“Después de ti”, de Jorge de Arco

Por Federico Gallego Ripoll.

A veces los poetas trenzan en una las tres heridas y se sangran volcando en la palabra la triple inquietud del hallazgo, la plenitud y el quebranto. Qué pocas cosas nobles son ajenas a la palabra madre, a la costumbre madre y a la emoción madre. Se podría entender que, pese a su pérdida, permanece creciendo a medida que lo hace el eje que articula nuestras vicisitudes, porque es desde su definición que se justifica nuestra potestad de eslabón, nuestra obligatoriedad de entregar el testigo para hacer del mundo, a nuestro modo, un lugar medianamente habitable.

Lo importante de la poesía no episódica radica en que es capaz de interpelarnos, en nuestra condición de lectores, más allá de la literalidad de su contexto; nos obliga a acomodar nuestra mirada en los ojos del poeta para reconocernos desde esa exteriorización de lo inmutable, un pesar sucesivo que abarca en una ausencia todas las ausencias, y consuela con un fragmento de belleza todo el ardor de una cicatriz que no cauterizará nunca su imperativo de memoria. La buena poesía, y la de Jorge de Arco lo es, nos aporta certezas en la duda y dudas en la evidencia. La fragilidad del poeta se nutre de la nuestra, que nos es devuelta después templada por esa mirada suya sanadora, porque su manera de aplicar al daño la expresión justa, nos dota de consuelo y de respuesta.

Jorge de Arco es un poeta sólido, consolidado, de larga trayectoria e independencia de voz. Desde 1996 mantiene una presencia constante y creciente que le afianza en su propio camino. Versátil en temáticas y firme en actitud, despliega en su amplia poética el pulso firme de quien sabe que no se avanza si no se profundiza, que no crece quien no regresa una y otra vez a la veracidad de sus propias fuentes, siempre desde la entereza y la tensión que le obligan a distanciar, de otras magníficas órbitas cercanas, el arco de su vuelo.

Después de ti (Balduque. Cartagena, 2023) es un escueto libro centrado en el dolor por la muerte de su madre, dolor con que el poeta, como miembro amputado, reivindica su quimérico afán de retorno al irrecuperable estatus previo. Cuando muere la madre muere el mundo, pero empieza a nacer, consecutivamente, otro mundo desde la sustancia primigenia que ella nos legó y ya es itinerario propio desde nuestro vacío estupefacto. Así se muestra con nitidez aquí a través de la voz de un poeta de acendrada solvencia.

El libro, despojado de cuanto no sea sustancia constituyente, se compone de un introito y tres secciones, la última conformada por un único, breve, poema, que podría considerarse corolario. Tras la evocación de la madre, ya en pasado, la primera sección es testimonio directo -casi una crónica- de los prosaicos ritos de la muerte, cuanto enturbia la identificación del hueco ya inmutable, su torva burocracia. El hielo que anestesia, definición de la tibieza que se transmuta en frío, presencia que deviene en distancia, el obligado alejamiento de cuanto fue tan pleno y nos hizo a su modo, hasta darnos las alas con que ahora volamos. En la muerte de la madre de cada poeta se rememora la de todas las madres, porque el poeta, cuando lo hace desde la sabiduría y la desnudez de Jorge de Arco, sitúa ante nuestros ojos las palabras que fuimos incapaces de extraer del centro de nuestra propia orfandad.

La segunda sección sublima la idealización del pasado desde la reflexión sobre cuanto, aun ido, permanece, porque nos consolida de forma irreversible. Las palabras sencillas describen una realidad tangible desde lo intangible: la poesía vertebra la aflicción del poeta que, al hacernos partícipes de su voz, nos nutre de cuanto en su voz es verdad inexorable. Nunca será ceniza el tanto amor. Hay muertes que siguen sosteniendo desde dentro nuestra vida.

En la tercera sección, en su único poema, se condensa y abre un futuro que crece entreverado a cuanto fue y cuanto es: de nuevo las tres heridas concluyen en un único mar, el de la existencia como sístole y diástole de afectos transmitidos desde quienes nos amaron a quienes tras nosotros reciben la enseñanza del vínculo más allá de la pérdida.

Pocas veces lo fue Jorge de Arco tanto y tan hermosamente como en este libro: poeta del temblor de lo inefable; el tremolar de una bandera que nadie observa, la sonrisa del agua calentándose, el intento de vuelo del pájaro en el nido: lo verdadero e imprescindible de la vida. Valga de ilustración el siguiente poema, situado en el centro de la sección segunda:

YO sé que la distancia
no alcanza ya a tus besos,
porque en ellos invierno puso su dedo último.
Y, sin embargo,
dibujo aún la sólita codicia
de mis días tiznados
por eclipses, cometas, por vencejos
que orillan su revuelo en los cristales.
Sumerjo mis pupilas en el mosto
antiguo de la dicha,
en tanto
me sé vestigio y heredero de tu historia,
porque la sombra que la va cubriendo
sostiene
el rumor de los pasos
que me acercan a ti.

 

No siempre la poesía se escribe con palabras, aunque se apoye en ellas. En Después de ti, Jorge de Arco viste el desabrigo de un surco irrevocable del que nos hace partícipes. Una vez más, su palabra poética nos sitúa en la frontera entre dos territorios, tal como la realidad se le muestra, y nos vuelve a hacer umbral de lo que no puede ser otra cosa sino poesía. Poesía que cura tanto a quien la escribe como a quien la lee. Porque -de ser posible- sólo será en compañía como habrá de curarse, como habrá de ser curado el mundo.

 

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