Víctor Muñoz: “Hay que dar la cara por el imaginario colectivo”
Alejandro López Menacho // Fotografías: Mónica Serna
El poeta sevillano Víctor Muñoz aborda en El patio número 3 el sufrimiento de aquellas mujeres sevillanas que perdieron a sus seres queridos durante la represión franquista. Una obra en clave teatral que recupera un doloroso episodio de la historia, una ignominia que algunos sectores pretenden borrar de nuestra memoria.
No es ningún secreto que durante la represión franquista en Sevilla se acometieron purgas políticas abominables; asesinatos a sangre fría, inhumanos, crueles, de personas que el régimen consideraba “rojas”, de ideales republicanos o contrarios a la dictadura. En Sevilla, a partir de 1936, fue tristemente célebre la comisaría de la calle Jesús del Gran Poder, que guarda entre sus paredes algunos de los episodios más violentos de la historia de la ciudad. Aún hoy, casi 90 años después, hay quienes la recuerdan como un lugar de sufrimiento, violencia y escarnio, el mismo lugar donde, en plena represión, acudían mujeres desesperadas con el corazón en un puño, buscando noticias de sus familiares desaparecidos.
No olvidemos que la represión en Andalucía fue arrolladora, letal y especialmente cruenta, máxime en Sevilla con el mando del sanguinario general Queipo de Llano, responsable de unos 45.000 fusilamientos, felizmente exhumado de la basílica de la Macarena de Sevilla en el año 2022.
Es necesario describir y entender tal contexto para acercarnos con fundamento al libro El Patio número 3, publicado recientemente por Ediciones del Bufón, que nos cuenta, a modo de obra teatral, el viacrucis de una madre que lleva comida a su hijo represaliado cada día, sin saber que ha sido asesinado. Un texto conmovedor, que se vale de la poesía de la derrota y el desaliento para emocionarnos. No hay lector sensibilizado que no pueda ver en María, esta madre testaruda que se niega a aceptar el destino de su hijo, la personificación de la angustia y la resignación de un pueblo humillado por la dictadura.
Hablamos con su autor, el dramaturgo, poeta y profesor Víctor Muñoz (Estepa, 1980), que ha tenido el coraje de escribir esta obra en un momento en el que los sectores más reaccionarios intentan reescribir la historia y parece más pertinente que nunca recordar de dónde venimos y qué sucedió en nuestras ciudades y pueblos.
¿Cuáles fueron tus motivaciones para adentrarte en una temática tan dura y difícil como la de las mujeres olvidadas de la represión franquista?
La motivación fue precisamente esa: el olvido tan injusto de esas mujeres, que sostuvieron con un sacrificio inenarrable a sus familias, bien acudiendo cada día a las cárceles donde estaban presos sus maridos, padres o hijos, bien pasando a ser el principal sostén económico de sus casas. No olvidemos la violencia y la estigmatización que tuvieron que soportar durante décadas en aquella sociedad totalitaria. En su libro, Individuas de dudosa moral, Pura Sánchez analiza con tino esta realidad. Y el historiador José María García Márquez pone también el foco en la tragedia de estas mujeres en un artículo titulado El centro del terror: la comisaría de la calle Jesús del Gran Poder. Este fue el verdadero punto de partida de la obra. No he leído todas las obras de teatro sobre la Guerra Civil, pero tengo la sospecha de que en las ficciones el dolor de las mujeres ha sido menos abordado que el de los hombres.
¿Qué importancia estimas que tiene recuperar estas trágicas historias para las generaciones actuales y venideras?
Toda. Y más en estos tiempos que corren. Es imprescindible que las nuevas generaciones, no ya recuperen, sino que conozcan nuestro pasado más inmediato. Soy profesor de Secundaria y te aseguro que un porcentaje muy alto de alumnos no saben nada sobre la guerra y la posguerra. Hay que seguir contando aún muchas de estas historias, y la literatura o el cine son plataformas ideales. Otra maldita novela sobre la guerra civil, tituló con ironía uno de sus libros el escritor Isaac Rosa. Pues sí, otra más. Porque además si no lo hacemos corremos el peligro de que las cuenten otros, y esos otros lo harán respondiendo a intereses más espurios. Hay que dar la cara en la lucha por el imaginario colectivo.
¿Cuáles son los mayores desafíos que encontraste a la hora de investigar sobre lo sucedido en el Patio Número 3 y profundizar en la represión franquista?
Existe una bibliografía no abundante pero sí muy significativa al respecto, pues se trata de memorias de personas que estuvieron allí. Los testimonios de Antonio Bahamonde —ojo, delegado de propaganda del ejército rebelde— o de Edmundo Barbero, miembro de la compañía cinematográfica Cifesa, son muy reveladores. En ese sentido ha sido fácil hacerse una idea aproximada de todo aquel horror. Me hubiera gustado visitar el edificio y conocer el famoso y tétrico patio, pero los jesuitas, dueños actuales e ilegítimos del edificio, lo tienen cerrado a cal y canto.
¿Has pensado llevar esta obra a las tablas?
Ojalá alguien la monte. Creo, honestamente, que este texto merece un montaje. Pero tendrá que hacerlo otra persona. Yo, de momento, no me veo de director de escena.
La descripción y la poesía (que va ganando terreno) se intercala con los diálogos de los personajes, con versos realmente potentes e, incluso, utilizas una canción de Imperio Argentina. Sobrevuela un halo musical sobre el texto. ¿Es premeditado?
Sí, cuentan que en la sala de tortura existían un piano y un cencerro que el alférez Rebollo y sus subordinados hacían sonar para amortiguar los gritos de los presos republicanos. Yo sustituyo el piano —aunque lo apunto en la acotación inicial de la obra— por una radio como elemento que cumple la misma función. Pero además la radio, con las coplas que emite, contribuye a forjar la atmósfera de aquella época, aparte de que esas letras, concienzudamente elegidas, refuerzan el sentido de lo que está pasando en la obra.
¿Cómo te enfrentas a alguien que defienda argumentos peregrinos como “no hay que remover el pasado” o “los rojos quieren reabrir las heridas”?
No lo tengo muy claro, porque sospecho que es casi imposible dialogar con quien realiza tales afirmaciones. Son de una estulticia o de una falta de sensibilidad tremendas. En este país siguen existiendo muchas “Marías”. Ya no son madres, claro, como el personaje de la obra, sino nietas o bisnietas que siguen luchando por recuperar los restos de sus familiares y poder darles una sepultura digna. Es inhumano oponerse a eso. Repito la cita que encabeza la obra: “Ya pasó la noche y todavía no llegó la mañana”. Hasta que no se exhumen y se identifiquen todos los cadáveres de todas las fosas no podremos decir que en España ha amanecido.
Es curioso que el libro consta de un bonito prólogo a cargo de Pablo Remón, y un más que jugoso epílogo de Pura Sánchez, a mi juicio brillante y pertinente. ¿Estás satisfecho con los extras del libro?
Más que contento. Estoy encantado. Me considero muy afortunado por contar con la ayuda de dos personalidades tan grandes, cada uno en lo suyo. No hay mejor pórtico de entrada al libro que ese prólogo —utilísimo, aunque él defienda lo contrario— de Remón, ni mejor salida que ese estudio histórico de Pura Sánchez, que le da contexto y anclaje histórico a la fábula de la obra. Los bufones que dirigen la editorial son capaces de conseguir cualquier cosa.
¿Cuáles son tus referencias literarias más próximas?
Me interesan actualmente el compromiso de Laila Ripoll, la frescura y los planteamientos realistas y actuales de Lucía Carballal, el humor y la melancolía de Pablo Remón, la hondura y el lirismo grotesco de Eusebio Calonge, entre otros españoles. Y en cuanto a los autores extranjeros me quedo con el ritmo descarnado de Pascal Rambert.
¿Cómo ha sido el trato y el trabajo con Ediciones del Bufón tras tu paso por Valparaíso?
Excelente. Mercedes y Raúl le ponen a la edición gran pasión, y un mimo por cada detalle que son contagiosos. Publicar con Ediciones del Bufón es un privilegio y un placer. Si todo el mundo tuviera la calidad humana y profesional que ellos poseen este planeta sería más habitable.