“Ceniza y luz”, de Silvia Ramos

LA PULSIÓN EN LA PALABRA

Por María José Muñoz Spínola.

En uno de sus textos Tomas Tranströmer, psicólogo, poeta y Premio Nobel de Literatura en 2011, señala que una de las ideas recurrentes en su poesía es ver “un tipo de significado en el presente, en usar la realidad, en experimentarla, en hacer algo de ella”.

Si hay algo real a lo que el ser humano no puede escapar es al dolor por la pérdida que experimenta cada vez que en la vida tiene una experiencia de interrupción definitiva de algo. Pérdida, ausencia o abandono, si el «silencio para ser nombrado en legítima defensa del dolor» pertenece a la pulsión de muerte —Tánatos—, la pulsión de vida —Eros—, permanecerá latente a la espera de la oportunidad de recordarnos el significado pleno de la complementariedad tensional a favor de la vida.

Silvia Ramos (Huelva, 1972), psicóloga y poeta, nos ofrece en su segundo libro de poemas, Ceniza y luz (Col. El levitador. Polibea, 2023), el proceso de lucha interior que supone la tramitación del existir con las vicisitudes que surgen del saber de uno mismo, del otro y del entorno que conduce a la necesidad de adaptación a una nueva situación de distancia que no podrá ser cubierta.

Allí,
          hecho transparencia
                       me desafía y gano el duelo.
De nuevo lo absorbo,
                       me reconoce;
soy la mitad que lo sostiene

La obra consta de tres partes —”Ceniza”, “Pasaje” y “Luz”—, precedida por un decálogo de silencios «tan intensos como la tormenta» y un poema, “Arde la noche”, que reconoce en el sueño vivido, «sombra de un instante ya irreconocible», el denominado fenómeno de desrealización del Ser.

En “Ceniza” la palabra bordea a la pulsión tanática y constituye una barrera de contención que la identifica («cuando sólo quieres / ser piel anfibia / y respirar inmóvil»). Los versos en disonancias no resueltas entre la confusión y la tristeza suenan en la expresividad máxima como una música atonal donde los silencios son una reacción poética suspendida en el aire («¿QUIÉN partió la luna? / ¿Oyes su tragedia abierta por la mitad?»). Con un discurso estructurado la poeta versa la reflexión metafísica de quien conoce el verdadero sentido de la “representación-palabra” que, en su vertiente freudiana, mimbrea imágenes propias del proceso de disgregación del ser («Amanece y quiero estar en penumbra») y de desligadura con la vida («Aquí en la oscuridad hallada, / el sueño anestesia»); deseo de devenir sombra («Ciérrate hueca y disimula») que impide mantener la materia viva unida:

Explotó la luz,
ardió el alma hasta su límite,
arrojando al aire
                              toda la ceniza.

La autora, con una poesía desnuda de ornamento superfluo y no significante, nos sume en un espacio donde la escucha interior hacer resonar el conflicto («Pronto llegó el invierno / llegaron los fuegos imposibles) y nos sitúa en el lugar necesario de toda búsqueda de equilibrio («OJOS cerrados / la voz de la conciencia / guarda silencio»). En “Pasaje” la palabra busca recuperar su dimensión pulsional del ser («SIENTO nostalgia de mi ser / cuando se aleja y pretende olvidarme») con una red de significaciones necesarias para volver a ligarse a la experiencia vital («donde habré de seguir existiendo»). Vida y muerte en vida se enfrentan tratando de atraer a la poeta a sus territorios («llegar con vida a ninguna parte») y brotan poemas significativos en la belleza de la complementariedad de opuestos, dialéctica heraclitiana en la medida en que no puede existir el uno sin el otro ya que son “uno”. Un «vagar / de emociones sin patria» de construcción impecable en los matices del claroscuro nos revela una plenitud invisible, que llega a hacerse “una” en el momento creador en cuanto a su despliegue existencial y a la necesidad de un pacto recíproco de ambas pulsiones en la constitución de este pasaje existencial «bajo una luz violenta y necesaria». Música propia que se crea en comunión y al tiempo desde dentro y desde fuera, las expresiones de fuerzas conscientes y constantes («Es mi nombre ensordecido / quiere escuchar pero no puede») se tejen y destejen cuando «los días que enmudecen como el paisaje / van rasgando la voluntad de las noches».

“No, no has muerto, no…”. El luminoso poema de Juan Ramón Jiménez anuncia la última parte del libro, “Luz”. La poeta onubense lo convoca a la «La tierra útero paciente» de ambos para reconocer en el trance («la idea metafísica de no ser / es lo único que sostengo») el temblor que supone la posibilidad de asumir que «de la esfinge nace / otro ser». La escritora reconoce en la tierra la fecundidad del agua que da paso de nuevo a la vida donde «esperanza y dolor se funden / en un grito milagroso / que alivia el alma». Ya de vuelta al “Hogar” «sin miedo a la oscuridad o al aire», “Bajo un sol de océano”, «en vuelo imaginario al horizonte», “Sabes” que todo «fue un sueño, mudo y breve». Entre versículos, poemas en prosa y poemas en verso libre concluye la obra deslumbrando con una musicalidad tonal nacida de las disonancias atonales, propia de la realidad y solo posible cuando la luz resuelve en equilibrio con las sombras pues, Silvia Ramos, conocedora de lo profundo del ser, sabe que «QUERER apresar la luz / es un fin platónico”.

Ceniza y luz es un libro sobre la sabiduría de la aceptación de la realidad en el que la música mistérica de las palabras acude a las reflexiones en la búsqueda constante del amor, la armonía, el equilibrio, la belleza, lo sensual, el deseo y el placer; en el que los epígrafes escogidos dan el tono acertado a cada pieza poética y a la que han sido convocados poetas ya de siempre, como Idea Vilariño o Pessoa —preludio y posludio respectivamente—, de hoy, como Jesús Aguado, o nuevas voces, como la del joven peruano Gean Pierre Codarlupo. No son así vanas las palabras con las que Miguel Ángel Yusta —poeta de largo alcance— comienza el prólogo: “La poesía de Silvia Ramos posee una gran fuerza interior en permanente profundización del conocimiento, con enorme sensibilidad para explorar la esencia de la escritura, que es la poesía”.

Leer a Silvia Ramos es escuchar una voz que, conocedora de la pulsión en la palabra, “a través de sus imágenes condensadas y translúcidas nos permite el acceso a la realidad” (1) en una poesía de reconocimiento de la existencia metafísica del ser, necesaria para comprender la belleza incierta de la vida, propia y del otro:

EN esta hora en la que quiero escribirme
                                                             escribirte
                                                             escribirles,
escribir a alguien que a veces soy yo
a veces tú
otras veces ellos

      ******

(1) Dictamen de concesión del Nobel de Literatura a Tomas Tranströmer.

Ceniza y luz
Silvia Ramos
Editorial Polibea, 2023

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