Describir lo inefable

Elena Marqués.- Hay dos momentos del día para mí temibles. Las tres de la tarde y las nueve de la noche, cuando irrumpen en la pantalla las noticias. No sé desde cuándo no se inauguran con alguna imagen que no sea de desolación. Guerras. Catástrofes naturales. Enfrentamientos políticos. Crisis económica. Por eso, hoy, más que nunca, necesitamos la belleza.

Afirma José Luis Trullo en el prólogo a esta antología de aforismos a cargo de Ricardo Virtanen que les corresponde a los poetas entregárnosla. Son ellos sus depositarios, como seres proteicos portadores del fuego de las palabras. (Aunque, glosando a Mayora, la belleza no las necesite.) Supongo que en este caso el director del proyecto Apeadero de Aforistas estaba pensando en el concepto de poesía como género literario (también Jesús Cotta la considera oficio del poeta, pues, así lo afirma Uría, «La belleza será poética o no será»), aunque yo, como Dionisia García, prefiero ampliarlo a todos los ojos (los ojos limpios de Elías Moro y de Karmelo Iribarren) que saben mirar y encontrar lo inefable, aquellos a los que asalta por su fiel predisposición a los prodigios. De hecho, los aforismos que recoge este libro, nada menos que de la pluma de cincuenta creadores, la abordan desde muy distintos puntos de vista, desde su versión efímera, a veces no exenta de frivolidad (Ricardo Álamo, Rafael Ruiz Pleguezuelos y José Luis Morante nos los recuerdan), al dolor de su carencia; desde la verdad de lo pequeño a lo maravilloso de su inutilidad.

Aun así, no tengo claro que las múltiples visiones y descripciones que componen este opúsculo, alguna de ellas de gran calidad poética, consigan el propósito de resolver el misterio («Solo entiendo la belleza incomprensible», dice Michel F; «Detrás de la belleza aguarda, inexorable, el misterio», secunda Manuel Neila), de captar su luz y explicarla, de entender su modernidad.

Desde luego la tarea es ímproba, y llena de posibilidades. No hace mucho recordaba una conversación entre amigos sobre la subjetividad de la belleza y los cambios de modelo estético a lo largo de la historia de la humanidad. (Sobre lo primero incide, entre otros, Paula Díaz Altozano.) Lo que sí creo que nos trasladan estos cincuenta poetas y aforistas en sus microtextos es su grandeza, así como su condición íntima, de entidad suprarreal que se percibe mejor, como recuerdan León Molina y Florencio Luque, en el silencio. Señalo así una de las observaciones más acertadas, para mí, a cargo de Emilio Calvo de Mora: «Quien vislumbra la belleza ignora la muerte», que da cuenta de su tamaño alcance, de su frágil eternidad, de su búsqueda inacabable e imposible, como recuerda Eliana Dukelsky.

También me gustaría destacar lo acertado del título por reunir lo que Canet, que deja algunas de las observaciones más valiosas, identifica con los instantes felices (como también apunta Cilleruelo, por ejemplo) y la visión ideal del edén del que fuimos expulsados, al que precisamente la belleza puede aproximarnos. Son muchos los aforistas que inciden en su relación «natural», valga la redundancia, con la naturaleza, con la ausencia de artificio, huyendo, como señala José Antonio Olmedo, de «humanas gramáticas».

Porque la belleza, la verdadera, aquello a lo que el hombre «debe» tender para llamarse hombre (así lo considera Ramón Eder), es un don propio («¿Existía la belleza de la noche estrellada antes de que hubiera ojos para mirarla?», se pregunta, sabiendo la respuesta, José Luis García Martín), que nos ilumina y nos hace ir más allá; algo divinamente humano (léase a Miguel Cobo Rosa) que una parte de los convocados a formar parte de este libro identifican, igual que los clásicos, con la bondad (Javier Sánchez Menéndez mismo). Bondad, verdad, belleza en una sola aspiración, una promesa (porque «La belleza da hambre, no saciedad», recuerda Insausti; «el nombre que le damos a las muchas formas de nuestra sed», describe José Mateos), una Idea, como la trinidad platónica del filósofo (que no, parece ser, del político).

Describir lo inefable, esa es la cuestión. No sé cuántos aforismos más necesitaríamos para continuar con la misma sed. Somos seres imperfectos, finitos, pero sí que podemos (algunos tocados por la gracia) permanecer en nuestra obra, en esa belleza que trasciende con mucho al material del que están hechas.

Ricardo Virtanen (ed.), Un instante en el paraíso. 50 aforistas y la belleza. Apeadero de Aforistas, Sevilla, 2023.

 

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