páginas el retrato de un personaje omnipresente en la vida de Irak que, sin embargo, no es una figura pública. Sadam Husein se esconde, celebra reuniones en sus palacios, aparece en los medios de comunicación, pero su presencia es siempre virtual. Curiosamente, la mayoría de las personas entrevistadas por Anderson en el libro lo ven como a un hombre idolatrado, absolutamente todopoderoso. El periodista recaba las opiniones de escritores, artistas, secretarios del partido del poder. Y, por supuesto, de refugiados. Muchos de ellos -miles- fueron ejecutados y sepultados en su día en fosas comunes, víctimas de una limpieza étnica de la que los países occidentales ni siquiera tuvieron noticia. Y es que la población iraquí solo tiene acceso a la propaganda distribuida por el gobierno: nunca a una información contrastada, fehaciente, veraz. Esa censura constante, esa ocultación sistemática de la verdad es la que trata de destapar el periodismo de guerra.

Si La caída de Bagdad presenta en su primera mitad el escenario de un país extremadamente controlado, la narración se torna vertiginosa cuando comienzan los bombardeos sobre la ciudad y el miedo a los acontecimientos se mezcla con el compromiso de informar. Y es aquí donde Jon Lee Anderson se revela como un cronista portentoso, manteniendo la tensión de su prosa al mismo nivel del conflicto que está narrando. El reportero visita hospitales donde agonizan heridos de guerra, habla con niños de miembros amputados. Días más tarde son varios los periodistas que son asesinados, entre ellos el cámara español José Couso. El escritor relata estos episodios atroces desde la empatía más humana. Son admirables -literariamente- las descripciones de los paisajes devastados que consigna día a día en sus crónicas. Si los hechos se suceden de forma frenética, sus ojos captan esa realidad a la misma velocidad que su prosa la detalla.

Escrito con el mismo espíritu crítico y el compromiso del anterior, El dictador, los demonios y otras crónicas reúne una serie de reportajes publicados en la revista The New Yorker que, en realidad, es una colección de atinados perfiles de políticos y personajes públicos de España y Latinoamérica. Por sus páginas desfilan desde dictadores como como Salvador Allende o Hugo Chávez hasta figuras de enorme poder mediático como Gabriel García Márquez o Fernando Savater. Al mismo tiempo, el libro trata de descifrar enigmas como el asesinato de Lorca y analiza figuras todopoderosas -siempre en entredicho- como las de Juan Carlos I o Fidel Castro.

Juan Villoro dice en el prólogo de este libro que Jon Lee Anderson heredó de su padre el instinto viajero y de su madre la pasión por la escritura. El hecho de que la familia del periodista se trasladara desde su infancia de un país a otro (de Corea a Indonesia, de Colombia a Taiwán) explica que el escritor cruzara en 2005, en solo cuatro meses, dieciocho veces el Atlántico. Y es que Anderson ha defendido a lo largo de los años -con su mejor arma: la palabra- un sinfín de territorios en conflicto: Irlanda del Norte, El Salvador, Afganistán, Uganda. Hace tiempo, en un seminario sobre periodismo que impartió en España, pronunció esta frase: “Si algo se vuelve cotidiano, nos olvidamos de los detalles”. Es evidente: si la mejor arma de un cronista es su capacidad de asombro, su peor adversario es la rutina. Deberíamos tomar esa sentencia como una lección existencial.

                                                                                                                     

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