Remando en dique seco

 

 

“Mis ojos se abren / y veo al insomnio esperándome” (Elena González Morillo)

José Luis Trullo.- Quien lo sufrió, lo sabe: hay pocas perspectivas más aciagas que la de despertarse en plena noche, sin sueño. “¿Qué broma es esta?”, nos espetan nuestro cuerpo y nuestra mente, esta vez al alimón. “¿No se supone que nos habíamos repartidos las tareas: para ti la diurna vigilia, tan esforzada, para mí el nocturno abandono, inactivo sólo en apariencia?”, comparece el inconsciente, tendiéndonos su dedo acusador. ¡Qué jauría de voces asfixiadas resuenan entonces en nuestra cabeza! Se diría que todos los muertos, los presos, los locos y los niños nonatos rompen el confinamiento al que la lucidez los había expulsado, exigiendo justicia, memoria y reparación. Como en una procesión silenciosa por un bosque a oscuras, se percibe el frufrú de sus pies descalzos entre las hojas secas: ¡qué angustia infinita la nuestra, al comprender que vienen para imponer la transmutación de todos los valores! Ahora los condenados serán los jueces; el verdugo verá su cabeza puesta en la picota; el abusador, siempre orgulloso y pagado de sí mismo, se arrodillará pidiendo clemencia… Pero será en vano. El tiempo se ha detenido, las aguas congelado; por mucho que remes, lo haces en dique seco, y solo te cabe implorar al Dios desconocido que te devuelva a los maternales brazos de Morfeo o, en el peor de los casos, se alce de nuevo el sol por el horizonte a la mayor brevedad, acortando la estéril travesía por el desierto de las horas vacías.

La experiencia extrema del insomnio tiene mucho de metafísica. No es raro que Cioran escribiese lo que escribió si, como confiesa, apenas podía pegar ojo. Dicen que Napoleón no dormía más de cuatro horas. Hay algo de culposo en la conciencia que no sabe abdicar, de la ambición que a todo aspira. Se habla del sueño de los justos. Retribución poética, la de dejarse mecer por la noche: sólo quien quien ha pagado el justiprecio de la vida tiene derecho a descansar… Hay un oprobio latente en cada corazón, y la noche viene a desenterrarlo.

Magnífica la idea de la editorial Matraca de invitar a un puñado de escritores y un fotógrafo a verter sobre blanco el negro de sus insomnios. Aunque, hasta donde se me ha informado, los textos eran en su origen poemas clásicos, el modo en que muchos han sido gráficamente dispuestos (despedazados, como Orfeo por las ménades) no sólo no les resta un ápice de su vigor, sino que parece extenderlo, como esa lengua de lodo que desciende cansina por la ladera sabiendo que tiene por delante todo el tiempo del mundo. ¿Y no es esa, la victoria del insomnio? Su parsimonia irónica, su tétrica guasa. El insomnio: la eternidad irrumpiendo cuando ya no la esperabas, el espejo plantándote ante las narices la pared de tus abismos.

Los versos de Juan Bonilla, de Jesús Cotta, de José Julio Cabanillas, de Luis Alberto de Cuenca y del resto de insomnes que tratan de dotar de sentido al absurdo esencial que subyace a todo episodio de insomnio, reciben una ulterior unción gracias a las fotografías de Pepe Cueto, las cuales me hacen recordar cuál es mi receta infalible para hacerle frente a los monstruos de un espíritu que no puede reposar: salir al encuentro de las calles, caminar, agotar el cuerpo para que doblegue al alma torturada. No hay nada peor que aferrarse al sarcófago del colchón cuando te roe el hígado el águila de la mala conciencia.

 

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