Horacio Otheguy Riveira.
Tras pegarse un tiro al final del célebre drama de Chejov, inexplicablemente, Kostya sobrevivió. Hoy, veinte años después, Konstantin Gavrilovich es un escritor de mediana edad que reflexiona acerca de su vocación, el arte y los fantasmas que habitan su existencia: su madre, el escritor que roba el corazón de sus amores, Boris Trigorin y, por supuesto, Nina.
Ya en 2012, Ochandiano dirigió una versión de la obra completa que protagonizaron Toni Acosta (Irina Nikolaievna); Javier Pereira (Konstantin Gavrilovich); Silma López (Nina Zarechanaia), y Javier Albalá (Boris Trigorin), entre otros.
Trece años después, asumiendo nada menos que Autoría, dirección, producción e interpretación: Rubén Ochandiano vuelve a esta obra maestra de la historia del teatro universal, ligado directamente a parte de su vida en un monólogo tan personal que no promociona más que con su cara, sin fotografías de su notable puesta en escena por donde pasea el infortunio, el buen humor y la amargura del joven, víctima de muchos sinsabores, tras un amor imposible que, para colmo de males, ama a un maduro escritor que él no puede más que odiar…
En esta función para un solo actor, pero no para una sola voz (en una gran pantalla, imágenes diversas y la voz de Anne Baxter en Eva al desnudo, así como textos que le envían por mail), se rinde tributo al desdichado personaje con el que empatiza este hombre de teatro con mucha experiencia en cine y series.
La empatía le lleva a alterar graciosamente elementos de la trama original, mejorar la experiencia existencial de Kostya hasta límites muy interesantes que, sin embargo, chocan contra una dinámica insólita tras la explosión de libertad, a través de un sorprendente final.
Puzzle de una gaviota sin terminar
Frustraciones sentimentales, resentimientos defendidos con ahínco, brotes de buen humor con altas dosis de despojamiento, lo cierto es que el despojamiento Ochandiano es capaz de crear un Chéjov -al que, por otra parte, le dedica la representación- de hoy con su inflexible vocación de destino inamovible, mientras todos los personajes se reúnen para reconducirlo por completo. Una vocación que podría generar una nueva puesta en escena «ochandiana»… de la totalidad del texto original.
Despojamiento intenso que se desarrolla en todo el escenario del Teatro del Barrio con un escritorio, unos sillones antiguos, una mesa ratona donde se va completando el puzle de una gaviota; una tetera humeante, un incienso cuyo exquisito aroma invade la sala… una palangana grande llena de agua donde también suceden intentos de liberación y muerte…
… y un desnudo integral, el de un cuerpo trabajado en gimnasios, bien pertrechado de un sentimiento de abandono y tristeza perenne. Así, desnudo por completo durante un tiempo escénico trascendente, vuelve a cubrirse para avanzar hacia el final con la eficacia actoral que siempre le hemos reconocido (espectadores y directores de la importancia de Miguel Narros, por ejemplo)…
De pronto recuerda los avatares de La Gaviota en sus dos estrenos, el primero, 1896, fracaso estrepitoso, el segundo, 1898, de la mano de Stanislavski, éxito rotundo hasta hoy en que se sigue representando mundialmente en modestas y espectaculares producciones…
En definitiva, un Chéjov Ochandiano muy recomendable por el talento del intérprete y por la valiente búsqueda a corazón abierto y piel desnuda, de una alternativa al unamuniano sentimiento trágico de la vida.
Ayudantía de dirección y producción: Jano Sanvicente
Producción: Mónica Regueiro
Diseño de sonido y proyecciones: Saúl Barceló
Ayudante de Producción: Andrés García Gómez
Distribuidor: Fran Ávila
Coordinación: Mariaje de Higes