El mensaje de «Novecento» (1976), la película

Por Gaspar Jover Polo.

Se trata de una película que parece recorrida por un claro pensamiento ideológico de izquierdas, que simpatiza con la clase social baja, con los trabajadores, y todo lo contrario con la clase alta, con los terratenientes del campo italiano de la primera mitad del siglo XX. Pero el desencanto que manifiesta el director y guionista, Bertolucci, con respecto a las posibilidades que tiene la clase mayoritaria de organizarse y de organizar el estado después de derrotar al fascismo es tan fuerte, que se puede considerar, sobre todo, una película profundamente pesimista, dolorosamente pesimista, y ya se sabe que el pesimismo es un ingrediente ajeno por completo al comunismo y al resto de las teorías revolucionarias. Incluso se puede decir que Bertolucci dispara en este caso contra el núcleo de la filosofía marxista-leninista que sustenta a gran parte de los partidos de la izquierda. Según Novecento, no hay esperanza para los trabajadores pobres, para los campesinos del norte de Italia en particular.

El fascismo es derrotado, sí; parece que el pueblo está alegre porque por fin se ve libre de la bota nazi, porque va a poder autogestionarse en el terreno económico y en el político; pero la alegría dura pocas horas en la casa del pobre porque se nota que los campesinos protagonistas no saben qué hacer con la libertad recién conquistada, que no tienen previsto el siguiente paso; al mismo tiempo que un gobierno ya formado lejos, en la ciudad, y compuesto en gran parte por político profesionales sí tiene un plan pormenorizado, una idea bastante clara y precisa sobre cómo tiene que ser el futuro. La falta de esperanza que transmite el mensaje de Novecento es tan radical, que la victoria del pueblo, del campesinado especialmente, conquistada gracias a la unidad y a tantos esfuerzos y sacrificios, se queda en muy poco, que se les congela en el rostro la expresión de alegría a los campesinos protagonistas y se les transforma en mueca. Hasta tal punto es así que parte de los espectadores salimos del cine tristes, desesperanzados, aunque también admirados por el derroche de sensibilidad y de belleza que acabamos de disfrutar. No podemos dejar de sentirnos en gran parte satisfechos porque la música de Morricone es capaz de elevar a gran altura las imágenes de Storaro, el fotógrafo, que ya de por sí impresionan, y porque las interpretaciones de actores como De Niro, Depardieu, Burt Lancaster, Sterling Hayden son de las que sobrecogen.

Esta película denuncia el terror que impone el gobierno fascista y también critica a la clase social que da sustento al desarrollo del fascismo; pero, como alternativa al terror, no ofrece más que un gobierno liberal, una salida bastante pobre y en nada acorde con la envergadura de la lucha mantenida. Bertolucci trata con bastante amplitud el enfrentamiento entre clases sociales y explica desde un punto de vista marxista el ascenso del fascismo: “Los fascistas no son como los hongos, que nacen así, en una noche, no. Han sido los patronos los que han plantado los fascistas, los han querido, les han pagado”. La sangrienta lucha llevada a buen término contra las fuerzas del mal parece completamente necesaria a lo largo de la película, pero también resulta un tanto estéril, en el sentido de que el triunfo contra el fascismo no es capaz de aportar soluciones estables y de gran calado para el futuro la sociedad italiana. El mensaje ideológico de esta película no es nada ortodoxo pues nos muestra a unos campesinos que se mueven a bandazos, a una clase social baja extremadamente frágil pues se mueve por impulsos de generosidad y de entrega a la causa colectiva, por impulsos de conciencia de clase y por intuiciones geniales pero que carecen de la continuidad necesaria.

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