Un mundo menos imperfecto con Sidecars

Por Víctor González

Fotos de @fernandamawrphoto

Jueves por la mañana en la oficina. Ella me escribe para preguntarme si al final haremos cervezas antes del concierto. No ha ido a trabajar, tenía vacaciones pendientes. Le digo que sí. Y entonces llega la tarde.

Es 14 de marzo, el frío (¿qué frío?) de Barcelona ya se está yendo y empieza a verse por las esquinas de ciertas calles cómo asoma la primavera. Esa noche tocan Sidecars en el teatro Coliseum, hay cervezas apalabradas antes y todavía es de día cuando sales de la oficina. Como diría Quique González: «Todo huele bien».

Salís del bar y tu cabeza ya solo está en el concierto de poco después. Os ves reflejados en un cristal y os recuerdas a ese «ágiles como chicos de barrio» de Pereza, pero hoy no se abren portales por ningún calentón. Hoy no. Hoy hay concierto.

Y ya dentro, la alegría. Gente comprando cerveza y vino y palomitas mientras suena el aviso de los 5 minutos y poco después el de que eso está a punto de empezar. Y claro, empieza. Bastante puntuales. Esto es un teatro. Aunque seamos carne de salas.

Mientras todavía entran los últimos rezagados (tráfico o pis, alguna urgencia) vemos a la banda madrileña subir al escenario de un teatro Coliseum que anuncia en letras gigantes en su entrada que ahí se ofrece un show de Los Morancos. Ese día no. Pero debe de haber sido gracioso ver la cara de la banda al verlo.

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Empieza el concierto con ‘La tormenta’. Aviso a navegantes. La gente todavía está sentada, pero eso no durará mucho. Le sigue ‘Modo avión’ y entonces se encienden las luces para que Juancho, «con su boina calada», que diría Sabina, diga «bona nit, Barcelona», dé las gracias por el tiempo y el dinero invertido, y levante el vaso (eso sí, de plástico, «como toda la puta vida») de un vino al que él llama eufemísticamente Espidifen y todos brindemos mientras yo pienso que teatros con birra sí. Siempre sí.

El concierto sigue con un juego de luces espectacular, coronado todo por un led que se va encendiendo y apagando, cambiando de color, donde se lee Sidecars y se ve un avión de espaldas. Todo en el escenario está cuidado y precioso. Seis músicos y un ambiente espectacular, memorable.

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De repente llega ‘Los amantes’, la canción termina y el teatro dedica un minuto entero de aplausos mientras Juancho mira a Gerbass, quien esa noche cumple años (y soplará las velas in situ), y se baja la boina tapándose la cara y soltando al público un «estáis locos».

A partir de entonces, americana fuera, concierto cada vez más eléctrico, gente de pie. Tengo delante a dos chicas que se abrazan mientras una le canta al oído a la otra la canción entera. Yo sonrío porque sigue vigente la electricidad de los conciertos, la electricidad en los conciertos. Se me pone la piel de gallina.

Antes de terminar la primera parte se canta por sorpresa por el público el «cumpleaños feliz» a Gerbass y suena ‘180 grados’, donde Juancho canta que no hay nadie al volante, que lanzaría todos sus discos al fuego. Nada más lejos de la realidad, tenemos delante a una banda que tiene el volante bien cogido, y parece que no lo vayan a soltar por mucho tiempo. Que perduren esos discos, sus discos.

Se acerca el final del concierto, vuelve la banda después de la parada por boxes y Juancho confiesa que cuando ha llegado al camerino ha escuchado a alguien preguntar «¿Qué es lo que está pasando hoy?» y que él ha respondido «Lo que está pasando es Barcelona».

Y Barcelona pasó, ellos prometieron quemar todos los «garitos» abiertos de la ciudad condal hasta que llegara la hora de coger la furgoneta al día siguiente y nosotros, o por lo menos yo, prometimos volver a cada concierto que vuelvan a hacer aquí. Sidecars están en estado de gracia. Lo preocupante, o no, mejor dicho no, es que nunca han dejado de estarlo. Está muy bien que canten ‘Mundo imperfecto’, porque la canción es preciosa, pero también lo está que el mundo sea un poquito menos imperfecto cada vez que un grupo como Sidecars canta en directo. Larga vida a los conciertos, a los teatros, las salas, los directos. Larga vida a la música.

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