‘La maestra de Stalin’, de Cristina Cerrada

JOSÉ LUIS MUÑOZ,

Sucede muy de tarde en tarde el que uno tropiece con un libro deslumbrante que te atrape desde el primer párrafo al último. Todas las historias parecen ya haber sido contadas, pero es la forma de contarlas, su estilo narrativo, el punto de vista adoptado, lo que diferencia unas de otras. Siempre he dicho que lo peor que le puede pasar a un escritor cuando publica un libro es la indiferencia, que el lector lo cierre sin haberse sentido sacudido o conmovido por él. Esto no sucede con La maestra de Stalin. El punto fuerte de este libro de Cristina Cerrada, una escritora con una voz propia muy potente, es el estilo preciso, depurado, minimalista, de frase corta que golpea una y otra vez la retina del que lo está leyendo y hace que sea una de las autoras más interesantes de la escena nacional, en la primera fila de la generación de jóvenes narradoras españolas.

Doctora en estudios literarios por la UCM, licenciada en teoría de la literatura y Literatura Comparada por la UCM, y en Sociología por la UNED, Cristina Cerrada ha publicado las novelas Europa, Cosmorama, Cenicienta en Pensilvania, Premio Internacional Ciudad de Barbastro, Anatomía de Caín, La mujer calva, Premio Lengua de Trapo de novela, Alianzas duraderas, y Calor de hogar, S.A., Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla. Colabora en diversos medios y forma parte del colectivo artístico Hijos de Mary Shelley.

Como premonición de lo que está pasando ahora en nuestro continente, la novelista madrileña habla de un conflicto de identidades en Europa del Este, en un país fronterizo con Asia, en donde se gesta una revuelta nacionalista que va a enfrentar a unos con otros / La separación está próxima. Brindemos por nuestro nuevo gobierno, que con ayuda de la Gran Madre Patria limpiará nuestra tierra de indeseables extranjeros y la devolverá a sus legítimos herederos. /, y de ahí el horror de una guerra que se ceba, y Cristina lo remarca, contra las mujeres, como ha sucedido en todas las guerras, las secuelas que duran mucho más que las mismas guerras, y enfrenta a vecinos que llevaban muchos años conviviendo y se han envenenado con el fantasma del nacionalismo y las banderías./ No tendrías ni que estar aquí. Por culpa tuya y de los tuyos estamos los demás así. / Una guerra que deja tras sí un paisaje desolador.

Pasa un perro y luego otro, y luego otro más. Silenciosos, como en una película muda, los perros la esquivan y hurgan en la basura. Ella sortea los perros, los escombros, los sofás de despanzurrados con sus hierros retorcidos saliendo de un cojín, los coches abandonados, los frigoríficos oxidados y los neumáticos ennegrecidos al sol. Surgen más perros y más gatos. Se diría que hay más perros y gatos que personas en esta ciudad.

La prosa de Cristina Cerrada que, al que esto escribe, le remite a Elfride Jelinek o Ertha Müller, dos de las escritoras ganadoras del Premio Nóbel de Literatura que más admiro, es todo un ejercicio de síntesis, es una exploración constante de la capacidad del lenguaje para transmitir sensaciones, una reivindicación del menos es más que cristaliza en un fraseado corto, muchas veces reducido a una sola palabra sin acompañamiento verbal y renuncia a la adjetivación con lo que obtiene sorprendentes resultados dramáticos en un dominio de ese estilo sobrio y afilado del que hace gala con una maestría absoluta: En cada parada se baja una persona. Cuando las puertas se abren, entran hojas secas empujadas por el viento. El otoño es muy frío este año. Todo se llena de escarcha. Los coches. La superficie de los charcos. Los bancos de los parques.

La novela gira en torno a  Eka, que en la adolescencia tuvo que huir de su pueblo a causa de la guerra: Durante años siempre están en guerra. Las personas tienen que abandonar sus hogares porque sus vecinos de toda la vida les odian y los expulsan de allí. Antes no les odiaban, pero ahora sí. Ese trauma gestado durante su niñez la marca cuando, años después, Eka es agente de policía que sueña con marchar a Canadá: Ha querido contárselo mil veces a alguien. Llo de robar. Está segura de que tiene que ver con todo aquello. Todo tiene que ver siempre con aquello. Con el pasado. Al menos, eso se dice a sí mismo para acallar su conciencia, igual que diría un terapeuta. Un terapeuta diría que robar es solo el síntoma. De todas formas, ella necesita dinero. De agente de policía no se gana lo bastante como para conseguir un visado a Canadá.

Los traumas sufridos durante la adolescencia / Eka echa a correr y se refugia en un portal. Ve pasar mujeres corriendo sin dirección, como peonzas erráticas. Cuando los hombres las alcanzan, les arrancan el bolso y la ropa, lo que llevan encima. / incapacitan a la protagonista para ser esposa, madre / Un día, mientras se ducha, Eka expulsa sangre por abajo. Junto con la sangre expulsa también algo más. Trozos de tejido grandes. No sabe. Algunos con formas reconocible, /  e hija debido a sus carencias afectivas y el peso del dolor, porque la novela aborda también el tema de la familia, el pasado que vuelve y no se olvida y la violencia que se ejerce muy especialmente sobre la mujer: ¿Qué prefieres? ¿Que la follemos o que la matemos? Si la matamos, lo haremos de un tiro. Será rápido y sin dolor. Si la follamos, lo haremos todos. Tu amiga querrá haber muerto antes de que acabemos.

Cristina Cerrada nos sitúa en un ambiente sombrío y sin esperanza con descripciones someras de, por ejemplo, la pobreza arquitectónica de las instalaciones policiales en donde presta servicio la protagonista: La comisaría central de policía no se parece a las que salen por televisión. Es antigua, como todo en el país. Un resto de la Perestroika. Está construida con materiales de otra época, hierro oxidado y hormigón. Aunque en Occidente estén de moda, lo de aquí es pura necesidad.

La violencia, soterrada, hermana al ser humano con el mundo animal, porque la violencia es hija de la propia naturaleza: Mata a dos gallinas. Cuando el gallinero queda en calma, ve al hámster. Está acurrucado en un rincón. Le golpea con todas sus fuerzas. Tirado en el suelo, parece un trapo, tiene la cabeza abierta y las tripas al descubierto. Las gallinas que han quedado se han congregado a su alrededor y lo picotean. Al principio, tímidamente. Con ganas, después. Una violencia que del reino animal pasa al humano: Eka coge la pala del suelo y la deja caer sobre su cara. Kopla da un grito. Eka vuelve a golpearlo. Su cabeza se abre como un melón.

La maestra de Stalin se devora rápido (una tarde empleé en ello), es literatura adictiva, inspiradora, enriquecedora, necesaria y profunda que permanece en el lector una vez cerrado el libro.

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