La poética del cuerpo o cómo filmar la carne
Por Rubén Téllez.
Como un impenetrable cofre de seda cuyo exterior hipnotiza tanto como fascina y que, como consecuencia directa, introduce en todo aquel que lo toca el impulsivo deseo de descubrir qué tiene dentro, así se podría definir a la protagonista de La mujer casada, obra maestra de Jean-Luc Godard tan indiscutible como olvidada.
La vida de Charlotte (Macha Méril) transcurre entre la cama de su marido (Bernard Noël), un piloto de retina poco instruida y excesivos kilómetros en el motor cuyo carácter bondadoso devino en violento en el momento en el que las sospechas de infidelidad asomaron por la puerta, y la de su amante (Philippe Leroy), un actor de teatro al que las letras de los clásicos han otorgado una serenidad y una educación difíciles de igualar. Así, el día que se descubra embarazada sin saber quién es el padre, tendrá que tomar la difícil decisión de elegir a uno de los dos.
Escribió Pedro Salinas en Largo Lamento; “Palpo / con las manos abiertas / el torso de la luz de la mañana / o una hermosa cabeza de mujer”. Estos versos describen, por un lado, la desazón sufrida por el poeta al no encontrarse, o no reconocerse, en esos objetos y gestos cotidianos que antes le proporcionaban un placer imperecedero, y, por otro, la escena inicial de La mujer casada, en la que la cabeza de la protagonista se convierte en lecho para la mano de su amante.
Dicha escena anuncia lo que vendrá a continuación, al mismo tiempo que define el tono y las intenciones de la obra. Toda la cinta es un largo beso que intenta de forma desesperada traspasar la piel para llegar a lo más profundo, a lo más hondo, al yo más verdadero. Ante una sociedad que dicta a través de revistas, anuncios y programas de televisión los rasgos estéticos que debe cumplir una mujer para poder ser considerada como atractiva, y que consecuentemente prioriza hasta el preocupante paroxismo el envoltorio del paquete por encima del propio contenido, el maestro francés decide desnudar a su protagonista y dejarla confusa y embarazada en el punto exacto y silencioso en el que se bifurca el camino, obligándola a hacer un ejercicio de introspección brutal para poder descubrir quién es y a quién ama en realidad. El sexo, por tanto, es convertido en remedio y enfermedad al ser presentado como la única herramienta con la que cavar un hoyo en ese desierto de carne que tantas incertidumbres alberga. Unas incertidumbres, todo debe decirse, gestadas en las entrañas de una libido constantemente sedienta, completamente insaciable.
Al mismo tiempo, la película adquiere el carácter de retrato generacional, puesto que filma con mordaz acierto el sometimiento que padecen las féminas sesenteras; los padres, los maridos y los amantes se convierten aquí en látigos obsesivos que buscan encarcelar los cuerpos más bonitos dentro de las paredes más lujosas con la intención de proyectar una imagen de orden y posesión que se termina desvelando como el principal síntoma de una masa enferma de maquillaje y oro. Godard, a través de sus habituales gafas de sol, observa con una distancia primordial a la sociedad de la época y utiliza los conocimientos adquiridos para abrir una herida profunda por la que erupcionan incontables signos de interrogación que no vienen acompañados de su correspondiente respuesta.
La cámara se transforma en unos labios densos y suaves que se deslizan por la piel de la protagonista, obteniendo como resultado unas imágenes tan poéticas como sensuales. Si Dreyer y Bergman eran los mejores filmando rostros, Godard es, junto a Buñuel, el mejor haciendo lo propio con las piernas, los brazos, los vientres y las espaldas de las mujeres. Cada fotograma de la película se adhiere a la retina buscando, y consiguiendo, embriagar a un espectador que no puede hacer más que rendirse ante el talento del maestro francés.
“Y busco y busco, sobre todo allí / donde debía yo estar si no recuerdo mal / antes de mi extravío”, escribió Salinas. El espectador, al igual que los protagonistas, quedará hipnotizado por ese cofre de seda y necesitará descubrir qué hay dentro. El número de respuestas dependerá de sus ganas de buscar, de reflexionar.