Carlos Peinado Elliot: «Hay también racionalidad en la intuición»

 

José Luis Trullo.- Carlos Peinado Elliot, profesor de literatura en la Universidad de Sevilla, ha dedicado a la poesía contemporánea estudios sumamente lúcidos, el último de ellos Tras la huella de María Zambrano. Lo sagrado en la generación poética de los 70 (publicado por la editorial granadina Comares). Además, él mismo cultiva la poesía con denuedo y entrega ejemplares. De estos temas conversamos, a las puertas del coloquio sobre María Zambrano y la razón poética que se celebra hoy, 14 de marzo, dentro del ciclo Lunes humanísticos en Casa del Libro de Sevilla.

– Usted ha dedicado un libro a la figura de María Zambrano, la cual no ha hecho más que creer con el paso de los años. ¿Cómo valora su influencia en la poesía, y en general, en la cultura española contemporánea?

Se trata, sin duda, de una de las grandes figuras de la cultura española del s. XX. Claros del bosque, por ejemplo, es una de las cimas de nuestra lengua en el pasado siglo. Influye de manera relevante en autores de su generación (o algo anterior, como Emilio Prados), de forma decisiva en poetas de la generación del 50 (especialmente José Ángel Valente), pues encuentran en ella el eslabón que los une con la España perdida. Hasta La Pièce viajarían los más jóvenes, como Ullán. Y, una vez afincada en España, a su casa peregrinarían los nuevos poetas, de Clara Janés a Luis Antonio de Villena. María Zambrano ha sido quizá la principal inspiradora de la línea órfica (aquella que ahonda en el misterio) en su configuración actual (quizá podríamos decir posmoderna), la que arranca de los años setenta.

– El concepto de «razón poética», ¿qué virtualidad puede tener en un mundo atenazado por un concepto instrumental de la razón? ¿Qué forma de conocimiento nos proporciona la poesía que la haga digna de ser preservada?

El concepto “razón poética” se inserta en una línea de reivindicación de determinados ámbitos de conocimiento que habían sido preteridos por una razón técnica o positivista (podemos encontrar este impulso en Cassirer o Bergson). Esta línea parte de un hecho: la razón técnica no responde a las grandes preguntas del ser humano (el mal, la muerte, el dolor). Hay también racionalidad en la intuición, el símbolo, el mito, el pensamiento analógico. No se trata de excluir el otro polo, sino de reconocer (en terminología de Lluis Duch) que el hombre es un ser logo-mítico. La poesía puede penetrar en determinados espacios de lo afectivo, de lo inconsciente o de lo invisible mediante el símbolo o la imagen, acercándonos así a lo que no conocemos.

– Usted, además de investigador y docente, también practica la escritura poética. Háblenos de su experiencia bifronte: ¿cómo articula creación y reflexión, de qué modo se alimentan entre ellas?

Ambas se alimentan, pues la poesía es una forma de conocimiento. La propia práctica poética es un espacio donde se produce un saber al que no se puede llegar por otra vía. No escribo con una respuesta dada de antemano, sino que en el poema está la respuesta. Determinados hallazgos que vienen en la escritura abren campos en la investigación. Y, por otro lado, la lectura y el estudio proporcionan preguntas, soluciones (técnicas) o posibilidades para la escritura.

– Ante la llamada ‘crisis de las humanidades’ y los ataques que está recibiendo nuestro legado intelectual, artístico y espiritual por parte de la llamada ‘cultura de la cancelación’, ¿cuál es su postura? ¿Qué les diría a quienes consideran que hay que hacer tabula rasa de nuestra identidad histórica para empezar desde cero, en aras de una supuesta nueva era de igualdad absoluta, cuando no opresiva?

La modernidad consiste en la apropiación de los rasgos de Dios  por parte del ser humano, que asigna estos rasgos a sí mismo o al otro polo básico de la relación (la naturaleza). La noción de Hombre Nuevo en la tradición cristiana supone un don recibido, algo bastante lejano a los deseos de autodiseño actuales. Pero en su autoafirmación (esta oposición recepción-autoafirmación es también muy zambraniana), el ser humano se cree capaz de fundarse desde sus cimientos, haciendo tabla rasa con todo. Esta potencia, que se “vende” como liberadora, acaba convirtiéndose efectivamente en la más despótica y abre el camino a todo tipo de contradicciones: no deja de sorprender que una sociedad que diviniza la naturaleza, llegue a negarla (o a revolverse contra ella) afirmando una libertad absoluta para definirse (como si no hubiera recibido la base de lo que es). Lógicamente, una parte de esta corriente es decididamente antihumanista, pues niega la unidad de lo humano, para dividirla y enfrentarla en una guerra de polaridades (género-sexo, raza, etc.).

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