Estupenda producción para El peligro de las buenas compañías, una comedia fallida

Por Horacio Otheguy Riveira

A poco que se rasque, poco y nada se encuentra en la obra de Javier Gomá (Inconsolable) El peligro de las buenas compañías. Un intento de comedia que se queda muy lejos de las exigencias del género.

Los cuatro personajes —dos matrimonios en torno a los cincuenta años— acumulan tantos lugares comunes como referencias mal aprendidas, ya que mucho de Molière puede verse en la envidia del mediocre hacia el virtuoso, y en el cruce de aspiraciones y frustraciones de las mujeres, un poco de cualquier buena comedia francesa o española. Arrastra pretenciosos apuntes y hasta citas de filósofos como Hegel, Sartre o Nietzsche en el vacío de cuantiosas frases hechas. Pero, mágicamente, una producción exigente e imaginativa consigue que nos quedemos hasta el espléndido final.

Ya al levantarse el telón puede admirarse la unión entre los escenógrafos Curt Allen y Leticia Gañán y el director Juan Carlos Rubio con la mano maestra del músico Julio Awad, presentando un piano en un ambiente que recrea un pub típico de los 80, si bien no hay fijación temporal: un ambiente cálido y extra convencional para que transcurran todas las situaciones que acompañan a los cuatro personajes en su ristra de cuentacuentos, más dirigidos hacia los espectadores que hacia ellos mismos.

Un teatro en exceso contado, de mucho pensamiento en voz alta, con la mayor comicidad al servicio del enfurruñado maltratado por la severísima esposa y por el buenazo del cuñado que todo el bien lo hace sin proponérselo. En la comicidad más histriónica se luce Fernando Cayo con mucha categoría, pues aporta ingenio y brillantez a un texto muy reiterativo en un escenario compuesto con mucho arte por la dirección que da cauce donde apenas hay corriente.

El piano en escena aporta una vitalidad con la que se abre y cierra la función, dejando un buen sabor de boca que se extiende al saludo final donde los cuatro se mueven como en una breve coreografía. Cuatro estupendos intérpretes tantas veces aplaudidos en muy variados registros, pero pocas veces en una comedia tan pobre en la que deben arreglarse con personajes muy básicos; así y todo logran salir adelante hasta conquistar la satisfacción del público.

Como broche de oro, una canción con letra del autor y música —como toda la que se escucha— del maestro Julio Awad (entre muchas obras importantes, responsable de El jovencito Frankenstein, Sensible, Don Juan, un musical a sangre y fuego…) que permite un muy grato encuentro con las voces de Carmen Conesa y Fernando Cayo.

En definitiva: un enredo liviano con desenlace forzado para bien de todos y mal de ninguno, que puede resultar agradable si se visita con la intención de ver a cuatro grandes de la escena nacional en un género poco frecuentado y con una producción que aporta mucha creatividad.

De izquierda a derecha: Javier Gomá, Ernesto Arias, Miriam Montilla, Fernando Cayo, Carmen Conesa, Juan Carlos Rubio.

Intérpretes: Fernando Cayo, Carmen Conesa, Ernesto Arias, Miriam Montilla

Autor: Javier Gomá
Director: Juan Carlos Rubio

Escenografía: Estudio deDos (Curt Allen y Leticia Gañán)
Iluminación: José Manuel Guerra
Vestuario: Silvia de Marta
Composición y dirección musical: Julio Awad
Ayudantía de dirección: Chus Martínez
Dirección de producción: Maite Pijuán
Jefatura de producción y producción ejecutiva: Álvaro de Blas
Ayudantía de producción: Marco García
Dirección oficina técnica: Moi Cuenca
Oficina técnica: David Ruiz
Auxiliares de producción: Iván Garrido y Diego Rodríguez
Jefatura técnica: Álvaro Guisado
Regiduría: Chus Martínez
Maquinaria: Mariano Carvajal
Sonido: Andrés Duffill
Realización de la escenografía: Readest
Realización de trajes de hombre: Camille de le Mans

Una producción de Lantia Escénica.

TEATRO REINA VICTORIA

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