Entrevista a Isabel Moreno García, autora de Los días

 

Culturamas: ¿Por qué recurrir a un falso diario? Suponemos que hay algo especial en la génesis de la obra, algo que tal vez apoye las interpretaciones del lector: ¿Podrías aclararnos un poco cómo surgió y se desarrolló?

-Acababa de publicar mi primer libro de ficciones titulado Pasos y me tracé como objetivo elaborar una novela en primera persona. Me pareció que un diario era lo más adecuado para ese propósito. Los días inició su andadura en 2013, cuando escribí los dos primeros capítulos. En 2015 abordé el tercero y, por fin, retomé el escrito en marzo de 2023, siendo que a finales de julio de ese mismo año lo di por terminado. Por tanto, ha tenido diez años de latencia. Es mucho tiempo, pero sólo transcurrido ese largo periodo, tuve deseo de volver sobre lo iniciado un decenio antes. Mientras tanto, escribí y publiqué la colección de relatos titulada Ley matinal, que me sirvió para sentirme cómoda utilizando en mis textos la primera persona.

C: La costumbre, hoy, es preguntar por la autoficción, como si todos los textos contuvieran trozos esenciales del autor. ¿De dónde sale Miriam, la protagonista? ¿Y los personajes de los que se rodea?

-Miriam, la protagonista de mi novela, es un personaje ficticio y en el diario que escribe ubico su nacimiento en una familia de una clase social distinta a la mía. Mi madre era ama de casa y mi padre un obrero, se desempeñó como encargado en una empresa de montajes de construcciones metálicas, pero desde siempre leyó tebeos, novelas, periódicos. En mi familia era impensable que no cursáramos una carrera universitaria. El entorno de Miriam, en cambio, acepta que ella, después de suspender la selectividad, busque un empleo. A mi hermana y a mí nos educaron con la idea de estudiar para ir a la universidad. Mi progenitor es conservador, pero quería que nosotras fuésemos autónomas, que tuviésemos una profesión que nos permitiera elegir el modo de vida. En ese sentido, Los días no es un texto autobiográfico, si bien todos los personajes han sido configurados por mí. El espesor de cada protagonista fue surgiendo al escribir. Primero, los rasgos fundamentales de la personalidad de cada uno y, luego, en la interacción, iba delineando su singularidad. Los días no fue efecto de una planificación exhaustiva.

C: Pero no serán solo los personajes. Los lugares también nos construyen, y por tanto les construyen. ¿Qué peso tiene en la personalidad de los seres que habitan dentro de la obra?

-Sí, la novela transcurre en una ciudad que, como todas, tiende a ser excesiva, a proliferar sin límites. La ciudad también es protagonista y escenario de Los días. Se podría afirmar que la ciudad comporta civilización, a pesar de las desigualdades que desgraciadamente se dan, y Miriam pasea por ella, camina por las calles con su flujo de pensamientos, se desplaza, sobre todo, por su barrio, donde visitará y recorrerá los lugares más emblemáticos: la biblioteca, la librería, el bulevar, el mercado, el parque, las terrazas, la galería de arte, algún restaurante… la ciudad es el espacio de la coexistencia, de lo social. En este sentido, todos los personajes son genuinamente urbanos.

C: ¿Estamos convencidos de narrar algo que podría comulgar con la verdad, sea esto lo que sea? ¿Sirve el formato diario para incrementar la sensación de estar próximos a ella?

-El diario, al estar escrito en primera persona, fortalece el pacto entre el autor y el lector, pero distinguiría entre el diario íntimo, privado, y el diario literario consciente de su futura publicación. Éste último posee todas las características de la autobiografía, que suele maquillar la propia vida. Se trata de una fotografía favorecedora en la que se tiende a la idealización, aunque el propósito sea la sinceridad. Hay que tener mucha fuerza de voluntad y lucidez para evitar el autoengaño. En todo caso, la verdad literaria no se reduce a la coherencia lógica y la verificación empírica, sino que tiene que ver con un modo de verosimilitud que resulta de una redescripción metafórica de la realidad. En esta redescripción se pone en juego la potencia de decir de la lengua, que libera una una capacidad de referencia a nuestro ser en el mundo imposible de expresar con el discurso científico.

C: Vamos con lo clave: ¿de qué trata Los días? ¿Cuál es el tema principal, el motor?

-Se podría afirmar que Los días trata sobre la amistad, sobre los encuentros entre amigos. La historia discursiva sobre la amistad es larga, pues se ha escrito casi todo sobre esa relación que, por su singularidad, escapa a toda explicación, pues la amistad tiene algo de irreductible. Montaigne, refiriéndose a La Boetíe escribía en los Ensayos: “Si se me pide decir por qué le quería, siento que ello sólo puede expresarse contestando: porque era él, porque era yo”.

C: Entonces, si lo importante es la amistad, lo importante será la elaboración de la amistad en la narración, y también la de los amigos. ¿Es así?

-Sí, mi novela es coral y en ella se manifiestan los vínculos amistosos. Hay diversos personajes. Los he cuidado a todos. Ninguno se ubica en la esfera del mal, más bien las relaciones de los amigos están reguladas por la virtud. Todos, de una manera u otra, se salvan, pues unos pretenden el bien de los otros. Mientras escribía, algo me impedía maltratar a los protagonistas. Cada uno de ellos, a su manera, cincela su propia redención en comunión con los demás. Las noticias del mundo son trágicas e intentaba en Los días trazar modos de vida con los que hacerle frente a esas informaciones dramáticas sin caer en el mutismo melancólico. Cada uno de los protagonistas, cada uno de los amigos, sublima su insatisfacción e indignación, a pesar de la negatividad que les rodea. No decir o no hacer nada sería abocarlos a la impotencia.

C: La novela transcurre en unos pocos días. Ya sabemos que uno no debe salir de ella igual que entró, ni los personajes ni los lectores. ¿Es realmente posible la transformación, hacerse crisálida y aparecer diferente?

-En general, en la vida se van construyendo caminos de los que es muy difícil retroceder, quería expresar la posibilidad de hacer una torsión, de tomar una decisión que tuviera consecuencias importantes en la propia existencia. Yo he tenido dos trabajos apasionantes: docencia y psicoanálisis, aunque se me hizo difícil compatibilizar las dos ocupaciones, pero hay un gran número de personas que están insatisfechas con sus profesiones. Somos muy jóvenes cuando tenemos que elegir, pretendía mostrar la posibilidad de enmendar un aparente fracaso inicial. Se pueden retomar los estudios siendo adulto, no sólo para ejercer un oficio más gratificante si fuera posible, sino para favorecer el enriquecimiento del espíritu y de la imaginación. Ahora bien, las transformaciones no son súbitas, necesitan su tiempo para madurar. Durante los días en que Miriam escribe el diario, no se hace crisálida sino que medita y anota lo que piensa. El fruto estaba a punto de caer.

C: Vayamos, de nuevo, con Miriam. ¿Cuáles son los pilares de su personalidad? ¿Qué le permite mantenerse a flote en un entorno que no es cómodo?

-La característica más importante de Miriam es que es una gran lectora. Eso le permite llevar a cabo un pensamiento más ordenado y le facilita conciliarse con su soledad, que no tiene nada que ver con la desolación. La lectura es una apertura al mundo, a la historia, a los otros, es un factor civilizador inmenso. Por otra parte, están sus amigos. Son fundamentales. Desde el principio del diario lo afirma, pero se hace más patente en los días sucesivos. En esa interlocución amistosa, ella opta por el “nosotros” como dimensión auténtica del “yo”.

C: ¿Y ese proceso de cambio, de evolución, que hemos expresado en la pregunta anterior, es posible a través de la literatura?

-Bueno, en cuanto a la lectura, es un trastornar nuestros prejuicios. Como escribía Pascal Quignard, leer requiere mucha humildad, olvido y renuncia a nosotros mismos para hacer sitio en nuestro psiquismo a la obra que leemos, a sus argumentos o a las pasiones de sus personajes. Al leer, afirmaba Quignard, no es que la tristeza se domestique ni que deje de ser tan cercana, pero ésta se prende a una red mucho más vasta que ella, se adhiere a las palabras. Quignard viene a decir que la lectura atenta teje algo de uno mismo al contacto con el lenguaje de un libro. El arte, en general, nos unifica, también cuando contemplamos un cuadro o escuchamos música. Es cierto asimismo que se suele producir una desestabilización, un extrañamiento, sin embargo, al elaborar ese choque que nos produce la lectura de un texto, al pensarlo, nos reestructuramos. Nadie duda de que leer es un riesgo.

C: Pero lo esencial, en el tema de las transformaciones, es la necesidad de las mismas. ¿Qué hace que resulte imprescindible afrontarlas? ¿Estamos sometidos a un exceso de conflictos?

-En Los días se mencionan las Guerras de Siria y Ucrania. Las guerras del mundo son también trasuntos de nuestras batallas internas, metáforas de acontecimientos intrapsíquicos donde se conjugan violencias entre nuestros objetos internos de amor y odio, en definitiva, fantasías desestructurantes que comportan sufrimiento. En cuanto al horror de las guerras que se libran en la realidad, es difícil narrarlo o representarlo, diría que es imposible, hay un límite irrebasable. Por otra parte, las transformaciones son fruto de la experiencia. Reflexionando sobre nuestro acaecer, modificamos comportamientos, pero no somos tan maleables como quisiéramos. Miriam asume una decisión importante después padecer durante varios años un profundo tedio en la oficina y tomar conciencia de que prefiere seguir aprendiendo y escribir.

C: Acabas de pronunciar la palabra guerra, un concepto muy potente. ¿Estás convencida de la necesidad que impone este tipo de términos para echar a rodar una obra? ¿No basta con algo tan comprometedor y tan libre como la mencionada amistad?

– Las vidas humanas transcurren en un periodo histórico cuyas vicisitudes interfieren en las esfera privada y varía el modo en que afectan subjetivamente. La amistad y la guerra son sólo dos ejemplos, entre otros que se pueden encontrar en mi novela, de que la escritura, la conversación, el arte y todas las producciones humanas se apuntalan en lo inefable para brotar con el anhelo de circunscribirlo lo más exhaustivamente posible. Hay un vacío en el subsuelo de toda manifestación del lenguaje. Luz y oscuridad son inseparables.

C: ¿Estamos, pues, ante esa postura de carácter también social que debe tener quien escribe? ¿El escritor lo es para los demás y gracias a los demás?

-Respecto a la escritura, lo primero, es mantener una postura ética, sostener la disposición a seguir considerando la escritura una práctica sagrada. En el año 2002, le hicieron una entrevista a Pierre Michon en la que afirmaba que conscientemente, incluso en la escritura privada, hay que conservar la censura de nuestra propia bajeza. Ponía el ejemplo de una opinión rabiosa acerca de nuestros contemporáneos. Si uno está enfadado con alguien y lo anota en una hoja o cuaderno, registrando algún improperio o crítica descalificadora, al día siguiente ha de destruirlo. No tiene por qué cruzar el umbral de la escritura. De los apuntes que toma un escritor hay que excluir ese tipo de opiniones, sigue sentenciando Michon, incluso en la correspondencia. Yo estoy de acuerdo. Después, cada texto posee su contexto y responderá a los deseos de cada escritor, a las problemáticas por las que se sienta más concernido.

C: ¿Hablamos, entonces, del artista comprometido? ¿Hablamos del artista que arroja algo de luz? ¿Hablamos de las funciones del escritor?

-Siempre median compromisos cuando escribimos o hablamos. La escritura como práctica sagrada haría referencia a que los textos permanezcan abiertos a la revelación. Se afirma que escribimos al dictado de una instancia que nos guía, damos voz a algo cuyo origen está en otra parte, que viene de un fondo intraducible, aunque hagamos correcciones. “La palabra felizmente enajenada”, que diría Antonio Valdecantos. Se trata de la verdad que vehicula el espíritu de una época, el inconsciente colectivo, por decirlo de alguna manera, enunciados que surgen del diálogo con los otros, las propias producciones de la imaginación que atraviesan nuestros fantasmas más ignotos. Hay escritos que nos aproximan a lo que llamamos desvelar el misterio del mundo, del ser, de otras obras literarias o artísticas, de la complejidad humana, y esto, a pesar de lo que sugiere Valdecantos: que no somos productores de ajustes entre palabras y cosas, sino generadores de palabras ciegas sometidas a la ilusión de la justeza.

C: Una vez que hemos aclarado la postura sobre el autor, ¿cuál sería la de la literatura, que es a la que se debe sin ser esto una esclavitud?

-Como recordaba David Foster Wallace respecto a lo que afirmaba un profesor suyo, la función de la buena literatura es relajar al inquieto e inquietar al relajado, intentar comprender la condición humana a través de la identificación y exploración de otros sujetos, lo cual hace que nos sintamos menos solos, y todo esto se lleva a cabo sin más recurso que el lenguaje.

C: ¿Cuáles son sus fuentes, es decir, sus fuentes literarias? ¿Cabe señalar alguna influencia en sus intenciones estéticas?

-Antes leía más poesía. Al despertar me sumergía en los poemas por lo que conllevan de precisión, de tensión en el lenguaje. Me deslizaba por los versos y el mundo recobraba su perfil en ese bordear el silencio. Las palabras son siempre una herramienta insuficiente para saldar la oquedad que deja nuestra emancipación de la naturaleza. El lenguaje nos desnaturaliza, somos seres simbólicos. Vivimos con esa fractura. Nuestra existencia es un intento de elaborar ese desajuste. La poesía me parece una experiencia paradigmática de dicha urdimbre. Ahora leo más prosa. He leído muchos diarios y novelas. En este momento estoy con Austerlitz de W.G. Sebald.

C: A modo de conclusión, ¿cuál es la motivación de Miriam, por quien se demuestra un cariño artesanal, a la hora de pensar que su mundo debe pasar a tener un registro que tal vez alguien lea algún día?

– Miriam, la protagonista de Los días, escribe su diario como modo de resistencia a una vida laboral muy insatisfactoria y a una situación particular de duelo por la separación del que ha sido su pareja durante 16 años. Ella se esfuerza por ser clara, por poner en evidencia el mundo, su mundo, pero trae consigo algo incomunicable, como todos. Esto se vislumbra de igual manera cuando intenta describir una serigrafía que está situada en la cómoda de su habitación. Como sugería Meleau-Ponty: “Toda pintura no celebra más enigma que el de la visibilidad”. Sin embargo, buscamos mensajes y nos topamos con la ausencia de una significación definitiva, pero creo que en todos los intentos de expresión a los que nos enfrentamos se van trazando los surcos de la vida para, a veces, poder mirar de otro modo, para pensar las cosas un poco, para cambiarlas una pizca, para ser, en fin, un poco menos pasivos ante el hecho ineluctable de la muerte.