El cuarto pasajero (2022), de Álex de la Iglesia – Crítica

Por Rubén Téllez.

BLA, BLA, CAR; o el peligro de hablar con desconocidos por Internet.

Como un beso inocente que abre un volcán de sangre, incertidumbre y caos en la piel del receptor, así se podría definir El cuarto pasajero, cinta en la que Álex de la Iglesia se reúne, entre otros, con Blanca Suárez, Ernestos Alterio, Carlos Areces, Jaime Ordóñez y Enrique Villén.

Para reducir gastos, Julián (Alberto San Juan), divorciado, con dos hijos y un sueldo elevado que no le da para llegar de forma holgada a fin de mes, recurre de forma habitual a una aplicación que tiene más semejanzas que diferencias con BlaBlaCar. Su intención en este viaje es declararle su amor a Lorena (Blanca Suárez), una joven veinte años menor que él con la que ha compartido miles de kilómetros en carretera. Así, cuando se suban al coche Juan Carlos (Ernesto Alterio), viva personificación de la extravagancia, y Sergio (Rubén Cortada), versión del hippie distorsionado por la modernidad, lo que debía ser un tranquilo viaje de Bilbao a Madrid terminará desbarrando en el sentido más literal de la palabra.

Los siguientes versos que Walt Whitman escribió en El canto de mí mismo resumen las dos ideas de la película con precisión milimétrica; “Yo me celebro y me canto,/ y cuanto hago mío será tuyo también,/ porque no hay átomo en mí que no te pertenezca”, “No te pregunto quién eres, eso no me importa.”

La cinta es, ante todo, y como bien rezan los posters y trailers promocionales, una comedia romántica. No hay más idea que la de entretener al espectador ofreciéndole la edulcorada historia de amor que, por no poder vivirla en la realidad, le gusta ver en la gran pantalla. El argumento cumple con los puntos mínimos que se le exigen a un rom-com y, por tanto, alguien con más de tres neuronas funcionando sabrá, antes siquiera de haber entrado en la sala oscura, cómo va a terminar la historia.

Pero estando el bilbaíno tras la cámara, el tufo a ñoño que debería ensuciar todos y cada uno de los fotogramas desaparece por completo, dejando libre una vacante que ocupan los rasgos de estilo marca de la casa, marca de la Iglesia; unos personajes puramente españoles estereotipados hasta el paroxismo, humor negro tan salvaje como lacerante, caos que deviene en vorágine mortal, un amor incondicional, irracional y obsesivo que hace sangrar a las partes contrayentes y un argumento tan frágil y absurdo que, paradójicamente, nunca pierde la credibilidad por estar sucediendo en un mundo de pura locura.

Y es ahí, en el mcguffin que hace avanzar la trama, donde se encuentra el otro gran acierto de la cinta. Dijo Freud que “todo chiste, en el fondo, encubre una verdad”, y el director, al situar el foco en esas aplicaciones que ponen en contacto a desconocidos dispuestos a ignorar los peligros de Internet, esos de los que tanto se previene a los más pequeños, pero que, actualmente, están sufriendo muchos adultos, con tal de satisfacer un deseo común, ya sea pagar más barata la gasolina o mantener relaciones sexuales esporádicas, parece suscribir las palabras del padre del psicoanálisis. Dicho de otra forma; que los personajes usen una copia de BlaBlaCar no es una decisión arbitraria; es, más bien, una advertencia.

La cámara marca a la perfección el tempo de la cinta, moviéndose como una bala desquiciada en las escenas de acción o deteniéndose en los rostros de los protagonistas cuando tienen que dar el inexorable beso que está unido a este tipo de comedias. Y a pesar de que todo el reparto ofrece unas interpretaciones de nivel, potenciando los chistes y ganándose el cariño del público, merece una mención aparte Ernesto Alterio, que se come la pantalla con lo que se podría bautizar como la representación definitiva del buen cuñado en el cine.

Si el espectador quiere dar, en un coche compartido, ese beso inocente que abra un volcán de sangre, incertidumbre y caos en la piel del receptor, que no haga como Whitman, y le pregunte a sus acompañantes quiénes son, sabiendo de antemano que pueden estar faltando a la verdad, porque, por muy surrealista que suene tener que decirlo a estas alturas de la película, la gente miente, y en Internet más. El propio nombre de la aplicación lo indica; bla, bla, car.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *