El espíritu de la fuga
El espíritu de la fuga
Pedro García Olivo
Editorial Círculo Rojo
EL ESPÍRITU DE LA FUGA
Por Blas Valentín
Repelencia de escribir una novela, lo mismo que de obedecer. La escritura es obediencia. Qué bien entiendo ahora a Artaud, incapaz de escribir; y a Bataille, incapaz de razonar. Qué bien me entiendo, incapaz de obedecer. (Pedro García Olivo)
Pedro García Olivo (Fuente Álamo, 1961) es un filósofo y escritor cartagenero, promovedor de la antipedagogía y crítico radical de las sociedades democráticas occidentales. Nació en una familia humilde, estudió Filosofía y se licenció en Geografía e Historia en la Universidad de Murcia. Dejó la enseñanza y durante ocho años trabajó como pastor de cabras en las montañas del interior de Valencia. En octubre de 2010 renunció a la plaza. La publicación de El irresponsable (2000) suscitó una fuerte polémica por sus planteamientos antiescolares.
Leer El espíritu de la fuga es adentrarse en un terreno inhóspito, como visitar su refugio en Sesga. No es una novela convencional, igual que su refugio no es una casa acogedora. Su narrativa refleja la desolación y el abismo. La historia contiene alusiones al suicidio y la estructura misma del texto desafía la arquitectura de la novela tradicional. Esta obra se siente más como la creación de un filósofo-poeta con un espíritu huraño y contradictorio, comparable al de Artaud. No hay capítulos ordenados ni una narrativa que haga la vida más sencilla; lo que encontramos es una covacha literaria, un espacio mínimo que exige del lector un esfuerzo quijotesco para comprender su complejidad.
Nada de casas con arquitectos; su novela es una chabola desvencijada, sin esqueleto y hecha a retazos de desesperación, perdida en Alto Juliana, Sesga. Una vez llegas a la lectura de su novela ves que está tan llena de telarañas como el techo de su casa: una maraña inmisericorde y negra donde las arañas no permiten que las moscas y otros insectos molestos perturben su paz.
Esta es la obra de un espíritu libre que no busca gustar a nadie, ni siquiera a sí mismo, blanco de las críticas más acerbas que lanza a través de Figueroa. Pero es a través de su alter ego, Víctor Araya, muy parecido al Pedro García Olivo de la vida real, que se exalta indirectamente con el espíritu romántico de los grandes ególatras. «Todo lo que he hecho a lo largo de mi vida ha sido perfectamente inútil; no espero otra cosa de mi escritura», afirma Araya.
La mirada de Ernesto Figueroa califica su literatura de desierto y vacaciones de la inteligencia y la imaginación. Nadie normal puede acercarse a esta obra y leerla, sentencia. Porque abundan egos menesterosos, que buscan la aprobación, el aplauso del vulgo, el reconocimiento público con el que paliar su yo famélico y ruin. Sin embargo, Pedro, un ego inquietante, ha destruido el manual de instrucciones de la vida creando su propia estatua solo para destruirla con morteros, publicando en silencio, consciente de que su obra es inaccesible para la mayoría.
El espíritu de la fuga es una desmitificación de la vida: no hay lugar para la esperanza, sí para el suicidio. García Olivo no busca complacer al lector, ni siquiera en los aspectos más básicos de la narrativa convencional. Encuentro concomitancias con las vanguardias o con las postvanguardias y, sobre todo, con el espíritu de Antonin Artaud: es un Artaud ibérico y “sesgueño”, desesperado, desesperanzado o, como mucho, esperanzado de desesperanza, caleidoscopio de desorden pero siempre guiado por la luz de su sensibilidad poética y un desprecio profundo a lo dado.
La obra, al igual que su autor, reniega de las estructuras establecidas. El escritor García Olivo, como Víctor Araya, abandona su puesto de funcionario y se convierte en pastor de cabras en una aldea perdida del Rincón de Ademuz. Este acto de huida refleja su rechazo a la vida tradicional. Al igual que El Quijote y La muerte de Iván Ilich, El espíritu de la fuga cuestiona la vida convencional. En su huida, García Olivo rechaza la vida conformista, buscando vivir antes de morir.
Araya, alter ego de García Olivo, busca una libertad inalcanzable, una vida al margen de las convenciones, con el suicidio como último baluarte. El suicidio es una obsesión constante para Araya, una salida inevitable en sus pensamientos, compartida también por sus personajes, atrapados en vidas frustradas y futuros inalcanzables. El espíritu de la fuga no solo es un rechazo a la obediencia, sino una reflexión profunda sobre el absurdo de la existencia. En un pasaje notable, García Olivo cita a Deleuze: «Es posible que yo huya, pero a lo largo de toda mi huida busco un arma».