Sobre «La mujer casada»

Por Rubén Téllez.

Godard dedicó toda carrera a reflexionar sobre la imagen cinematográfica, a estudiar todas las películas que tuvo a su alcance y a abrir nuevas vías, nuevos caminos, nuevas formas expresivas para la disciplina artística más popular del siglo XX. Pero no por ello descuidó nunca el discurso de sus cintas ni convirtió su obra en una secuenciación de imágenes autoconscientes que hablasen únicamente de sí mismas frente a un espejo; todo lo contrario, el autor de Al final de la escapada siempre tuvo un compromiso político que caló en sus películas, aunque en algunas fuese más evidente que otras, y nunca le dio la espalda a la realidad ni a los cambios que se iban produciendo en el mundo. Así, varios de los títulos que conforman la primera etapa de su carrera —que se inicia con la cinta arriba citada y se cierra Origen U.S.A— son impresionantes denuncias del patriarcado: desde Vivir su vida, en la que Anna Karina da vida a Nana, una joven que sufre los abusos del capitalismo y que termina viéndose obligada a ejercer la prostitución para poder sobrevivir; pasando por El desprecio, en la que el personaje de Michel Piccoli ofrece a su mujer (Brigitte Bardot) como moneda de cambio —como si de un objeto se tratase— a un productor de cine para conseguir un trabajo; hasta llegar a Una mujer casada, razón de ser de este texto.

La protagonista, Charlotte (Marcha Meril), descubre un día que está embarazada, pero desconoce si el padre es su marido o su amante. Durante las veinticuatro horas siguientes, atraviesa un desierto de dudas, ansiedades e incertidumbres mientras decide qué va a hacer con su futuro. Partiendo de esta premisa aparentemente sencilla, Godard disecciona el papel de la mujer en la sociedad francesa previa a Mayo del 68.

Muchos críticos dijeron en su momento que La mujer casada era una meditación sobre la sexualidad. Nada más lejos de la realidad, pese a que las escenas de sexo ocupan una parte importante del metraje, no es la cuestión fundamental sobre la que se construye la obra. La idea de Godard es dejar al descubierto la maquinaria a través de la cual el sistema patriarcal ejercía y sigue ejerciendo su control sobre la mujer. Que la protagonista esté literalmente atrapada entre dos hombres no es sino la metáfora narrativa de la que se sirve el director para mostrar cómo en esos años la mujer estaba siempre bajo el yugo de un hombre, ya fuese su padre, su hermano o su marido. Es tan importante todo lo que aparece en pantalla como lo que se queda fuera, por eso el hecho de que la protagonista no piense siquiera en dejar a su marido y a su amante muestra lo metabolizado que tenían la mayoría de mujeres esa detestable idea de que eran un complemento para los hombres. Así, a través de un vacío de imágenes, Godard critica la estigmatización que sufrían “las solteronas”, como se las llamaba con evidente tono de burla y desprecio.

Por otro lado, Godard sabía que las imágenes pueden usarse tanto para retratar una realidad como para crear una ilusión de realidad e implantarla en la sociedad o, dicho de otra forma, para convertir un relato ficticio en uno real a ojos de los espectadores. El caso más paradigmático podría ser el de los westerns de John Ford y compañía, que instauraron en el imaginario colectivo la idea de que los vaqueros estadounidenses eran los buenos de la historia, mientras que los indios, como despectivamente los llamaban, eran los malos, cuando era justo al revés. El propio autor de Masculino y femenino hablaba del cine como arte de la cosmética. Con este término venía a decir que en el cine en general, y en el del Hollywood clásico en particular, la maquinaria de la industria —controlada por hombres— tenía como misión otorgarle a los actores y actrices un cuerpo perfecto según los cánones de belleza del momento; o sea, reforzar aún más el concepto de cuerpos normativos y los roles de género, proyectando en la mente del espectador unos físicos artificiales, por inexistentes, que debían tomar como referente. La publicidad, la radio, la televisión, el propio cine y los demás medios de masas fueron —y son— empleados como herramientas a través de las cuales implantar la estética que tenía que tener una mujer para poder ser considerada atractiva. Y Godard, consciente de esto, filma a la protagonista, por ejemplo, midiéndose los pechos para comprobar si son ideales según el criterio de una revista; siendo bombardeada constantemente por imágenes de cuerpos “perfectos”; o escuchando cómo su marido le pregunta “¿Dónde empiezas tú? ¿Y dónde la imagen que me hago de ti? Es decir, ¿cómo distinguir entre la realidad y lo que yo deseo?”. Las imágenes de La mujer casada adquieren así un tono metacinematográfico, puesto que son conscientes de ser parte del problema que están criticando, se lo hacen saber al espectador y, de esta forma, aportan su grano de arena para ponerle fin. De esta forma, Godard convertía la película en una brutal crítica al sistema patriarcal y a las estrategias que aun a día de hoy sigue empleando, y, en el proceso, abría un bosque de posibilidades enorme en lo que al cine autoconsciente se refiere.

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