Por Antonio Costa Gómez.
Se ha puesto de moda machacar a Marilyn Monroe a la que ya machacaron bastante en vida. La dejaron sola, la utilizaron, abusaron de ella. La mandaron a la esquina y la clasificaron con sus clasificaciones idiotas y ciegas. Ella se burló de ellos, pero no se dieron cuenta.
Empezó un macarra, que se dice escritor, con la cara cuadrada. Y con la mirada cuadrada, y las afirmaciones cuadradas, como los adoquines o los trozos de hormigón armado. Y cuando algo se pone de moda todos los idiotas se acercan a tirar piedras según la moda. Los pobres no saben hacer otra cosa.
Hacen lo más fácil, lo más ramplón. Lo más simple y repetitivo. Lo que no obliga a pensar ni a sentir. Tira piedras igual que todos los demás, machaca al tipo gay al que están matando en A Coruña, acosa al niño diferente en el colegio. Sigue la moda en las redes sociales. Haz lo que hace todo el mundo según la moda como un imbécil.
Y yo siempre admiré a Marilyn Monroe. Por ciertas miradas de escepticismo melancólico que puso en “Bus Stop”. Por cierta tristeza rebelde que interpretó en “Vidas rebeldes”. Hizo como yo una vez que me estaban machacando. Dije con resignación resistente: “Bueno, ya lloverá”.
Hago como Arthur Miller, él sí que la comprendió. Y no quiso, como él dijo, acudir al circo que fue su muerte mediática. La quería recordar en ciertas miradas inasibles (inalcanzables para estos idiotas ramplones), en ciertos amaneceres.
En esto me parezco a mi padre. Cuando una vez Luis María Ansón (aunque más tarde Luis María Ansón demostró ser mucho más que eso) soltó tópicos displicentes sobre ella mi padre la defendió en un artículo, recordó a Arthur Miller que era mucho más que Ansón. Yo siempre me llevé mal con mi padre, pero en eso coincidimos a través de las épocas.
Bamba Editorial publicó en 2020 un libro con los poemas de Marilyn Monroe. Todos ellos son interesantes. Desde luego mucho más interesantes que los ripios de Leopoldo Calvo Sotelo, sobre los cuales hicieron una reseña en Babelia. Mire usted, y yo creyendo que Babelia era algo muy serio.
Pero sobre todo me acuerdo de un poema que se llama “Olvido”. Yo lo considero tan valioso como el poema de Rosalía de Castro sobre el clavo que tuvo en el corazón y cuando le arrancaron el clavo creyó que le arrancaban el corazón. Y como el poema de Antonio Machado sobre una espina que cuando se la quitaron le hizo sentir nostalgia de la espina.
El poema de Marilyn Monroe es más sutil, más matizado. Más misterioso. Se escapa del simbolismo que muchas veces la gente confunde con alegoría donde el significado se conoce de antemano.
Marilyn Monroe dice:
Como un buen cirujano
Has abierto una herida
En mi corazón
Y la has vuelto a cerrar.
Has arreglado
Como un buen relojero
Todo lo que no funcionaba bien.
Hasta aquí el racionalismo triunfante, el mecanicismo que nos encierra y los tópicos de los psicólogos. Somos como máquinas, nos dice la ideología dominante, la psicología mecánica que lo reduce todo a mecanismos y a pastillas. (Como si no leyeran a Proust ni a Dostoievski).
Insiste Marilyn Monroe con lucidez:
Ahora mi corazón
Da siempre la hora en punto,
Me despierta a su hora.
Tenemos a los psicólogos que arreglan a los policías traumatizados en las series y a los psiquiatras que te atiborran de pastillas o te encierran si armas mucho jaleo.
Pero Marilyn continúa:
Pero dime, amor mío,
Al cerrar la hendidura
Qué olvidaste allá dentro
Que yo no puedo olvidar.
Hay algo más que fórmulas y tópicos mecanicistas en nosotros. Y que Marilyn señala porque era poeta. Poeta de verdad, en contra de sus memos perseguidores. Hay algo que ella no puede olvidar y su arreglador olvida. Y que olvidan sus perseguidores. Y ese algo es ella misma. Ella misma, sin nombre, más allá de esas putas simplezas.
A mí me parece el poema más sugestivo, más abierto, que los de Rosalía de Castro o de Antonio Machado. Porque al fin y al cabo un clavo es un clavo, y una espina es una espina, por mucho simbolismo que alberguen.
Pero lo de Marilyn Monroe es un “qué”, es una pregunta. Como la pregunta de Luis Cernuda cuando escribió: “No decía palabras, / acercaba tan solo un cuerpo interrogante”. O cuando escribió: “El deseo es una pregunta/ cuya respuesta nadie sabe”.
Tampoco nadie sabe qué es eso que su arreglador olvidó pero que ella no podía olvidar. Y que sus perseguidores desconocen. Porque solo tienen fórmulas, porque no se hacen preguntas. Porque no tienen intuición, no van más allá de las frases para vender libros o para causar sensación en las entrevistas.
Nadie se pregunta por ese “qué” que señala Marilyn en su poema. Ese “qué” que se manifestaba tímido y fuerte en algunas escenas de Marilyn Monroe. Que asomaba en un amanecer cuando su personaje se despierta en “Vidas rebeldes” y se asoma al personaje de Clark Gable.
Y hacía falta un poema para indicar ese “qué”. Eso que sus perseguidores ramplones no conocen. La poesía.
El «qué» que ella no puede olvidar, que su «arreglador» olvidó, y que sus perseguidores no logran entender, es ese algo intangible y misterioso que solo la poesía puede captar. Este poema invita a reflexionar sobre la humanidad más allá de los estereotipos y simplificaciones.