Redacción.
- ¿Cómo nació la idea de escribir Mientras el río fluye? ¿Hubo algún acontecimiento o motivación especial que le impulsó a desarrollar esta historia?
La novela nace de una tensión que percibo tanto en mi experiencia personal como en lo que observo a mi alrededor. No me interesa reproducir la realidad tal cual, sino examinarla, interrogarla. Mientras el río fluye parte de ese impulso por entender qué hay detrás de ciertas actitudes, de ciertos discursos, de las máscaras que todos, de una forma u otra, llevamos puestas.
El contexto —el Ejército, la Cataluña previa a 2017, la escuela, los medios— no es un decorado, sino una parte activa del conflicto. Son escenarios donde se disputan identidades, donde lo político y lo íntimo se cruzan constantemente. He vivido parte de esos escenarios, pero no escribo para contar lo que viví, sino para descubrir lo que se esconde detrás de lo vivido.
Es una novela sobre la identidad y el desconcierto. Sobre cómo nos construimos —y a veces nos negamos— en entornos que no siempre reconocen lo que somos. A través de Juan Penalba, el protagonista, exploro una pregunta que me obsesiona: ¿hasta qué punto somos lo que parecemos? ¿Y qué hacemos con todo aquello que no encaja?

- ¿Qué parte de la historia de España te interesaba destacar? ¿Qué querías contar desde un ángulo literario?
No me interesa contar la historia de España en mayúsculas, sino esas pequeñas historias que la atraviesan, que la contradicen, que la tensionan. Mientras el río fluye no pretende ofrecer una tesis política ni un diagnóstico sociológico. Me interesa más la fractura que el relato, más la fisura que el discurso.
La historia que atraviesa la novela es la de un país que, a menudo, no sabe hablar consigo mismo. La España de las lealtades múltiples, de los silencios heredados, de las palabras que cambian de sentido según quién las pronuncie. El Ejército, la escuela, la lengua, los medios… no son solo temas: son campos de batalla simbólicos donde se negocia el sentido de pertenencia. Desde un ángulo literario, me interesaba capturar ese desconcierto. Dar voz a una mirada desplazada, incómoda. No tanto para resolver, como para incomodar. La literatura, creo, no está para reafirmarnos, sino para hacernos dudar de lo que damos por hecho.
- ¿Qué se encontrará el lector en esta novela que no haya en otras que tratan temas similares?
Ojalá el lector encuentre, más que respuestas, un espacio para la incomodidad. Mientras el río fluye no parte de certezas, sino de dudas. No busca moralizar ni ofrecer una versión definitiva de los hechos, sino abrir preguntas: ¿quién tiene derecho a sentirse de un lugar?, ¿cómo se negocia la identidad cuando el entorno te percibe como ajeno?, ¿qué ocurre cuando uno se adapta sin pertenecer del todo?
Lo que quizás distingue a esta novela es el enfoque literario con el que se abordan estos conflictos. No hay una tesis disfrazada de argumento. Hay un personaje —Juan Penalba— que atraviesa un proceso de erosión interna en un contexto hostil, donde lo ideológico y lo íntimo se entrecruzan. Y ese deterioro, esa grieta en lo que parecía estable, es lo que me interesa narrar.
Además, me esfuerzo por cuidar el lenguaje. La forma no es solo un vehículo para el contenido, sino parte del conflicto mismo. Porque cuando se habla de lengua —y esta novela lo hace—, también se habla de poder, de exclusión, de identidad.
- ¿Cómo fue el proceso de creación del personaje principal, Juan Penalba?
Juan Penalba no nació como un héroe ni como una víctima, sino como una pregunta sin resolver. Desde el principio supe que no quería escribir un personaje ejemplar, sino uno lleno de contradicciones. Alguien que observa más de lo que actúa, que se adapta sin pertenecer, que asiente cuando en realidad duda.
Penalba es, en parte, un espejo deformante de muchas personas que he conocido —y de algunos aspectos de mí mismo—: gente atrapada entre lo que son, lo que creen que deberían ser y lo que los demás esperan que sean. Para construirlo, más que hacer una biografía detallada, me centré en su mirada. Quería que el lector sintiera cómo ve el mundo, cómo lo interpreta, cómo se lo traga a veces sin poder digerirlo.
Su conflicto no es grandilocuente, pero es profundo: busca un lugar y, al mismo tiempo, lo sabotea. Es un personaje que se desgasta tratando de encajar, y eso, creo, lo hace humano.
Algunos lectores lo han entendido así. Marco Antonio Gordillo Rojas, en Zenda, lo comparó con Ulrich, el protagonista de El hombre sin atributos: pensativo, lleno de melancolía, atrapado en una inconstancia que paraliza. Pedro García Olivo, en Culturamas, habló de un personaje que recuerda a Meursault, el extranjero de Camus, por su forma de revelar —sin aspavientos— la desolación de una existencia vacía. Ambas lecturas me parecen muy valiosas, porque captan algo esencial: Penalba no quiere explicar el mundo, solo descifrar por qué habitarlo le resulta tan ajeno.
- ¿Qué mensaje quiere transmitir con su obra?
No escribí Mientras el río fluye con la intención de transmitir un mensaje cerrado. No creo en las novelas que dictan lecciones, que predican o moralizan. Lo que sí busco es incomodar un poco. Que el lector se haga preguntas, que algo le tiemble por dentro, aunque no sepa bien qué.
Si al terminar el libro alguien se queda pensando en lo que callamos, en lo que fingimos ser, o en cómo el entorno moldea lo que llegamos a permitirnos, entonces el libro ya habrá cumplido su función.
No me interesa confirmar certezas, sino abrir fisuras. Mostrar que la identidad no es un bloque sólido, que la pertenencia puede doler, que muchas veces habitamos espacios donde nunca terminamos de estar del todo. Y, sobre todo, que aunque no siempre haya respuestas claras, sigue valiendo la pena hacerse las preguntas.
- ¿Qué importancia tiene para ti el lenguaje en la novela?
El lenguaje no es solo el medio, es parte del conflicto. Mientras el río fluye es una novela atravesada por la palabra, por lo que se dice y lo que no se dice, por los silencios que revelan más que los discursos.
Como profesor de lengua, soy muy consciente de cómo el lenguaje construye realidad. Pero como escritor, intento que el lenguaje no sea un adorno ni una trampa: busco precisión, pero también ritmo, atmósfera, respiración. Me interesa la tensión entre lo que se nombra y lo que se calla, entre lo que se puede decir y lo que se intuye.
Creo que el lenguaje de la novela acompaña al personaje: contenido, a veces frío, a veces herido, siempre buscando una forma de decir lo que cuesta decir.
No me obsesiona la floritura, pero sí la frase justa. Esa que, sin necesidad de alzar la voz, deja un eco.
- ¿Qué acogida está teniendo la novela entre el público y la crítica?
La acogida está siendo discreta en cuanto a ruido, pero profunda en lo que más me importa: la lectura atenta. Mientras el río fluye no pretende ser espectacular, sino necesario. No busca complacer, sino acompañar al lector en un territorio de preguntas, de incomodidades, de grietas.
Críticos como Miguel Ángel Idígoras han hablado de una novela “honrada y brillante en muchos momentos”, donde Penalba encarna a ese español medio, desorientado, atrapado en su propio desconcierto. Carlos Pérez de Ziriza ha destacado su retrato de la idiosincrasia valenciana, y cómo el relato crece con el paso de las páginas. Y lectoras como Mercedes Arribas han sentido que el lenguaje fluye al compás del personaje, sin imposturas, sin alharacas.
Se han publicado reseñas en Zenda Libros, La Región Internacional, El Libre o El Periódico de Aquí, y poco a poco, la novela va encontrando lectores que no buscan escapar del mundo, sino entenderlo mejor. No escribí esta novela para competir en la vitrina, sino para dejar una huella. Aunque sea leve. Aunque sea en silencio. Porque hay libros que gritan y otros que permanecen. Yo aspiro, con suerte, a esto último.

