“Hacer cosas con palabras”, de Rafael Courtoisie

RECREAR LA PALABRA. Por María José Muñoz Spínola.

John Langshaw Austin (1911-1960), en su última conferencia pronunciada en Harvard en el marco de las “Conferencias William James Lectures”, afirmó creer en la veracidad de “La teoría de los actos de habla” pero también que había aceptado los principios de la semiótica y que estábamos autorizados a sospechar de la teoría del “significado”, como equivalente a “sentido y referencia”. Este hecho para el escritor, periodista y poeta uruguayo Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958) es «Una puesta del sentido más allá de la frontera de la piel, de la física del pensamiento» (1) para jugar con las palabras más allá de la lingüística pragmática contemporánea y la filosofía del lenguaje ordinario.

Miembro de número de la Academia Uruguaya de Letras, Courtoisie, en Hacer cosas con palabras (Los libros del Mississippi, 2023), a la luz de la hipótesis austiniana hablar es hacer y sus teorías recogidas en la edición póstuma Cómo hacer cosas con palabras (1962) —único epígrafe de la obra courtoisieana—, nos ofrece un libro en la hibridación poética del poema, la prosa y el ensayo en el que, en la aceptación de la fragilidad del sentido como intersticio espacial entre lo abierto y lo cerrado del lenguaje y al eliminar los límites significativos, expande las posibilidades de sentido, da una nueva vida a las palabras y, con ello, un nuevo valor para el conocimiento del mundo y el Ser. «¿Sienten en el interior la presencia extraordinaria, apretada, de las semillas?» (p. 9). Lo germinativo en el lenguaje es una nueva vida.

El poeta homenajea a las cosas pequeñas que en el aliento del silencio de los universos que contienen nos recuerdan que todo tiene alma: «los fantasmas de una cuchara (…) o el reloj parado a las doce y cuarto en punto para toda la eternidad» (p. 89). La sorpresa se encuentra cuando nos detenemos en lo cotidiano con la mirada curiosa de quien ve todo por primera vez en la Etimología, infancia de las palabras”, donde «en la palabra “niño” la vida es para siempre» (p. 26). Una «“nada”, tan repleta de significado que su referente desborda de las letras que la sostienen en el espacio del lenguaje» (p. 52) donde el sentido en los intersticios courtoisieanos nos incita a reflexionar sobre el acto fundacional del lenguaje y los valores identitarios de la cultura grecolatina. La influencia del Arielismo, creado por el escritor José Enrique Rodó, subyace en la obra al abordar la realidad social, política, cultural y humana del otro lado del materialismo, el utilitarismo y el positivismo sin razonamiento que nos ha entregado la fluidez y la volatilidad de la actual condición contemporánea de posmodernidad líquida baumaniana. No serán “Demasiadas palabras”: «excesivas para nombrar eso que no se puede, lo que está y tanto está y tanto duele y tanto falta entonces que la demasía se vuelve escasez, brevedad, canto de mudo» (p. 61).

El juego lingüístico llena los intersticios del trenzado de afectos que vertebra la obra, “Formas de la maravilla” (p.56) cuando la alegría y la oscuridad están juntas en Clarice (Lispector), “Maravilla del horror y la belleza” (p. 57) en los cuentos de Armonía Somers y “Maravilla viva” (p. 59), en los versos de Delmira la palabra da un paso al abismo. Versos, recuerdos y lecturas. El poeta muestra sus afectos literarios con Borges, Manuel Machado, Blanca Varela, José Emilio Pacheco, Gonzalo Rojas, Rilke, Panero, Vallejo, Juana de Ibarbourou, Cortázar, Ezra Pound… Todos creadores de un lenguaje que nace desde “La batalla del silencio”: «De un lado estaban los que amaban las palabras en el silencio de la tarde, o bien entrada la noche, o a las cinco de la mañana» (p. 69).

«El cráneo es una cáscara que envuelve la pulpa de la fruta del pensamiento» (p. 79) y el lenguaje se convierte en hechos y en acciones encarnados desde la nuez donde nace el pensamiento: «verdaderos, equívocos o sencillamente falsos silogismos de premisa mayor, premisa menor y conclusión» (p. 79). “Cada palabra (…) contiene un hecho externo, (…) y un secreto, y cada uno de ellos tiene un sentido más profundo que le precede (…) para acceder a la esfera superior espiritual que en parte del texto siempre está presente en cada hecho y acontecimiento” (2). Es una cuestión de “Pesos y medidas”: «Llueve y cada gota es un mar y una palabra viva» (p. 91). En su integridad e identidad el autor toma “Apuntes para un diccionario” (p. 37, 49-52) y recoge el peso de los sentidos ocultos de los que históricamente hemos dotado a las palabras: «La palabra “difícil” es de las más transparentes y obvias. La palabra “fácil”, en cambio, es una de las más difíciles de lograr» (p. 50). En esa «llovizna existencial» (p. 52) las palabras contienen, pero también se desbordan entre la precariedad de la percepción y el perímetro abierto del continente. Es ahí donde se adivina el fondo de la medida. “Palabras de bienvenida a esta edad” donde «los tropiezos son meros brincos, saltos de una comedia» (p. 71).

Hacer cosas con palabras es disfrutar de «Un fantasma que recorre el mundo: / el fantasma de la poesía» (p. 67) de Rafael Courtoisie, quien, al recrear la palabra, nos invita con sus“Locuciones” (p. 30) a redescubrir que la vida es un diálogo continuo con otros y es en este proceso comunicativo donde nos creamos y nos recreamos: «Teoría de la incerteza: “posible” hermosa palabra, inminencia de lo que no es todavía y sorprenderá en tiempo intensivo del extraño gerundio: “siendo”» (p. 60)

 

 

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(1) Ordalía. Rafael Courtoisie. Ed. Huerga y Fierro, 2016 (p. 41)

(2) “Zohar”. [Jadash, 83 a].

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