«Nada», de Laforet: radiante unión de teatro y literatura
Horacio Otheguy Riveira.
El adaptador Joan Yago y la directora Beatriz Jaén se confabulan para lograr lo imposible: que la palpitante vida escénica conviva en paz y armonía con una novela, respetando su cadencia de los años 40, y combinando con asombrosa plasticidad una estructura teatral realista en el comportamiento de los personajes, y parte del mobiliario, con bella libertad para crear un agujero en la pared por donde entra un coche de la época.
La pérdida de la inocencia en una novela autobiográfica escrita con 23 años en 1941, tirando de una trama hiperrrealista, y a la vez con brochazos de palpable lirismo. Una joven de 18 sale de su pueblo ilusionada para ser acogida, a cambio «de 200 pesetas que no alcanzan para la mitad de tu manutención» por una familia en descomposición.
Nada menos que en 1939, comienzo de posguerra con sus miserias, delaciones y hambrunas. Una novela que no ha perdido fuerza y que podría configurar el último acto de 1936 que se da en el Valle Inclán; sin generales, obispos, republicanos y fascistas, la vida de gente enloquecida por la guerra con la pobreza y el hambre que llegó después.
Andrea, tan hermosa en su inocencia, llega a la casa de sus tíos y abuela, donde es bien y mal recibida, según de quién se trate, pero ya la primera noche ha de dormir en un incómodo sofá. La actriz dice la novela no más empezar e interpreta el ánimo singular de una soñadora que llega a la gran ciudad a estudiar letras:
«No sé cómo pude llegar a dormir aquella noche. En la habitación que me habían destinado se veía un gran piano con las teclas al descubierto. Numerosas cornucopias —algunas de gran valor— en las paredes. Un escritorio chino, cuadros, muebles abigarrados. Parecía la buhardilla de un palacio abandonado, y era, según supe, el salón de la casa.
En el centro, como un túmulo funerario rodeado por dolientes seres —aquella doble fila de sillones destripados—, una cama turca, cubierta por una manta negra, donde yo debía dormir. Sobre el piano habían colocado una vela, porque la gran lámpara del techo no tenía bombillas.
Angustias se despidió de mí haciendo en mi frente la señal de la cruz, y la abuela me abrazó con ternura.
Sentí palpitar su corazón como un animalillo contra mi pecho.
—Si te despiertas asustada, llámame, hija mía —dijo con su vocecilla temblona.
Y luego, en un misterioso susurro a mi oído:
—Yo nunca duermo, hijita, siempre estoy haciendo algo en la casa por las noches. Nunca, nunca duermo.»
La música y el espacio sonoro de Luis Miguel Cobo tiene un aire cinematográfico que se suma al «cinemascope» con que fue montada la puesta en escena, aprovechando al máximo las dimensiones y posibilidades del teatro. Y si toda musicalidad es poca, aquí mención de algunas interpretaciones, destacadas dentro de un gran reparto para una representación de conmovedora armonía.
NADA De Carmen Laforet
Adaptación Joan Yago
Dirección Beatriz Jaén
Reparto
Carmen Barrantes (Angustias / Hermana de Gloria / Padre de Pons)
Jordan Blasco (Iturdiaga / Jaime / Vagabundo / Iturdiaga)
Pau Escobar (Pons)
Laura Ferrer (Gloria)
Manuel Minaya (Juan / Pujol / Padre de Ena)
Amparo Pamplona (Abuela),
Júlia Roch (Andrea)
Julia Rubio (Ena)
Andrea Soto (Antonia / Madre de Ena)
Peter Vives (Román / Guixols).
Escenografía Pablo Menor Palomo
Iluminación Enrique Chueca
Vestuario Laura Cosar
Música y espacio sonoro Luis Miguel Cobo
Vídeo Margo García
Coreografía Natalia Fernandes
Ayudante de dirección Romeo Urbano