Alcarràs (2022), de Carla Simón – Crítica

Por Jordi Campeny.

Capturar, para que no se vaya del todo, nuestra Arcadia particular. Desandar el camino andado hasta el jardín de los primeros tiempos; recuperar su esencia y convertirla en cine. Rebelarse, sin acritud, ante los desmanes del progreso. Reivindicar las raíces, nuestro lugar en el mundo, el perfume de la infancia. Homenajear la familia, la tierra que pisamos, el pequeño mundo que habitamos. Para que no desaparezca, para que siga vivo a pesar de su extinción.

Estos parecen ser algunos de los motivos que movieron a la directora catalana Carla Simón a componer la que está siendo, sin duda, la película-evento del momento, la maravillosa Alcarràs: este canto a la tierra, a los que la trabajaron y a los que ya no la volverán a pisar; este retrato de tres generaciones empapado de amor, respeto y ternura; esta película hermosa y viva, este gran gesto político, esta obra maestra.

Ya se ha escrito y dicho casi todo sobre Alcarràs. La película eclosionó con una fuerza inusitada tras su histórico Oso de Oro en la pasada Berlinale. Desde entonces, el entusiasmo generado ha sido prácticamente unánime. Uno se acercó a ella en su inauguración en Barcelona con lógicas reservas tras tanto halago superlativo. Reservas que desaparecieron de un plumazo tras los primeros compases de esta inolvidable sinfonía sin partitura. Una estruendosa ovación de doce minutos a su término corroboró que nos hallábamos ante un trabajo realmente único, portentoso.

Son múltiples las virtudes de la cinta, pero es su tono, la cercanía de la cámara, su mirada limpia sin atisbo de cinismo y el amor inquebrantable hacia sus criaturas actores no profesionales todos ellos lo que logra un naturalismo poético sin fisuras que sitúa a la película más allá de la excelencia.

Tras la magnífica Estiu 1993, Carla Simón consigue llegar mucho más lejos en su segundo largometraje. Con ecos del neorrealismo italiano e incluso de los más bellos pasajes de los paisajes de Kiarostami, Alcarrás esconde, tras su aparente claridad y sencillez, un robusto e imponente trabajo de guion, cámara y montaje. En su empeño por rescatar la verdad, pura y desnuda, la cámara de Simón obra el milagro.

Y es en los rostros y en la voz de sus personajes donde respira esta vida sin artificios. Campesinos con la cara agrietada por el tiempo y el trabajo duro, abuelas discutiendo sobre sus quehaceres diarios mientras los más jóvenes recogen su última cosecha de melocotones, adolescentes ahogando su incertidumbre en las madrugadas etílicas de las fiestas de pueblo, niños siendo niños corriendo campo a través, ajenos al futuro incierto que les depara este último verano.

Alcarràs, local y universal, individual y colectiva, humana y política. Las historias mínimas de unos campesinos en su terruño del Segrià, asistiendo al desmoronamiento de su mundo, conectan con cualquier sensibilidad, como la del presidente del jurado del Festival de Berlín, el director americano de origen indio M. Night Shyamalan. Ahí reside el milagro de su alquimia. La luminosa desintegración de estas vidas de Alcarràs borra, también, las huellas de nuestro propio mundo.

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