«La voluntad de creer» en maremágnum de palabras

Horacio Otheguy Riveira.

Desde un escenario despojado por completo, sobre un suelo blanco impoluto, un grupo de intérpretes interpelan moderadamente al público a medida que llega, para ir desbrozando una historia de pueblo vasco, mientras la misma trama se desarrolla en un pequeño televisor donde se proyecta la película Ordet, de Carl T. Dreyer, 1955. No todos los espectadores pueden ver esto último, ni saber que esta película  sueca (genial para algunos, para otros plomiza con formidables imágenes) es el punto de inspiración de Pablo Messiez, autor y director de esto que dio a titular La voluntad de creer.

La confusión de estas historias paralelas tiene momentos de ingeniosa irrupción tragicómica y otros de dramedia costumbrista sin mobiliario. Los dos actores y las cuatro actrices van dejando a un lado esta evidente condición y cambian su vestuario para asumir personajes típicos de familia.  Los lugares comunes suman hasta que uno de ellos se cree Jesucristo y abunda en sermonear dirigiéndose al público con cierta dosis de humor absurdo que le permite dar lecciones filosófico-cristianas y a la vez parodiar elementos del cristianismo en un batido de irrelevantes disquisiciones tales como, mirando al público: «No quiero morir. Pero voy a morir. Como todos».

De un lado y de otro, con atisbos de profundidad mal entendida, la función avanza en un quiero y no puedo de aventuras teatrales que no encuentran un camino diáfano. A fuerza de no comprometerse con ningún estilo definido, lo que queda es un abusivo juego de teatro en el teatro con el que demuestra absoluta desconfianza del arte dramático. Tanto es así que cada dos por tres, cualquier miembro del sexteto, ha de dejar claro que está actuando, y como la cosa va de creer o no creer, hay mucho discurso sobre la vida y la muerte y bastante más tocado de oído…

Jóvenes artistas enamoradas entre sí y de la música autóctona del norte argentino, la que nadie conocía fuera de sus fronteras: Leda y María. Leda Valladares y María Elena Walsh, esta última se consagró como poeta-compositora-cantante para niños y adultos con éxito internacional.

Tras el farragoso planteamiento —mechado de citas al paso: Kierkegaard, Sartre, Silvina Ocampo…—, hay un gran momento desaprovechado. La pareja formada por dos mujeres —la menor de la familia vasca y una chica argentina— trae de Humahuaca, pequeña y hermosa región del norte argentino, un disco excepcional grabado por Leda y María, dos jóvenes que exploraron y versionaron música aborigen, desconocida por la muy europea tradición del país. Fue un acontecimiento que entre 1953 y 1963 influyó sobremanera en la música folclórica nacional. Aunque, en esencia, conforman una revolución similar a la planteada por el autor de la obra, frente a la importancia de «creer en lo imposible», aquí ni siquiera se las puede escuchar, pues cuando suenan la reproducción es tan fugaz que no puede percibirse la riqueza de su creación. Creadoras musicales, poetas, lesbianas en tiempos difíciles, como no lo son menos las de la pareja de esta función, una de las cuales espera un bebé y se convierte en centro neurálgico de esta Voluntad de creer que, incluso en el gran potencial del final, cargado de alegorías y humor negro, se sostiene fundamentalmente por el muy voluntarioso apoyo de todo el elenco, embarcado en un admirable ejercicio que “parece” trabajar sobre un texto firme y amplias zonas de improvisación con entrega generosa de las experiencias personales de todos ellos.

Marina Fantini (Claudia, mujer de Amparo)
Carlota Gaviño (Paz, segunda hermana)
Rebeca Hernando (Felicidad, hermana mayor)
José Juan Rodríguez (Juan, hermano menor)
Íñigo Rodríguez-Claro (Doctor)
Mikele Urroz (Amparo, tercera hermana)

En definitiva: un trabajo plásticamente rico en sugerencias, que falla por excesiva desconfianza en el arte dramático de contar historias, recargando situaciones de interrelación con el público e intenciones sin resolver. Los intérpretes logran que mantengamos el interés hasta el final.

 

Diseño de espacio escénico Max Glaenzel
Diseño de iluminación Carlos Marquerie
Ayudante de iluminación Juanan Morales
Diseño de vestuario Cecilia Molano
Movimiento escénico Elena Córdoba
Producción Buxman Prod. Jordi Buxó, Aitor Tejada y Pablo Ramos
Ayudante de producción Roberto Mansilla
Ayudante de dirección Javier L. Patiño

Fotos Laia Nogueras

Una coproducción de Teatro Español y Buxman Producciones

Para la escritura de esta obra, el autor disfrutó de una residencia de escritura en la Sala
Beckett en 2022.

NAVES DEL ESPAÑOL EN MATADERO HASTA EL 23 DE OCTUBRE 2022

__________________________________________________

Otros montajes de Pablo Messiez:

Los días felices (versión y dirección)

He nacido para verte sonreír (dirección)

La piedra oscura (dirección)

__________________________________________________

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *