As bestas (2022), de Rodrigo Sorogoyen – Crítica

Por Rubén Téllez.

O SANGUE: o la violencia que se esconde bajo la naturaleza.

Como un viento que por feroz, por salvaje, por intempestivo, adquiere la dureza y el desenfreno del cuchillo, pudiendo terminar con la vida de todo ser humano con el que se cruce sin atender a razones, sin temer a la cascada de sangre que pueda abrir, sin mirar hacia un pasado igual de frío, por inexistente, que el futuro, así se podría definir a los personajes interpretados por Luis Zahera y Diego Anido en As Bestas, cinta de Rodrigo Sorogoyen que participó, entre otros, en los Festivales de Cannes y San Sebastián, y que se alzó con el Premio del Público en este último.

Antoine (Denis Menochet) y Olga (Marina Fois), franceses cultivados de mediana edad, se asentaron hace dos años en un pueblo gallego con la intención de crear una aldea ecológica en la que poder envejecer. Sus días se suceden los unos a los otros de forma tranquila, sin sobresaltos, pero cuando se nieguen a vender sus tierras a una empresa de energías eólicas que planea convertir la zona en una granja de molinos de viento, sus vecinos, Xan (Zahera) y Lorenzo (Anido), empezarán a hacerles la vida imposible, espiándoles de noche, arruinando sus cultivos, siguiéndoles por la calle e intimidándoles con armas de fuego, con la intención de que firmen el contrato que les ha sido ofrecido y se marchen para siempre de ese jardín edénico en el que han encontrado la paz.

Escribió Lorca en Poeta en Nueva York: “Asesinado por el cielo./ Entre las formas que van hacia la sierpe/ y las formas que buscan el cristal,/ dejaré crecer mis cabellos./ Con el árbol de muñones que no canta/ y el niño con el blanco rostro de huevo./ Con los animalitos de cabeza rota/ y el agua harapienta de los pies secos./ Con todo lo que tiene cansancio sordomudo/ y mariposa ahogada en el tintero./ Tropezando con mi rostro distinto de cada día./ ¡Asesinado por el cielo!” Y así, consciente de su muerte inminente y por ello, incapaz de aceptar que le está abrazando lentamente, es como se siente el protagonista de la película.

Es el utilizar un género determinado que haga atractiva la cinta a ojos del público con la intención de llenar la sala, un rasgo de estilo de Sorogoyen. En gran parte de su filmografía, el cineasta entrega al espectador una obra que, bajo un envoltorio de thriller asfixiante, oculta una disección compleja, amarga y violenta del ser humano y el mundo, o los mundos, que habita, y As Bestas no es una excepción. Esta vez, las vísceras son cubiertas por el barro de una camisa que huele a hojas secas, resentimiento y, de nuevo, sangre.

La excusa de narrar la crónica de una muerte más que anunciada le sirve al director para, a través de reducidas y sencillas pinceladas, retratar en su desnudez más absoluta al hombre, con sus engaños y sus sueños guardados en cofres de hueso y canas, al mismo tiempo que desmitifica eso que de forma tácita ha adquirido un carácter divino; la vida en el campo. El conflicto entre Menochet y Zahera explosiona en un pueblo gallego que bien podría ser cualquier lugar de España, o del planeta, y, en el proceso, deja en paños menores las mentiras de un capitalismo voraz que se disfraza de ecologismo con tal de seguir haciendo eso que tan bien se le da, pone en entredicho el trabajo de unos apáticos e imparciales burócratas armados incapaces de enunciar nada más allá de lo evidente, muestra con pasmosa clarividencia la facilidad con la que nacen monstruos como la xenofobia, prueba que la desesperación puede convertir a los humanos en puras bestias y, como colofón, reflexiona sobre las posibilidades catárticas del perdón. Todo dentro de eso que los trailers anuncian como “thriller rural”.

Sorogoyen opta por una puesta en escena más pausada que de costumbre; con planos secuencia estáticos que se convierten en unas manos alrededor del cuello de los personajes, con unas imágenes que provocan heridas en la retina. Si la precisión en cada una de las interpretaciones es digna de aplauso, la incertidumbre, el desvalimiento y la bondad que transmite la mirada de Menochet es para que el espectador se arrodille ante él.

“Cuando se hundieron las formas puras/ bajo el cri cri de las margaritas,/ comprendí que me habían asesinado” escribió Lorca. Y ese asesinato, el que lleva a cabo un viento salvaje, feroz e intempestivo, es lo que narra, entre otras muchas cosas, con absoluta maestría, Sorogoyen en As Bestas.

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