Entrevista a Luis Antonio de Villena

La belleza impura / La dolce vita

Luis Antonio de Villena

Editorial Milenio / Fórcola

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ENTREVISTA A LUIS ANTONIO DE VILLENA

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Por Íñigo Linaje 

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Las filiaciones estéticas son como las ideológicas: marcan, diferencian y duran toda la vida. Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) siempre ha sido fiel a cierta estética dandy, y lo sigue siendo en la actualidad, acaso como quien porta un distintivo que determina su visión del mundo y de las cosas, acaso para establecer –también- un indicio que marque su divergencia con los otros. Villena tiene fama de escritor serio y distante, de hombre adusto, celoso de su intimidad. Sin embargo, se muestra cordial y enormemente locuaz en las distancias cortas.

La cita con el poeta es en una cafetería del barrio de Chamberí, en Madrid, una mañana luminosa y azul de primavera. En la terraza del establecimiento -son las doce del mediodía, hay sol y buena temperatura- los clientes charlan, fuman, hablan por teléfono. A sugerencia del escritor, entramos dentro del local: un lugar espacioso, delicadamente decorado y envuelto en una música discreta. Luis Antonio de Villena, que se apoya en un bastón para andar, se quita el sombrero y coloca sobre la mesa los anillos que cubren sus manos. Lleva el cabello (rubio) peinado hacia un lado y unas gafas de sol –sobre la piel blanquecina- que apenas se quitará un segundo a lo largo de los cien minutos que dure la entrevista. El poeta, novelista y crítico literario lleva una temporada ajetreada, y es que en menos de un año ha dado a la imprenta cuatro novedades: una biografía de Francisco Brines, un ensayo sobre Italia y la reunión -bajo el título de La belleza impura– de su poesía completa. Además, la editorial Visor, publicó hace unos meses su último poemario: Lujurias y apocalipsis.

De Villena, que se acomoda en la butaca -las piernas cruzadas- como en el salón de su casa, siempre ha sido un escritor cosmopolita, un buscador de espacios ajenos a la tediosa normalidad. Su poemario inicial, Sublime solárium, que editó con apenas veinte años, heredaba una tradición culturalista que, más allá de la española, fijaba su mirada en el mundo grecolatino. Tal vez por esa razón, su última entrega -un ensayo sobre cultura italiana- se titula La dolce vita. “El libro es un encargo que me hizo Javier Jiménez y que he escrito a lo largo de dos años. Elegí Italia, pero podía haber escogido Francia, donde he vivido, aunque siempre he tenido más empatía con los italianos”, reflexiona en voz alta. “La mayoría de los autores retratados son cineastas y escritores que me gustan, a los que he leído y, en algunos casos, traducido. Hay un sentido de la alta cultura y de la transgresión en ellos”, matiza. En el volumen -trazado con delicadeza erudita y pasión viajera- hay pequeñas semblanzas, perfiles certeros, estampas livianas. Hay músicos y directores de cine. También pensadores, traductores y poetas. Todos dibujados con la prosa elegante de Villena, que evoca tránsitos por el país y anécdotas varias. La lista de nombres es extensa, heterogénea: Bertolucci, Pasolini, Visconti, Leopardi.

Rica también en anécdotas, y prolija en secretos de alcoba, es la biografía que ha escrito sobre Francisco Brines, La vida de los versos (Historia de una amistad). Y lo es tanto que el valenciano -probablemente- se hubiera ruborizado al leer detalles que aluden a la intimidad de ambos. “Cuento cosas que a Paco quizás no le hubiera gustado que contase. Él era muy pudoroso, pero llevó una vida libérrima”, confiesa. “No obstante, hay cosas que se deben conocer, porque ayudarán a comprender mejor su obra”. Sucede, afirma el escritor, que en España se tiende a convertir a los muertos en estatuas de mármol. “Este es uno de los males de la cultura española, que le debe algo a la Iglesia católica”. A ello achaca el autor, por ejemplo, nuestra pobre tradición memorialística, al contrario que sucede en países como Francia o Inglaterra. “A Brines le marcó muchísimo la educación de los jesuitas. Yo, que estudié con los marianistas, me quité ese peso de encima en cuanto salí del colegio”.

Mediada la conversación, y tras haber dado cuenta de un capuchino, el escritor solicita al camarero un vaso de agua. Un minuto después, este deja el vaso cuidadosamente sobre la mesa con un reverente “ahí tiene, don Luis”. El poeta se muestra animado y locuaz y no deja de referir anécdotas personales -casi siempre ligadas a la literatura. No hay pose ni impostura en sus palabras, sino vivencias de un hombre que ha dedicado su vida a las letras, especialmente a la lírica. Villena admite que hace unos meses se sintió abrumado tras la salida de su poesía completa, un volumen que reúne cincuenta años de escritura. Ha quedado muy contento con la edición, dice, donde cada poema (no es lo habitual) ocupa una página. En total son 1.600 divididas en dos tomos, que recogen una veintena de libros desde que en 1971 lanzara su debut.

Si tuviese que elegir dos títulos clave de su trayectoria, el autor destacaría Asuntos de delirio y La prosa del mundo. Anteriores son los celebrados Huir del invierno (Premio de la Crítica en 1984) y Como a lugar extraño. Compuesto entre 1989 y 1996, Asuntos de delirio es quizás su libro más verdadero. Hay en esos poemas, como es habitual en él, una exaltación de la Belleza y la lujuria, del amor conquistado y alquilado, pero también (y he ahí la novedad) una inmersión en los territorios de la infancia y en los claroscuros de la intimidad. Es muy duro ser humillado a diario/solo por ser quien eres. Mirado, burlado, golpeado a veces, escribe en uno de los textos más amargos del libro. La tristeza que destilan esos versos no es gratuita, ya que “mientras escribía estos poemas, yo me estaba psicoanalizando”. Esa indagación en su personalidad tiene su correlato en composiciones como “Costura propia”: He ido muchas noches ataviado de tristeza. Me daba miedo que me mirasen/y angustia me producía no ser perfecto, / tener que competir/luchar por el oficio, por la vida, el nombre.

Ese libro, y el conjunto de poemas que se desgajaron de él (Marginados), divide su producción en dos tramos y hace de puente entre su lírica de juventud (barroca y dada al adorno) y la de madurez, más reflexiva y de corte existencial. Obra terapéutica o no, lo cierto es que Villena explorará -tanto en ese libro como en Marginados- un mundo descarnado y nocturnal que -dada la trayectoria del autor- sorprendió a muchos en el momento de su aparición, y que ahora es reivindicado por una legión de poetas urbanos como Roger Wolfe o Karmelo C. Iribarren. “Yo he salido todas las noches por Madrid durante treinta años”, explica. “En los bares de aquella época, que eran lugares interclasistas, conocí a todo tipo de gente: desde aristócratas venidos a menos hasta yonquis que no tenían donde caerse muertos. Esos locales han sido muy creativos para mí. Ahora salgo muy poco y los echo de menos”. Más allá del mito del Madrid de la movida, Villena recuerda que en esa época -finales de los 70- coincidía muchas noches, entre otros, con Javier Gurruchaga. Era la cara de una realidad paralela que escondía en su revés los fantasmas del sida y la heroína y personajes de la peor laya: travestis, drogadictos, prostitutas, transformistas. Cabría preguntarse de dónde le viene al poeta esa querencia por los perdedores, esa tentación por el abismo.

-Quizás yo tenga algo de perdedor. Y, como todos los escritores, estoy muy dentro de mis libros. Yo, en el colegio, fui un niño marginado. Decían que era homosexual cuando ni yo mismo sabía lo que era. Tenía 12 o 13 años. (Eran pocos los que se metían conmigo, pero los demás no me defendían). En aquel momento me sentí marginado. Yo no era como los otros, y los otros me lo hacían ver.

Aquellos años, en plena vorágine adolescente, Luis Antonio de Villena hizo una lectura crucial: una biografía de Oscar Wilde. Aquel libro le abrió las puertas de un mundo nuevo y el reflejo de un espejo en que mirarse. La vida de Oscar Wilde es la historia de un hombre destruido por amar a otro hombre. Esto es, un paradigma para asumir su propia sexualidad, contraria a la norma. “Ser excéntrico o extravagante ha sido algo natural en mí; nunca lo he buscado”, advierte al tiempo que suena su teléfono. Un momento después, sigue hablando de poesía, como si quisiera dejar a un lado los conflictos de su juventud, su sentir diferente, los traumas que ilustran textos (de título irónico) como “Maravillosos inviernos infantiles”.

-¿Cómo ve el panorama de la poesía actual? ¿Son malos tiempos para la lírica, como anunciaba Golpes Bajos en los ochenta?

-Muy confuso. Y todo viene dado por las redes sociales y por la poesía que se escribe en internet, que es muy mala. El hecho de que hoy todo el mundo hable (y opine y escriba) ha creado una especie de ceremonia de la confusión. El 80% de la poesía que se publica en España no vale nada. Además, hay un exceso de premios literarios. En general, son libros correctamente escritos, pero no dejan poso: son superficiales.

En realidad, explica Villena, “son malos tiempos para todo: para la política horrible, para el cuidado de la cultura y la educación”. Incluso -corrobora- para él mismo: “Tengo 71 años. La vejez me parece una limitación, es como una muralla que se va cerrando cada vez más”. Y evoca a Celine, al que cita en su último libro, cuando dice que la vejez es la parte que sobra de la vida. ¿Es para tanto?

-Para mí lo que sobra es la decrepitud. Yo soy partidario de la eutanasia, y creo que la derecha política se equivoca al posicionarse en contra, porque la eutanasia no tiene ideología. Simplemente es un ejercicio de libertad. Y, aunque la izquierda esté a favor, creo que se ha fosilizado. Entre los males actuales de la política está esa izquierda que se ha quedado en los discursos de mayo del 68, como Podemos. Y la derecha, a pesar de haberse renovado, mantiene rasgos anticuados. Por ejemplo, el incentivo de la natalidad, que me parece un disparate.

Si hay una palabra que define a la perfección la poesía última de Luis Antonio de Villena es la palabra desencanto. Él mismo lo expresa en la nota final de Lujurias y apocalipsis cuando habla de su mundo de ayer; y de este presente de ignorancia y vulgaridad. “Hace años que vivo refugiado, huyendo”, escribe. En las páginas del libro se dan cita los amores pasados, los encuentros clandestinos. La poesía del madrileño ha ido concediendo mayor espacio a la desolación en su obra con el paso de los años. La sana melancolía que inspiraban antaño poemas como “El desterrado” (retrata a un hombre solitario que frecuenta locales de alterne y llega a casa ebrio todas las noches), ahora se torna amargura, hastío y dolor de vivir. Villena sigue cantando la belleza de la juventud y el erotismo, pero desde la perspectiva cierta de la vejez. El volumen está escrito a medio camino entre Madrid, México y Colombia.

Como en todos sus libros, hay aquí textos memorables. Por ejemplo, “Escenas de un tiempo horrible”, donde se ríe de los modales hipócritas de la burguesía de Chamberí, el barrio en el que vive. O “Nocturno de soledad”, inspirado en su madre: “Esa imagen de los dos viajando en la noche la sentí cuando ella murió, y pensé que nuestras vidas estaban abocadas a ese destino”, dice. El universo materno, tan importante en la vida del poeta, está muy presente en un libro de título sencillo y enorme hondura, Mamá (editado en 2018 por Cabaret Voltaire), que publicó en medio de otros tres tomos memorialísticos. Dedicado a su progenitora, Mamá es un relato hermosísimo y lleno de ternura en el que, además de retratar a su madre, Villena se retrata a sí mismo sin pudor alguno. Ella le pidió que escribiera sus memorias en vida, pero él, como ha hecho con Francisco Brines, lo hizo una vez desaparecida. Mamá es uno de esos textos donde intimidad y desnudez se dan la mano, tan poco habituales, por tanto, en nuestra tradición literaria.

El escritor, poco antes de marcharse, evoca así el ambiente familiar en sus años jóvenes: “Todo el mundo tiene recuerdos de su infancia comiendo alrededor de una mesa. Yo no los tengo. Mi padre y me madre no se veían. Cada uno ocupaba un extremo de la casa”, dice con el rictus serio. Son recuerdos dolorosos que vuelven a su memoria cincuenta años después. Recuerdos intensos como el hermoso diálogo que establece con su madre en la primera página de sus memorias: “Sabes, el primer verano después de tu muerte decidí que no quería quedarme en Madrid. Sobre todo, en el mes de agosto, donde me sentiría enormemente solo…Por ello me fui a Colombia, porque me esperaban y porque era una aventura, la de mi gran soledad sin ti”.

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