Lo humano, lo inhumano, lo sobrehumano.

 

AFORISMOS DE JOSÉ LUIS TRULLO. 

 

Que lo humano es un ámbito hondamente connotado para todos y cada uno de nosotros, queda demostrado por la relativa facilidad con que creemos verlo desbordado.

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Existen dos formas de acometer el problema de lo humano: aquella que considera que lo inhumano y lo sobrehumano no dejan de constituir otros tantos registros de una humanidad plástica y deformable, y esa otra para la cual ésta existe única y exclusivamente frente a lo bestial y lo celestial. La última sería formalmente la más estricta, pero también intelectualmente la más profunda.

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Si nada de lo humano me es ajeno, menos aún aquello que lo sobrepasa infinitamente, y que me pone una y otra vez en mi lugar.

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Resulta llamativo que la llamada “revolución” que desplazó el centro del universo conocido en su momento de la Tierra al Sol, conllevó la traslocación del axis mundi de Dios al hombre. Una pequeña derrota a cambio de una gran usurpación.

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Admitir en el seno de lo humano sus pulsiones más brutales, por espontáneas y naturales, y excluir las espirituales, por ser resultado de una necesaria ascesis de los instintos primarios, no deja de delatar en quien lo hace un interés un tanto ansioso en impedirle cualquier crecimiento ascensional.

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Todas las culturas, salvo la moderna, han rendido culto a los hombres que dilataban la experiencia humana en dirección a los cielos: héroes y santos nos llevaban, a todos, a lomos de un impulso que, casi siempre, cobraba el valor de un retorno. Sólo la Modernidad ha querido descubrir en el lodo, en el cieno y en la hez alguna clase de promesa. Una promesa ctónica, cabe decir.

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En no pocas ocasiones, para alcanzar el ámbito de lo sobrehumano, los humanos se han debido arrojar en brazos de lo inhumano: sacrificios a los dioses, guerras santas, torturas y martirios, en nombre de una perspectiva más alta. Servidumbres materiales que a duras penas el espíritu se ha podido perdonar a sí mismo, al avizorar el destino efectivo de su esperanza.

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La noción, tan extendida, de que para elevarse primero hay que hundirse, no debería llevarnos a admitir sin reparos que los peajes siempre los paguen los otros. Prediquemos con el ejemplo. Sacrifiquémonos los primeros.

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Existe en la amplia lexicografía en torno a lo humano ciertas constantes, y también algunas pérdidas. La sociedad posmoderna, sin ir más lejos, ha excluido cualquier forma de sacrificio de su seno; tanto es así que, si hay algún pecado original en nuestro tiempo, es el de la renuncia.

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Inmolarse, por el motivo que sea, tiene en el siglo XXI algo de siglo XI.

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Sin el recuerdo del abismo del que me libro cada día por el mero hecho de estar vivo, ni siquiera sabría si soy animal, vegetal o mineral. Sin la promesa del cielo al que aspiro, poco importaría pertenecer a cualquiera de esos reinos.

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Del mismo modo que hay quien postula que existen animales (mejor dicho: mascotas) más “humanas” que las personas, pronto lograrán convencernos de que lo serán los robots.

 

 

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