¿Para qué (y a quién) sirve internet?

José Luis Trullo.- Resulta moneda común, entre los que se consideran a sí mismos intelectuales (o intentan ejercer como tales) abominar de la red de redes, endosándole la responsabilidad de todos los males que padece la sociedad actual: envilecimiento del gusto colectivo (¡como si antes las masas se deleitaran con néctar y ambrosía!), fomento del odio (pues, hasta ahora, en nuestro continente habrían reinado la concordia, la armonía y el respeto por la opinión ajena), propagación de bulos y de noticias falsas (entendiendo por tales aquellas que al poderoso de turno no le interesa que circulen, no por supuesto las que él mismo genera)… eso, claro, cuando no lo estiman como un mero repositorio de materiales indecentes para la autosatisfacción, Houellebecq dixit. Son ya legión estos personajillos infatuados que, mirando a la cámara con intensidad digna de mejores usos, nos amonestan como viejos cascarrabias los cuales, ante la evidente indiferencia que suscitan sus dictámenes, los redoblan hasta caer en la involuntaria autoparodia.

Nadie en su sano juicio dejaría de advertir que, con la generalización de las redes sociales, especialmente entre los más jóvenes, se hacen mucho más visibles aquellos excesos, abusos y pecados cuyo conocimiento, hasta ahora, quedaba reducido al estricto círculo de la inmediatez; tampoco que, para los caracteres más volubles, la difusión de contenidos degradantes ejerce una poco salutífera función homologadora: si ocurre y se difunde, es que es lícito y se puede emular. Es como si aplicásemos un altavoz al chillido de una hormiga: sonará como el rugido de un león. Pero solo un tonto de capirote se dejaría obnubilar por el impacto en la opinión pública de un acontecimiento (banal o trágico, ya son intercambiables), obliterando su incidencia sustantiva, real; valorar el estado moral de una comunidad por el número de likes o retuits que merece un contenido es propio, justo, de personas cuyo criterio ya no se guía por el análisis de los hechos, sino por los efectos que suscita. ¿Sociología? Más bien memocracia.

Siempre que se cruza en mi camino uno de estos infaustos dictámenes (“internet nos empeora, nos entontece, nos aliena”) recuerdo aquellas vetustas batallas entre los apocalípticos y los integrados que se libraran en los años sesenta, protagonizadas, por un lado, por quienes ponderaban el valor de la cultura de masas (cómic, cine, música pop) y, por otro, por quienes la veían como la enésima treta del capital para narcotizar al proletariado. Estas querellas artificiosas, que han continuado reproduciéndose a propósito de cualquier novedad (los videojuegos, por ejemplo), se han visto centuplicadas desde que internet se ha convertido en una herramienta imprescindible para la vida de todos… incluidos esos mismos que denuncian en redes sociales el pernicioso efecto que tienen las redes sociales en nuestras vidas. De hecho, si algo caracteriza a la posmodernidad es que se muestra perfectamente capaz de resistir todos los ataques, por virulentos que sean, siempre que se produzcan utilizando los medios que ella misma ha implementado…

Reduciendo el fenómeno a sus justos términos, cabría percibir en estas quejas el lamento, por parte de quienes se estiman merecedores de detentar el liderazgo intelectual de la sociedad (los clercs), ante la pérdida de un monopolio que consideran propio. ¿Quién se cree el populacho para intercambiar libremente contenidos, sin la censura previa por parte de ellos, los elegidos, los aristoi, los comisarios del conocimiento? ¿A dónde vamos a ir a parar? ¿Qué será lo próximo? ¿Que cualquiera pueda escribir un poema, sin haber obtenido un título previo que le habilite para hacerlo? O peor aún: ¡publicar un libro! ¡Sin intercesión de editor, ni nada! ¡A las bravas! Cuánto libertinaje…

Personalmente, internet no solo no ha empeorado mi vida, sino que la ha mejorado exponencialmente. Le debo, para empezar, poder expresar esta opinión sin tener que arrastrarme ante el jefecillo de turno, implorando su placet o ganándome su estratégica amistad. Si puedo captar a nuevos autores para mi editorial, mandar a imprimir sus libros, remitirlos a distribución y controlar sus ventas y su difusión, es gracias a la red. Si contacto con personalidades eminentes para proponerles participar en eventos que organizo, es gracias a la red. Si ayer accedí a un interesantísimo artículo sobre la narrativa de Oscar Wilde, incluido en el Cambridge Companion sobre el autor, en el cual se ponía énfasis en el valor de la oralidad para el escritor irlandés, es gracias a la red. Si hace una hora pude compartir una frase de El discreto de Baltasar Gracián en un grupo de Facebook llamado Humanistas, es gracias a la red. Si ahora mismo estoy escuchando una soberbia interpretación del Magnificat de J. S. Bach, grabado en directo durante un concierto de la Netherlands Bach Society, es gracias a la red. Si yo, utilizando adecuadamente internet, puedo crecer como persona y como profesional, enriquecer mi bagaje cultural, acceder a contenidos valiosos y compartirlos con conocidos y desconocidos… ¿por qué los demás no? ¿Acaso no son personas, como yo? Si les pinchan, ¿no sangran?

En realidad, el indisimulado elitismo -cuando no misantropía- de quienes arremeten contra este maravilloso instrumento apenas puede ocultar el auténtico problema: la demanda de atención por parte de aquellos que, en un mundo que era controlado por unos pocos privilegiados con acceso a los medios de producción y comunicación, se ven ahora orillados, ninguneados y superados por una ola en la cual se sienten incapacitados para navegar. Pero, ¿quién es el culpable? ¿El océano o el marinero? Antes de arremeter contra “los elementos”, mirémonos al espejo, no sea que lo que descubramos en él no sea el reflejo de un apuesto galán dotado de las mejores prendas, sino a un pobre diablo implorando mimitos.

 

 

 

 

 

 

One thought on “¿Para qué (y a quién) sirve internet?

  • el 11 noviembre, 2023 a las 8:43 pm
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    Hay muy pocos sitios, gratuitos, en la red, que se ha convertido en un gran bazar para ingenuos

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