Sin levantar la voz

Ricardo Álamo.- Quien diga que en un libro de aforismos (y, por extensión, en cualquier otro libro) hay cuestiones mayores y menores, no sabe de lo que habla. Tan importante es la elección del título del libro como la disposición y el orden de cada uno de los aforismos en el mismo. Fundamentalísima es, por ejemplo, la decisión de cuáles deben de ser el primer y el último aforismos, ya que en ese primer aforismo estará cifrada (o no) la promesa de algo sorprendente y prodigioso que el autor le hace al lector para que le dedique su tiempo a su libro, mientras que en el último aforismo tendrá que estar (o no) inserta la posibilidad de que algo significativo retumbe dentro del lector y de su memoria. Igualmente crucial es la elección de las citas de otros autores en las páginas de respeto. Cualquiera de estos aspectos que podrían parecer menores o sin mucha importancia en relación al contenido sensu stricto del libro, no deberían dejarse al albur del mero capricho o de la desganada voluntad del autor, puesto que suponen para el lector un termómetro valiosísimo con el que medir la temperatura literaria (e incluso moral) de aquello que se expone y se dirime en cada una de sus páginas.

Sin querer pecar de aquiescencia, cada una de estas consideraciones previas que desparramo aquí a modo de desiderata parece que no las hubiera obviado ni una sola vez Daniel Mocher en Los propios pasos, su tercer libro de aforismos. Un libro en el que tanto su propio título como el primer y último aforismos, amén de la cita inicial de Joseph Roth, giran sincopadamente alrededor de unos mismos temas en los que el movimiento melódico de su voz queda supeditado a la progresión de unos acordes que, como ocurre en la música barroca con el bajo continuo, sufre rápidos y frecuentes cambios de ritmo, aunque sostenido sobre un compás uniforme, claro y sencillo. Esa melodía en la que rítmicamente suena su voz —aunque con ligeras variaciones— no es otra que la de un sujeto cuyos pasos (en la vida, en la literatura y en el pensamiento) se sustentan en una reconocible y reconocida tradición (o en unos préstamos) a la que Daniel añade sus propias notas. Cómo si no entender que el aforismo con el que se abre su libro afirme que «La mayoría de las cualidades propias son prestadas» y el aforismo con el que se cierra diga que «Aunque nos perdamos, la mejor manera de encontrarse es seguir los propios pasos», veneros o manantiales cristalinos ambos procedentes de esa profunda y sabia fuente que fue la obra del novelista y periodista austríaco de origen judío Joseph Roth, quien, a modo de lección espiritual, dejó escrito para la posteridad que Mientras uno se mueve por sus propios pasos parece que va a vivir eternamente. Esos pasos literarios, vitales, que se encaminan hacia la eternidad de la mano y de la compañía de lo que otros autores plasmaron genialmente en sus obras, son sin duda alguna los que Daniel Mocher toma como referentes para no perderse en el laberinto de este mundo nuestro, a la vez complejo y sumamente banal, pasos que él hace propios y que le sirven para darle otra vuelta de tuerca a asuntos tan diversos pero relacionados entre sí como son la bondad, la piedad, la humildad, la belleza, la verdad, Dios, la soledad o el ego.

Dividido en seis partes (Cualidades propias, Estar como si nada, Interés público, Lo más pequeño, Viejos amigos e Ingeniería poética), el libro de Daniel tiene la impagable virtud de que bastaría con leer su primera parte para saber que el pensar y el sentir que destila su voz son los de alguien que «canta lo pequeño o aquello en lo que el acento es canción y no aria y ringorrango» (como diría mi amigo Javier Castro Flórez). Una voz que además ni condesciende con la vehemencia propia de quien se sube a una tribuna para pontificar sobre todo lo humano y lo divino ni mucho menos se presta a apostrofar —como un hábil y sofistero moralista— acerca de las miserias sociales, económicas y políticas de nuestro siglo o de sus muchas y enraizadas injusticias. Más bien la voz de Daniel Mocher se expresa con moderación y sentido común, sin estridencias de ningún tipo, en tono bajo, a veces con un leve staccato burlón, y otras amortiguando en la medida de lo posible su juicio censor.

Uno de los temas más recurrentes en todo el libro es el de la representación del “yo” en sus relaciones con los demás, y a tenor de lo expresado por Daniel Mocher en muchos de sus aforismos, se diría que en alguna medida son casi todos ellos tributarios de aquella fórmula rimbaudiana, paradójica y contradictoria, comprendida en el enunciado “Je suis un autre” (Yo soy otro), en el que la identidad del sujeto se confunde con la del prójimo o, en todo caso, no renuncia a una yuxtaposición con ella, buscando quizá en último término su proximidad y no su rechazo. Naturalmente, una lectura en clave religiosa también es igualmente pertinente, puesto que explícita o implícitamente el mensaje de no responder al mal con otro mal (como en el sermón de la montaña), sino con el bien, y amar al enemigo, sobrevuela en más de una ocasión sobre algunos de ellos. Lean, si no:

 

El miedo a lo horrible solo puede ser superado como hizo san Francisco de Asís con su miedo a la lepra: abrazando, besando, aceptando y amando al leproso.

Piensa en los demás y acertarás.

El pan compartido sabe a gloria.

La mejor manera de pensar por uno mismo es pensar en todos.

Lo importante hay que esconderlo al alcance de todos.

La historia de la humanidad se redime cada vez que alguien pone la otra mejilla.

 

Ni que decir tiene que, excepción hecha de estos ejemplos, otros muchos aforismos de Los propios pasos van mucho más allá de esa declarada postulación por lo simbiótico y menudean aquí y allá ciertos reclamos sobre la utilidad de lo inútil (en la estela, por ejemplo, del manifiesto de Nuccio Ordine), como cuando afirma Qué inútiles nos volvemos cuando solo podemos darle importancia a las cosas útiles; o sobre la falta de introspección y de autoconciencia (en la estela kantiana), al manifestar que Los autómatas del siglo XVIII producían una mezcla de encanto y pavor. Nosotros, los autómatas del sigo XXI, estamos perdiendo todo el encanto; o, en fin, sobre los risibles o patéticos deseos de felicidad que se graban como un mantra casi forzoso en el inconsciente colectivo: Tener un apartamento en la playa a veces sale muy caro, nos puede costar toda la dignidad que poseemos.

A que no nos dejemos adocenar y a que miremos más por nuestro bien y por el de los demás van dirigidos Los propios pasos, un libro que sin levantar la voz nos reclama.

 

Daniel Mocher, Los propios pasos. La Isla de Siltolá, Sevilla, 2022.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *