Christopher Hitches y Hitch-22

Christopher Hitches y Hitch-22

 

 

Británico de nacimiento, pero norteamericano por propia decisión, Hitchens representó siempre la agudeza, la vivacidad y la fuerza de la genuina reflexión crítica, la desafiante lucidez del más pleno ejercicio intelectual. Sin pretender forjar un conjunto de dogmas definidos, alejado de los ropajes ideológicos a la moda, hablando solo desde sí mismo sin personificar doctrina alguna, solidario con el dolor y sufrimiento de los perseguidos por credos supuestamente poseedores de «certezas absolutas», apasionado de la vida a la que le exprimió toda su savia mientras pudo, Hitchens arremetió con su pluma erudita, irónica, libertaria, contra reyezuelos de todas layas desnudándolos sin vacilaciones: la monarquía británica, Kissinger, Clinton, la madre Teresa de Calcuta, los islamistas radicales… Y no trepidó en defender al escritor Salman Rushdie, mientras este era condenado a muerte por la barbarie teocrática. Poco después de terminar sus memorias —tituladas Hitch–22—, un cáncer al esófago puso fin a sus días.

Postrado por la enfermedad, dirigió un mensaje a sus «queridos compañeros no-creyentes», donde consideraba que el mayor honor de su vida era haber desempeñado un papel —que calificaba, humildemente, de pequeño— en la lucha contra las religiones organizadas y a favor de la razón y la ciencia.

Tiempo antes, al finalizar sus memorias, declaraba sentirse honrado de compartir esta lucha con grandes escépticos como Richard Dawkins, Daniel Dennett y Sam Harris. Y escribía: «Ser no creyente no solo significa poseer ‘una mente abierta’. Es, más bien, una admisión decisiva de incertidumbre, que está dialécticamente conectada con el repudio del principio totalitario, en la mente y en la política». (Hitch–22).

«Alejado de los ropajes ideológicos a la moda, solidario con el sufrimiento de los perseguidos por credos supuestamente poseedores de ‘certezas absolutas’, Hitchens arremetió con su pluma erudita, irónica, libertaria, contra reyezuelos de todas layas»

Razón vs revelación

Dos de sus obras llevan por título Dios no es bueno y Dios no existe. El primer libro está constituido por sus ideas; el segundo es una antología de las voces más influyentes del pasado y del presente en el alegato racional contra la religión.

En Dios no es bueno, Hitchens argumenta sobre la inutilidad de la religión, sobre la obvia fabulación de sus libros fundacionales, sobre su naturaleza enemiga de la ciencia y la investigación, sobre su subsistencia en base al engaño, al miedo, la ignorancia y la culpa. En nombre de ideales celestiales —dice— los seres humanos han cometido crímenes terribles. La alternativa al fanatismo religioso es, para Hitchens, la defensa del pluralismo laico y el derecho a no creer y a no ser obligado a creer.

En Dios no existe, Hitchens guía al lector de una instructiva manera a través de textos fundamentales de la filosofía, la literatura y la investigación científica que o ponen en duda la existencia de Dios o demuestran los efectos perniciosos de la fe religiosa. Algunas de las figuras antologadas vivieron la experiencia de la fe y luego la de perderla; otros están hechos de tal temple que no pueden creer. Junto a destacados ateos, nuestro autor allega también la pluma de autores agnósticos. Así, pueden encontrarse en estas páginas importantes textos de Lucrecio, Omar Jayam, Hobbes, Spinoza, Hume, Marx, Darwin, Mencken, Freud, Einstein, Orwell, Russell, Sagan, Dennett, Dawkins, Rushdie, Harris, Crayling y Ayaan Hirsi Ali, entre otros.

En la historia pasada, la religión ha contribuido a la violencia y al sufrimiento de la humanidad con sacrificios humanos, caza de herejes y brujas, censura y persecución a la razón y el conocimiento. Hitchens señala que hoy parece pasado de moda despotricar contra las crueldades primitivas de la religión, ya que vivimos en una época ilustrada que ha desterrado las antiguas supersticiones. Los creyentes ya no sacan a colación dogmas ni creencias, sino los aportes humanitarios y morales de las iglesias. Ante esto, nuestro autor desafía a nombrar una sola declaración o acción éticas de un religioso que no pudiera haber hecho un no creyente. Nadie —asevera— ha recogido el guante.

El germen del odio y la violencia están latentes en los viejos textos y amenazan, hoy como ayer, aflorar en la teoría y en la práctica de la religión. Los fanatismos e integrismos de corte musulmán, cristiano y judío, no son una distorsión de la religión, sino un resultado de la misma. Mientras haya libros considerados «sagrados» que pretenden poseer «verdades reveladas», habrá desprecio, condena y furia delirante contra la libertad, la razón y la vida en este mundo.

La religión —al menos en Occidente— ya no tiene el poder para imponer su fuerza y hacerse valer por el miedo y la ignorancia. Ahora está obligada a competir en el mercado libre de las ideas, por lo que puede someterse a un debate abierto y está expuesta al libre examen. Los dos libros preparados por este notable polemista, que nos dejó lamentablemente tan temprano, constituyen armas de gran calibre para resistir en la arena dialéctica a los guerreros de la fe que buscan obstaculizar el avance del conocimiento humano ad maiorem gloriam Dei.

La última palabra

El sello Debate editó póstumamente su obra Mortalidad (en 2012), relato que da cuenta de sus últimos meses de vida. El epílogo ha sido redactado por Carol Blue, su esposa. En estas páginas Hitchens sigue dando muestras de lucidez y valentía. Describe los tormentos de su enfermedad, discute sus tabúes y analiza cómo va transformando la experiencia humana y la relación con el entorno.

Mirando de frente a la muerte, se permite ironizar sobre su tránsito desde el país de los sanos al territorio de la enfermedad, al que bautiza Villa Tumor. Escribe: «Me oprime terriblemente la persistente sensación de desperdicio. Tenía auténticos planes para mi próximo decenio y me parecía que había trabajado lo bastante como para ganármelo. ¿Realmente no viviré lo suficiente para ver cómo se casan mis hijos? ¿Para ver cómo el World Trade Center se alza de nuevo? ¿Para leer —si no escribir— las necrologías de viejos villanos como Henry Kissinger y Joseph Ratzinger?». (Mortalidad).

«Callada la voz de este librepensador, de este escéptico ilustrado, sus ideas quedan como ejemplo y legado para que sigamos construyendo una sociedad laica que cobije a todos los seres humanos»

En las últimas páginas Carol Blue confiesa extrañar la voz de su marido. Esa voz que, sin aumentar de volumen, esgrimía inteligentes argumentaciones que desarmaban a los adversarios, y por lo que Richard Dawkins llegó a advertir: «Si te invitan a un debate con Christopher Hitchens, no vayas». Expone que su esposo no dejó de reflexionar y escribir hasta el final, en el hospital, empleando estallidos de energía y usando la bandeja de comida como escritorio. Callada la voz de este librepensador, de este escéptico ilustrado, sus ideas quedan como ejemplo y legado para que sigamos construyendo una sociedad laica que cobije a todos los seres humanos, sean cuales sean sus miradas ante las preguntas trascendentes, y donde no haya amenaza, persecución ni prohibición para la sed de conocimiento.

 

Fuente: filco.es

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