El inocente (2022), de Louis Garrel – Crítica

Por Rubén Téllez.

INOCENTEMENTE DIVERTIDA; o la bendición de ser Louis Garrel.

Un viaje en un coche aparentemente destartalado que se termina desvelando como el mejor vehículo con el que recorrer desde las carreteras más modernas hasta los caminos de tierra más polvorientos y a priori difíciles de transitar, eso es lo que filma Louis Garrel en El inocente, cinta que se proyectó, entre otros, en los Festivales de Cannes y San Sebastián del pasado año y que se alzó con los premios César —Goyas franceses— al mejor guion original y a la mejor actriz de reparto.

Abel (Louis Garrel) lleva una vida que se podría calificar como normal; trabaja tranquila y ordenadamente como guía en un acuario, sufre en silencio la muerte de su esposa y tiene una afianzada amistad con Clémence (Noémie Merlant), una compañera de trabajo que, además, era la mejor amiga de su mujer. Así, cuando su madre (Anouk Grinberg), una actriz de teatro aficionada a enamorarse de delincuentes, se case con Michel (Roschdy Zem), un antiguo ladrón que todavía huele a cárcel, y abra con él una floristería, su vida dará un vuelco de ciento ochenta grados, se verá manchada de secretos y sospechas, zarandeada por las mentiras y las persecuciones, herida por el crimen y el amor.

Cuando en 1959 se proyectó en el Festival de Cannes por primera vez Los 400 golpes de François Truffaut, las formas de hacer cine estaban a punto de cambiar para siempre, puesto que dicha película nació destinada a dar el pistoletazo de salida de la Nouvelle Vague, movimiento cinematográfico que, apoyándose en los postulados del neorrealismo italiano, rompió el séptimo arte por completo. Dicho de otra forma, el cine contemporáneo no se entendería sin las innovaciones, formales y narrativas, de los cineastas galos. La idea de Godard, Romher, Chabrol, Resnais, Varda, Rivette y el ya mencionado Truffaut no era otra que destruir el anquilosamiento que sufrían las cintas francesas, liberarlas de los tapujos importados desde Estados Unidos, derribar sus muros de carga para filmar sin fronteras, sin limitaciones, sin reglas, con completa y absoluta libertad. Por tanto, se podría afirmar sin miedo a equivocarse que el cine, y el mundo, es mejor gracias al tsunami de frescura que provocaron los de la revista cahiers du cinéma hace más de sesenta años.

Algo parecido pasa con Louis Garrel y su última obra. El inocente se presenta ante el espectador como la criatura que nace cuando se cruzan dos géneros en apariencia opuestos, el thriller de atracos y la comedia ligera, y esa es precisamente su gran virtud. El director —hijo de Philippe Garrel, el cineasta post Nouvelle Vague por antonomasia— pinta cada fotograma con la transparente humildad, con la sencilla claridad que rezuman aquellas historias que sólo quieren cincelar una sonrisa en el rostro del respetable. No hay más pretensión que la de ofrecer una película entretenida que mantenga al espectador atento durante los cien minutos que dura su metraje.

Pero como pasa siempre en estos casos, las buenas intenciones deben venir acompañadas por una ejecución a la altura y, sorpresa, El inocente la tiene. Garrel, con Tanguy Viel y Naïla Guiguet, firma un guion tan sólido como original, tan flexible como vivo, en el que encabalga los cambios de tono de manera más que orgánica; en el que, alérgico a los tópicos, construye unos personajes tridimensionales con luces, sombras y, lo más importante, verdadero encanto; en el que su obsesión por evitar los chistes manidos y simplones le lleva a diseñar los gags con verdadero esmero, consiguiendo, de tal forma, unos resultados admirables. Si a eso se le suma el maravilloso uso que el director hace del subtexto —la escena del restaurante es, junto a la asamblea de RMN de Mungiu y la vomitona de El triángulo de la tristeza de Ostlund, de lo mejor del año—, el sincero alegato contra los prejuicios que subyace por debajo de las imágenes y el sorprendente final, tan alejado de los esquemas del amor empalagoso como inevitablemente romántico, se obtiene una cinta notable.

La puesta en escena, que incorpora las innovaciones estéticas de la Nouvelle Vague, desde el nerviosismo de la cámara en mano del Godard de Al final de la escapada, pasando por los iris negros que reencuadran a los personajes, hasta llegar a la congelación del fotograma final de Los 400 golpes, al relato manteniendo una diáfana homogeneidad, y las interpretaciones más que vivas de todos los actores —lo de Noémie Merlant es de aplauso— le dan a la película los puntos que le faltan para llegar al sobresaliente.

Así las cosas, ese coche en apariencia destartalado se termina desvelando como el mejor vehículo con el que atravesar los paisajes más dispares, variopintos y extravagantes que se pueda imaginar o, dicho de otra forma, El inocente propone un viaje tan original como divertido por los lugares menos frecuentados, aunque aparente justo lo contrario, del séptimo arte. Ya se ha dicho al principio, el cine es mejor gracias a la frescura de Louis Garrel. Y el mundo, por qué no, también.

One thought on “El inocente (2022), de Louis Garrel – Crítica

  • el 1 mayo, 2023 a las 11:42 am
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    EL INOCENTE
    Es una película francesa de Louis Garrel como actor, director, guionista, hijo de un Garrel director y nieto de otro Garrel también famoso en el cine galo. Esta es su cuarta realización en el mundo del cine francés. Si el lector repasa las puntuaciones de los comentaristas oficiales a los filmes de este realizador, guionista y actor galo no encontrará sino puntuaciones sobre el 5 o más bajas. Apenas hay nada descollante en sus temas salvo la extravagancia de sus personajes que distan mucho de noveleros, y resultan rebuscadamente epatantes en sentido totalmente peiorativo. Causan rechazo en el espectador en su acercamiento y presentación en la pantalla. Producen rechazo no sólo por el mal gusto sino por la catadura de moral poco solvente de sus pretendidos personajes que mueven no a risa ni a la sonrisa sino a la bulla.
    Por otra parte, intentar hacerse cargo de todas las responsabilidades de una realización cinematográfica es tarea titánica. Son muchos los que lo intentan y los resultados están a la vista. Recordemos como muestra los éxitos y menos éxitos de Clint Eastwood, los medio-medio de Kenneth Branagh o del propio Allen, y recordemos algún ejemplo español.
    Esta, “El inocente”, avalada por un montón de premios, la mayoría franceses, parece que puede ser una muestra del chauvinismo galo o que están variando los baremos de admisión en festivales o los intereses de los jurados. Es una película de las se despachan como mero divertimento para no decir nada o para cubrir que es una película de locos que quiere envolver al espectador en el ambiente que viven la Sylvie y el Abel que consiguen que al espectador le apetezca salirse de la sala a las primeras de cambio por sentirse insultado y humillado por el cariz que muestra lo que se ve y se oye. Planificación ramplona, iluminación como carente de medios o de tiempo, interpretación excesivamente pronunciada para la cla. (Vitalidad no es paranoia ni obsesión tiene que ser esquizofrenia compulsiva.) El guion no es jocoso, trata de conseguir su objetivo: epatar. Pero sólo consigue molestar al espectador con la burda exageración. La zafia presentación requiere un reajuste. Pasar de largo.

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