Teatro para leer con «El móvil», de Ramón Paso, y cinco chicas de cuidado

Por Horacio Otheguy Riveira

El dichoso, formidable y terrible teléfono da para mucho. De hecho, ha generado un sinfín de situaciones entre divertidas y desesperantes cuando suena donde no debe o genera accidentes mortales a golpes de selfis. Como sea, El móvil ocupa un lugar preponderante en nuestras vidas, por imprescindible comunicación con lapsus muy dramáticos cuando a través de su fatal pantallita intervienen los celos. Con este material y mucho más, el prolífico autor-director Ramón Paso ha construido una comedia negra que provoca sonrisas, carcajadas y reflexiones… Como suele, este maestro del Arte de la comedia -que también ha transitado con éxito dramas históricos y adaptaciones de clásicos- se dedica a personajes femeninos con un amor y una admiración sin parangón en los escenarios españoles. Creador de perfiles femeninos muy variados para una Compañía eminentemente femenina con la colaboración eventual de buenos actores.

Un quinteto tan divertido que por momentos nos olvidamos de lo peligroso que puede llegar a ser. En el Lara, donde se estrenó en agosto de 2020, sigue en cartel en enero 2022 con un elenco sensacional: Ana Azorín, Ines Kerzan, Ángela Peirat, Noah Ferrera y Ainhoa Quintana.

 

Éride Ediciones.

Esta obra se disfruta viéndola varias veces, y leyéndola con la imaginación de quien tiene el libro en sus manos, o la heredada del espectáculo. Es, sin duda, un hallazgo. Con cinco personajes femeninos fuera de serie: dulces fieras. Aguerridas. Delirantes… ¿Acumulación de estados emocionales?, ¿acciones descontroladas, caos a troche y moche? En absoluto: al caos, buena cara, la de un quinteto femenino bien cargado de luces y sombras, de idas y vueltas, de frustraciones y consagración de la libertad de movimiento.

Irreverentes como ellas solas, las cinco luchan por fortalecer su amistad, solitarias, en crisis, y, claro está, con un móvil en el centro de una mentirosa compulsiva, una endiablada seductora, simpática, agresiva si se empeña, y en definitiva gran protagonista asumida por Ángela Peirat, que debuta así con un papel de mayor envergadura, tras muchos otros personajes en la Compañía, una carrera ascendente que borda a su pícara escayolada «por esguince de segundo grado», pero nunca sabremos si es de verdad u otro embuste porque su afán de llamar la atención como sea y a cualquier precio no tiene límites. Y todas sus compañeras de ruta tienen su aquel y su aquel otro, y en los ágiles diálogos cargados de malas intenciones brillan al unísono, forjando una coral que da el pego hacia un final sorprendente.

Del Prólogo del autor… 

«[…] Me gustaría decir – sobre todo me gustaría pensar – que fui valiente, y que ante la idea, sólo la idea, de morirme, reaccioné con entereza y con esa sabiduría y esa paz que se ven en las pelis, pero no. Yo tenía miedo. Mucho miedo. Un miedo atroz a no volver a tocar otra piel, a no volver a reírme, a no volver a comer chocolate. Parecen gilipolleces, pero también parece que para mí, eso, en la vida, es lo importante. En mi caso, todo se solucionó con el trabajo duro de un grupo de enfermeras y médicos, que se dejó la piel y el alma en arreglarme los pulmones, y con el apoyo de un montón de gente que me mostró su cariño con oleadas de mensajes y mimos… Y así me curé…

 

Sala Lola Membrives del Teatro Lara de Madrdi.

 

Anunciaron que se podrían abrir los teatros. Yo ya estaba en casa, enganchado a una máquina de oxígeno portátil, cuando Antonio Fuentes me dijo que el Lara abriría y que si tenía listo Sueños de un seductor de Woody Allen para abrir la sala pequeña. Le dije que sí y me puse a trabajar en la versión. Y estrenamos y volvimos a oír risas en un escenario, y la vida volvió a ser buena, aunque seguía habiendo mucha incertidumbre y todos habíamos perdido amigos y trabajos y el futuro daba miedo. Tocaba ponerse de nuevo con El móvil. El hospital a mí, una vez superado lo peor, y cuando fui capaz de ducharme sin ayuda y esas cosas que nos devuelven la dignidad, me trajo paz, y con esa paz, revisé el primer acto. Lo cambié entero.

Cerré un tercer acto durante la primera semana de ensayos, o, tal vez, fue en la segunda… y, ¡por fin!, había obra terminada… Y, entonces, con la tranquilidad que da tener un texto cerrado, se lo envié a mi agente Mar Montávez, que es una mujer sagaz y divertida, y que me animó mucho respecto a la calidad del texto y su viabilidad cómica. Así que en la tercera semana de ensayos… lo cambié todo. Metí parlamentos nuevos para Ana, articulando la historia, y empecé a cambiar frases, situaciones, intrigas… Los ensayos eran un caos, y, aunque se veía que había luz en algún sitio, yo no era capaz de encontrar ese sitio donde estaba la luz. Antonio Fuentes, cosa extraña en los empresarios teatrales, bajaba a ver la mayoría de los ensayos. Al terminar, yo me acercaba y le preguntaba, ya subiendo las escaleras que conducen a la salida de la sala pequeña del Lara:

– ¿Cómo lo ves?

– Bien.

– ¿Pero te gusta? ¿Es buena? ¿Crees que la gente se va a reír?

– Está bastante bien – respondía él, sonriendo, y se marchaba hasta el día siguiente. […]»

Y el éxito llegó. La ansiedad del equipo se encontró con un público entusiasta desde el primer momento. Un equipo, es importante aclararlo, hecho a numerosas pruebas, que llegó a tener cuatro obras en cartel en cruce de horarios, y que lleva ocho años luchando, a veces con pocos espectadores en sala pequeña o grande, y también con llenos de públicos que les aplaudían de pie. Las emociones de la gente de teatro no son aptas para cardiacos, pero la PasoAzorín tiene repuestos de sobra, al estilo de Jardiel con sus Cuatro corazones con freno y marcha atrás. Y este juego fabuloso titulado El móvil sigue en pie, llega ahora a las librerías, y cuando salga del Lara, seguro que planificará reposición en otra sala y otra más. Uno de estos éxitos… para toda la vida.

 

 

[,,,] Vanessa.             ¡De aquí no se va nadie hasta que no sepamos quién es la guarra de las bragas doradas! Os lo digo en serio.

Betty.                  Yo no puedo ser la guarra de las bragas doradas, porque soy lesbiana.

Susana.               Yo tampoco soy la zorra de las bragas doradas porque no soy idiota.

(Sale a escena Samanta.)

Vanessa.             (Autoritaria) ¡De esta casa no se va nadie!

Samanta.            ¡Joder, Vane, gracias! ¡Cómo te quiero! Ya sabía yo que podía contar contigo. ¡Dame un abrazo, anda, hermana!

Vanessa.             ¡Quítate de en medio o te comes la muleta!

(Vanessa corre hacia la puerta.)

Betty.                  Mirad, chicas, hoy no es el día. Nos hemos equivocado al quedar. Yo propongo…

(Silencio.)

Susana.               ¿Betty?

(Betty se ha quedado dormida.)

Samanta.            ¿Se ha dormido?

Susana.               Pero si sólo se ha tomado un Lexatin… ¡Qué raro! (La menea) ¿Betty? ¿Betty? ¿Estás bien?

Claudia.              Ay, Susana, que se nos muere. Hay que pincharle adrenalina.

Susana.               ¿Qué dices?

Claudia.              Que sí, como en Pulp Fiction. La apuñalas en el corazón con una inyección de adrenalina y…

Susana.               Yo no puedo apuñalar a nadie. ¡Soy psicóloga!

(Betty llora un segundo y se vuelve a quedar dormida.)

Susana.               Pues, chica, yo la veo como siempre.

(Regresa Vanessa, satisfecha.)

Vanessa.             Eh, panda de zorras, la puerta está cerrada. (La enseña) Con llave. Y ya os digo que no pienso abrirla hasta que una de vosotras confiese haberse follado a mi novio dietista.

Susana.               (Extendiendo la mano) Dame esa llave, Vanessa.

Vanessa.             ¿Quién se ha follado a mi novio?

Susana.               Vanessa, no te lo voy a repetir.

Samanta.            ¿Luis te ha puesto los cuernos?

Vanessa.             Sí, me los ha puesto. Con una de estas tres… (Cayendo en la cuenta y la señala) ¡Con una de estas cuatro! Tú también tienes unas bragas doradas. ¿Cuánto tiempo llevas en Madrid, Judas, que eres una Judas?

Samanta.            (Levantando las manos) Ay, yo creo que he llegado en mal momento.

Claudia.              ¿Ves? Si yo lo he dicho desde el principio: la zorra es la hermana dislocada

Samanta.            ¿Yo soy la hermana dislocada?

Claudia.              ¿Verdad, Susi?

Susana.               (A Claudia) No me llames Susi. (A Vanessa) Dame la llave.

Samanta.            Oye, Vane, yo nunca me liaría con Luis. A mí los dietistas no me gustan. Y yo no voy a empezar nada si no es para casarme.

Vanessa.             ¿Y cómo sabes que es dietista?

Samanta.            Porque me lo dijiste tú. Te llamé para decirte que se había muerto el perro y me soltaste que éste era dietista.

Susana.               Lo hace con todos. Tú le dices que se ha muerto la abuela y ella te suelta lo de su novio. (A Vanessa) Dame la llave.

Claudia.              ¡Qué fría eres, Samanta! Liarte con el novio de tu hermana. Eres fría, fría, fría como una merluza congelada Findus.

Samanta.            Oye, Claudia, que yo no puedo ser.

Vanessa.             Hombre que no. Con lo pelmazo que eres…

Samanta.            ¿No ves que yo soy virgen? (Pausa) Me estoy reservando.

Claudia.              Ay, pobrecita mía. En la vida de esta cría todo son desgracias. […]

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