‘Luz en las grietas’, por Jokin Azketa

Luz en las grietas

Ricardo Martínez Llorca

Desnivel

Por Jokin Azketa

 

 

 

Acabo de terminar Luz en las grietas y ahora ya sé que no habrá una sola página que me ofrezca aunque sea una pequeña tregua, sino que todas y cada una de ellas no harán más que enfrentarme a verdades dolorosas. Sé que he alcanzado las últimas palabras, las últimas letras, casi con la lengua fuera, sin poder sobreponerme del todo a la profunda impresión que supone su lectura y de la que no es fácil recuperarse.

Ricardo Martinez Llorca ha ganado el Premio Desnivel 2016 y lo ha hecho sin ahorrarnos nada, sin concedernos un descanso ni perdonarnos tampoco emociones que a veces ―casi siempre― sirven para mantener el alma encogida dentro de un puño. Porque lo que Luz en las grietas cuenta es qué es la vida para quien es diferente. Para quien nunca podrá ser como quienes le acompañan en la vida y desde chico lo sabe. Para quien nace con el corazón hipertrofiado o para quien posee un corazón normal pero miles de razones para saber que no es como los demás.
Puede que el párrafo que cito a continuación explique esto que digo mejor que nada:
“Desde niño, cuando no podía jugar con los demás, cuando trazaba círculos en la arena mientras los otros subían al tobogán, hice de la conciencia de estar solo una forma de vida. Pero jamás me acostumbré a ella.”
El libro está escrito con idas y vueltas en el tiempo, contando las experiencias que nacen en la infancia y recorren la juventud, al tiempo que el narrador ―o quien sea― va aprendiendo a convivir con su falta de salud, pero también con la pérdida de un hermano muerto en un accidente de montaña y cuya ausencia resulta ser un elemento clave para entender qué sucede cuando alguien desaparece de nuestra vida antes de tiempo. Suponiendo que haya un tiempo bueno o adecuado para perder a alguien, claro, un momento en el que eso haga menos daño…
Pero Luz en las grietas no sólo va y viene en el tiempo, sino que también recorre diferentes etapas de la vida, diferentes paisajes y diferentes libros, porque precisamente son la montaña y los libros que hablan de ella quienes tienen en estas páginas una presencia permanente, como también lo tiene la valentía, aunque apenas se le nombre. Hablo de la valentía que se precisa para saberse diferente a los demás y no odiarles por ello y autocompadecerse. También de la que se requiere para escribir acerca de la muerte de otros con sentimiento y enorme respeto. Y luego está la dignidad, esa virtud que el narrador atribuye a un personaje de Conrad pero que hace suya a cada momento, como cuando está en los Alpes entrenándose cerca de Briancon y, en el último largo, no puede manejar sus dedos torpes y el reverso se le cae. Sabe en ese momento que no es como quienes le acompañan.
“Todo eso para que al final mi corazón no bombeara la sangre con tanta fuerza como para mantener calientes los dedos…”
Dignidad ante las dificultades y Conrad, que al final siempre aparece.
Pero tampoco hay que olvidar que entre las grietas, porque en alguna parte había de estar, surge la luz, que parece ser aquí la amistad verdadera, la que ―al igual que el amor― consigue a veces hacernos inmortales, al menos en el recuerdo de quienes nos amaron. Todo eso, aun sabiendo que nada quita del todo las penas y que se pueden tener muchas esperanzas y un buen puñado de ilusiones, pero, al final, las cosas son como son y la realidad acabará por imponerse.

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