El Ateneo de Madrid rinde homenaje a Magüi Mira en el Bloomsday 2022

Por Horacio Otheguy Riveira

Mañana jueves 16 de junio, la actriz y directora Magüi Mira recibirá un homenaje muy especial, como tan especial es que continúe interpretando el monólogo Molly Bloom, 43 años después de haberlo estrenado. Los años no pasan en vano, ganan en cualidades mayores, años prolíficos en interpretaciones en teatro y cine, además de puestas en escena arriesgadas, bien nutridas de imaginación y talento. Si todo este vergel en una mujer de teatro eminente ya forma parte de la historia del teatro español con buenos recorridos por San Petersburgo con sus aplaudidas puestas de un Shakespeare y un Sanchis Sinisterra…, vaya maravilla que ilustres hombres españoles e irlandeses, admiradores del Ulises de James Joyce, año a año homenajeado como en su Dublin natal, se rindan a sus espléndidas circunstancias actuales y soliciten su presencia para unirla a la vigorosa jornada de los Bloom: triunfo de una ficción revolucionaria y a la vez costumbrista de los años 20, que continúa sembrando admiración y polémica, encendida pasión con espíritu crítico de una obra maestra que más que leerse se navega.

Recordemos que Magüi Mira continúa en gira con Molly Bloom, y acaba de rodar dos películas como actriz, Venus, de Jaume Balagueró, y Alguien que cuide de mí, de Daniela Féjerman y Elvira Lindo;  y como directora a punto de estrenar en el Español Los nocturnos, de Irma Correa, con Marta Etura y Jorge Bedoya; y otra en agosto en el Palacio Valdés, Adictos, de Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez con Lola Herrera, Lola Baldrich, Ana Labordeta.

Una actividad intensa, muy variada, posible gracias a una entrega incondicional al trabajo bien hecho, una capacidad que nunca encuentra límites:

Los límites existen, claro, más aún a mis 77 años, pero es tan hermoso todo lo que me toca, tan creativa la gente que me rodea que cada instante combina el nerviosismo natural para atrapar cuanto antes algo de las muchas ideas que circulan por todo mi cuerpo, que al fin y al cabo no encuentro mejor revitalizante. Así, cada momento delante de las cámaras creando personajes tan distintos a mí, para luego pasar a trabajar textos y convertirlos en funciones que, tras cada estreno, visitaré a menudo para observar a los intérpretes y ayudarles a enriquecer su creatividad cada vez que entren en escena… Y Molly, mi querida Molly, cuántas satisfacciones me da este espíritu rebelde, travieso, formidable, ahora con este extra en el Ateneo… una invitación que agradezco profundamente, una alegría nunca imaginada.

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Extractos de la crítica publicada en CULTURAMAS: Magüi Mira es Molly Bloom en las tinieblas de la memoria, mientras pasa un tren que llora

[…] Una cama que podría ser de los años veinte, oscuridad alrededor, y un potente espacio sonoro reducido al máximo: la voz de Molly viene de lejos, es más, la sorprendemos en soliloquio ya iniciado con un enjambre de voces femeninas que se apagan para que solo la escuchemos a ella, y así navegar a su lado en torno a una cama clave para las pasiones y desdichas de los sexos más o menos hambrientos que se buscan y desencuentran, aunque «ellos» crean haberlo dominado todo.

La gran cama negra y el negro vestido del personaje invitan a creer que este suceso es luctuoso, que su voz está encerrada no solo en su mente sino en una mortandad trágica, circular, que aletea con la esperanza de que se acabe por comprender lo que una mujer necesita en un mundo de hombres egoístas. Paradójicamente, tampoco se salva el luminoso escritor que le dio vida, pues fue un sumiso compañero de una esposa dominante y padre posesivo de su única hija a la que trastornó hasta acabar en un manicomio (La hija de James Joyce).

Magüi Mira es Molly Bloom en 2022 con una energía trágica cargada de esperanza. Propia de toda tragicomedia que hace del lodo nauseabundo por donde se mueve, un lago de prístina belleza, una preciosidad (palabra que se repite notablemente a lo largo del texto) capaz de llenar las salas donde se representa con predominante público femenino. Al acabar la función la actriz agradece los aplausos sobriamente, no sonríe como si no hubiera pasado nada. Mantiene la contención dramática, el profundo dolor de su personaje y los aplausos aumentan para retener lo más posible la musical cadencia de un trabajo excepcional.

 

Nunca pensé que mi apellido sería Bloom… El mío lo perdí cuando me casé con Leopold. Lo escribía en letras mayúsculas para ver qué tal quedaría en los carteles. Molly Bloom. Molly. Mi madre me podía haber puesto un nombre más bonito…, con lo precioso que era el suyo…Lunita… Lunita… lunita. Ese tren otra vez. Ahora parece como si llorase. Me recuerda esa canción «Cuando los días pasados que no volverán…» (Foto: Gentileza Antonio Castro).

 

 

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