Ricardo Álamo.- Agudo, ingenioso, ocurrente, sagaz, intuitivo, genial, inteligente, reflexivo, lúcido, imaginativo, sutil, culto, viajero, conversador, bienhumorado, sincero, lector empedernido, irónico, futbolero, bibliómano, nihilista activo, huidor de lo lúgubre, crítico y autocrítico, pero también catódico, sentimental, impertinente, gacetillero inmundo y Leo, si hacemos caso a algunos de los calificativos con que la solapa de su primer libro, Veinticinco años de éxitos (1993), describía a Juan Bonilla, un escritor todoterreno, que a lo largo de su carrera literaria ha fatigado todos los géneros literarios, desde la novela hasta el relato, pasando por el ensayo, la poesía, la crónica periodística o el cuaderno de apuntes. Precisamente Simios apóstoles (2025) podría encuadrarse en este último género, donde sin desdeñar el microensayo ni la reflexión breve, menudean un sinfín de textos fragmentarios que discurren sobre los más variados temas: la fotogenia, la ciudad, la crítica literaria, Borges, Unamuno, Camba, Gaziel, Xammar, Chaves Nogales, Ruano, Umbral, Ferlosio, los editores, la escritura, la lectura, la poesía o el periodismo cultural. En esta entrevista no le hago notar que uno de los géneros literarios más humillantes que existen es… el currículum vitae, porque, como él mismo dijo en cierta ocasión “uno no es el que aparece impreso en las líneas que componen su currículum y si lo es, que Dios le perdone”. Por eso podría pensarse que el Juan Bonilla que aparece reflejado aquí no es exactamente el mismo Juan Bonilla que aparece reflejado en… otra entrevista, dado que normalmente media un tiempo apreciable entre entrevista y entrevista, suficiente a priori como para que las consideraciones, opiniones, teorías o impresiones acerca del oficio de escribir, de la propia obra o del carácter personal del propio autor hayan sufrido cambios considerables o al menos no despreciables en la natural evolución biográfica y bibliográfica del autor que se ve abocado a examinar (y a revisionar), desde la distancia temporal, su vida y su obra.
-Empecemos por el título, Simios apóstoles, que proviene de un famoso aforismo de Lichtenberg: «Los libros son espejos: no puede un simio que se asoma a ellos esperar que quien salga reflejado sea un apóstol». Y tú añades: Y sin embargo… ¿Sin embargo qué?
Cuando alguna frase, por lo que sea, se me queda agarrada a una pared de la memoria, me pongo a darle vueltas para ver por qué me ha deslumbrado. La frase de Lichtenberg, que después de mirarla mucho, acaba pareciendo un eslogan barato de una campaña del Instituto del Libro, es de esas que parecen revelar una verdad pero que no soporta que le rasquen la superficie porque se queda sin su brillo de revelación. Para empezar porque mete a todos los libros en una categoría -el Ideal- y por tanto debería valer para todos los libros, cosa que es insensata. Y luego porque es buenista, en el sentido de que culpa a quien se asoma de su condición, aliviando al libro de la capacidad de cambiarle la naturaleza a quien se asome, por lo tanto de alguna manera, aunque sea un elogio del libro, en realidad le está recortando sus potencias. Así que en algún momento llegué a la convicción de que -no los libros, así en general, sino los libros importantes- quizá la cosa era en realidad justamente la contraria de la que enunciaba Lichtenberg: es decir, los grandes libros -y aquí ya la potestad del lector cuenta porque él sabrá cuáles son los grandes libros- son precisamente aquellos que consiguen que un simio al asomarse intuya que hay en él algo de apóstol, y sobre todo los que logran mostrarle a los apóstoles que se asoman, que no son tan apóstoles como ellos creen, y que en cualquier caso hay siempre algo de simios en ellos. Hay toda una tradición de desconfianza hacia los libros, además, que podemos fijar en Sócrates y tirar hasta nuestros días -Unamuno pertenecía a ella, y escribió aquel poema maravilloso, “El armador aquel de casas rústicas” en el que Jesucristo flota sobre las aguas y dice palabras que hechizan a las gentes que están en la playa y termina lamentándose: pero esos palabras cayeron muertas en un libro, ay tragedia del alma. ¿Tragedia del alma por qué? Ahí se ve que el que escribe el poema es el Unamuno orador y no el lector, porque si hubiera sido el lector hubiera dicho “ay milagro del alma”, porque esas palabras que caen muertas en un libro -y un libro tiene apariencia de sepultura, eso es cierto- pueden merecer el milagro de volver a ser aire mediante el acto de la lectura, es decir, pueden volver a estar vivas, si no llegan a caer en un libro se hubieran perdido para siempre, o hubieran corrido el riesgo de desbaratarse en la interpretación que cada uno de los que la oyeron hiciera. Esa desconfianza -García Calvo decía que la escritura era Cultura y por lo tanto un arma de los de arriba, mientras que el habla era de todos y de nadie, se nos da por naturaleza, de ahí su pureza contra la escritura- a mí me resulta incomprensible. Entiendo que en épocas donde leer y escribir eran señas de identidad de clases altas pudiera valer ese ataque a la tragedia del alma de Unamuno, pero una vez extendidas la capacidad de escritura y lectura no puedo sino ver como milagro lo que para Unamuno era tragedia, y no puedo sino abominar de ese “cayeron muertas en un libro”, porque si caen en un libro entonces no pueden estar muertas, sino como mucho dormidas, y pueden despertar en el momento en que la voluntad de un solo lector lo decida. Ahora que este lector sea un simio o un apóstol, ni depende del libro al que se asome ni el libro al que se asome le dirá cuán simio o cuán apóstol es, por lo que definitivamente la frase de Lichtenberg me parece una falacia y no, los libros no son espejos -mucho menos hablando así en general- o al menos no tienen por qué serlo ni procurarlo.
-Si no recuerdo mal, una vez me dijiste que el género aforístico no era santo de tu devoción. ¿Por qué razón?
No recuerdo haber dicho tal cosa. En todo caso contra lo que sí tengo cierta alergia es contra los libros de aforismos, que es cosa distinta. Juntar en un libro decenas o cientos de aforismos es de algún modo ir contra el propio género, que me parece que puede alcanzar mayor fuerza injertado entre otros textos o escondido, por decirlo así, en un texto más amplio, o directamente escrito en una pared -una vez vi uno en una estación que decía: Dejad el pesimismo para tiempos mejores. Ese juego de la paradoja, tan propio de un tipo de aforismo, leído suelto en una frase grafiteada, te deja un sabor a revelación que no sé si se lograría si el mismo aforismo lo injertaras en una colección de dos mil aforismos. Puede que se trata de una mera incapacidad personal para disfrutar de esos libros. O puede que se trate de algo que suele pasarme cuando voy a alguna conferencia donde el conferenciante se harta de decir cosas memorables: al final, dice tantas cosas memorables que salgo de la conferencia sin acordarme de ninguna.
-Y, sin embargo, encuentro que en algunas páginas del libro hay desparramados un puñado de aforismos, como uno que dice Los disfraces nos desnudan. ¿Qué disfraz llevas puesto habitualmente?
Ahí opera nuevamente la paradoja y es fácil declinar el aforismo: los disfraces te dan la libertad de ser por una tarde quien quieras, en la elección del disfraz -dejando aparte las posibilidades materiales de quien se disfraza- ya va una definición del disfrazado y por lo tanto a la vez que se está disfrazando se desnuda en el sentido de que algo nos está diciendo de él, por tanto el disfraz lo desnuda dado que lo común es que vaya vestido de sí mismo y el disfraz le dé la oportunidad excepcional de decir algo más, algo que no suele decir y que expresa, de manera momentánea, un rasgo más profundo. En cuanto a mí, y basándome en las opiniones de quienes más o menos me conocen o por lo menos creen conocerme, diría que llevo un disfraz de seriedad y timidez que me hacen parecer una persona distante. Y no digo que no lo sea, mi madre siempre me decía que era muy despegado. Yo no me veo así, claro, por lo que debe ser mi disfraz habitual.
-En otro de tus aforismos —permíteme que lo llame así— dices lo siguiente: Jamás entró en combate por defender a algún amigo. Seguramente por eso tenía tantos amigos en todas partes. ¿Qué es para ti la amistad? O mejor, ¿cultivarías esa clase de amistad?
Hay dos versos de Julio Martínez Mesanza que lo dicen de forma definitiva: Si tuvieras al justo de enemigo / la justicia sería mi enemiga. Se titula “De la amistad”. Me parece una definición perfecta de la amistad…y dicho esto, tendría que desprender de esa definición la inmediata certeza de que no tengo ningún amigo, porque no hay nadie que si tuviera al justo de enemigo lograría que la justicia fuera mi enemiga. Me pondría inmediatamente del lado del justo, lo que rompería los lazos de amistad con el amigo. Obviamente jamás cultivaría esa clase de amistad que te impide entrar en combate por intereses que cuiden las relaciones con otros amigos: he entrado en combate a menudo incluso por gente por la que no siento mucha simpatía pero estaba siendo acosada por la injusticia, y si pierdo amistades o simpatías -simpatía en el sentido griego, comunidad de intereses- tampoco pierdo mucho.
-Tu libro reúne un conjunto de apuntes sobre temas muy variados (la fotogenia, la ciudad, la crítica literaria, Borges, etc.) en los que vuelcas tus reflexiones y ocurrencias al tuntún de los días. ¿Eres un escritor de opiniones contundentes, como tu admirado Nabokov?
Diría que no, me cuesta mucho tener opiniones, las que tengo son muy obvias (el Tercer Reich fue una sucesión de crímenes, la horchata está deliciosa…) e irrelevantes, además las opiniones no valen de nada, estorban si son puntos de llegada -juicio- y sesgan el camino si son puntos de partida -valoración. La opinión como juicio y valoración que uno hace y tiene sobre algún hecho concreto, no va a cambiar el hecho concreto. Luego está el peligro, muy acuciante en nuestro tiempo, de acompañarla de un adjetivo: pública. La opinión pública como sinónimo de sociedad, el truco del almendruco por decirlo así, porque ahí la opinión se vuelve ella misma hecho concreto con capacidad de influir en la realidad a partir de una orquestación interesada, dogmática, religiosa. Acaba de pasar con un libro de Luisgé Martín que iba a publicar Anagrama: una marabunta de opiniones consiguió que, a pesar de que un juez permitió la salida del libro sobre el asesinato de unos niños cometido por su padre, la editorial decidiera no distribuirlo, muchos libreros se negaran a exponerlo, terminaran cancelándolo. Es peligrosísimo que las opiniones no versen sobre hechos concretos sino que aspiren a convertirse ellas mismas en hechos que generen opiniones. Así que no, no tengo opiniones contundentes sobre nada. De hecho, el libro comienza citando a Harry el Sucio y su frase sobre las opiniones. Hay además en el uso de la palabra, no solo en el campo del periodismo, una degeneración que me la hace antipática: se ha convertido en una especie de fortín defensivo para escudar valores personales o al revés diezmar verdades. Si yo le digo a alguien que el ascenso de la ultraderecha en toda Europa responde a la tercera ley de Newton, que dice que a toda acción le responda una reacción de fuerza similar y sentido opuesto, y alguien me responde: esa es su opinión, ahí se ha acabado el debate, porque en el terreno de las opiniones pocas reglas puede haber, así que si le dices a tu vecino que no tire a la piscina al niño porque no sabe nadar y te dice “esa será su opinión”, tendrás que esperar a que llegue la ambulancia y reanime a la criatura para que el vecino se convenza de que detrás de la opinión había razón. En cuanto a Nabokov, mi admiración es por su prosa, ni mucho menos por sus opiniones. Era de una arrogancia insoportable. Ha salido un libro excelente de Nina Kressova, Nabokov y la literatura rusa, donde estudia los sedimentos que iban dejando autores rusos en Nabokov, y es muy simpático descubrir ahí que autores por los que en sus manifestaciones dejaba clara su más absoluto desprecio eran saqueados -y mejorados- en algunos episodios de sus novelas.
-En la Nota preliminar recuerdas que llevas casi cuarenta años dedicado al periodismo cultural. ¿Cómo ha evolucionado, según tu punto de vista? ¿O simplemente ha involucionado?
Naturalmente ha ido parejo a la evolución de la sociedad en la que desemboca. Veníamos de una cultura donde convivían con igual fuerza lo impreso y lo proyectado, y o ha fenecido -aunque hoy se publiquen más libros que nunca- o ha sido adelantada por otro método que no tiene por qué ser mejor ni peor, sino que es distinto, con evidentes beneficios en cuanto a lo que ha sido siempre el progreso -es decir: velocidad- y algunas deficiencias. No parece que merezca discusión siquiera la evidencia de que el humanismo ha sido derrotado (todavía en mi adolescencia se decía aquello de que quien no sirviera siempre tenía las Ciencias para estudiar: no se podía estar más equivocado en la arrogancia de la expresión) y vivimos en un mundo donde la tecnología ha triunfado (ya lo avisó Ted Kaczynski en sus escritos, incomprensible inéditos en España: Antitech Revolution, para quien quiera echar un vistazo). ¿Eso ha afectado al periodismo cultural? Pues naturalmente, como a todo. Destacaría la pérdida de poder de los prescriptores, lo que no es ni bueno ni malo ni regular: se ha expandido la capacidad de prescripción, y en esa expansión han cobrado fuerza prescriptores que ni siquiera pertenecen al campo del periodismo cultural. Por otro lado, la precariedad de la profesión es obvia, hasta el punto de que ni siquiera hay ya editores de mesa en los periódicos y muchas notas de prensa acaban en los diarios tal y como llegan desde los gabinetes de prensa, de donde es fácil deducir que la publicidad o la propaganda han ganado la partida. Ahora, decir que ha involucionado es una mentecatez. Al multiplicarse las posibilidades de expresión -al abaratarse también las posibilidades de hacer periodismo cultural hasta el punto de que hace años, aunque ahora anden más o menos de capa caída, parecía que se había desplazado el centro del periodismo cultural a los blogs personales- no es raro que acá o allá uno encuentre piezas magistrales del género, y a veces llega a ellas por la recomendación de un desconocido que dice cosas lo suficientemente encendidas y bien expresadas como para que uno se asome a ellas. De manera que la nostalgia es un cándido error en este caso, y si el nivel general, por hablar con insuficiencia, puede aparentar que la sección de cultura de periódicos y suplementos culturales han perdido fuerza con respecto a la que pudieran haber tenido hace cuarenta años, lo cierto es que se da el caso de que hoy cada cual puede componerse su propia revista cultural o literaria a diario mediante la navegación, picar un ensayo excelente en una página, un artículo sabio en otra, una reseña distinguida en otra…y así. Por lo tanto es evidente que ha habido una evolución en la que se coloca al receptor como dueño de su navegación en un agente que puede construir a diario, si la curiosidad le hace de motor, gran periodismo cultural a través de la combinación de lo que se ofrezca en muchos sitios distintos. Hoy mismo, antes de ponerme a responderte, he leído un reportaje maravilloso sobre la figura de Bobby Fisher, una reseña convincente sobre una película inglesa que no estaba seguro de si merecía la pena ver, y unos extractos de un viejo ensayo de Gustavo Bueno sobre el mito de la izquierda (esto último podríamos considerarlo pre-publicación, porque a continuación he buscado el libro de Bueno en la red y me lo he comprado por 3 euros).
-Y si, como dices, la sección de Cultura es la hermana pobre de los periódicos, ¿no crees que la cultura ya no es CULTURA?
Es que le levantamos a la palabra Cultura unos muros que no sé yo si sirven de mucho: la vuelven ghetto y es un error. Cultura es casi todo. Si encuentran una cuchara de palo en una excavaciones nos dirán que los arqueólogos han hecho un nuevo descubrimiento acerca de la cultura acadia: una cuchara es cultura. Al encerrar en la clasificación periodística a la Cultura de esa manera -lo que tenga que ver con las Artes, por entendernos- ni siquiera se está siendo justo con ella porque, como digo en el libro, la sección de Cultura es la única del periódico donde cabrían todas las demás: un economista que hable sobre el capitalismo de Estado publica un libro y se le entrevista en Cultura, una vedette que tuvo sus amistades con el Ex Rey va a hacer un documental y sale en Cultura, un político que fue ministro decide contar sus experiencias en esas nubes y sale en Cultura. Por eso que sea la hermana pobre de las secciones del periódico me parece un dislate: sólo los mejores deberían formar parte de esa sección (y no digo que no sea así). Así que de ningún modo puedo pensar que la cultura no es CULTURA como dices, sin saber muy bien lo que quieres decir porque yo desconfío de las palabras que se escriben todas enteras con mayúsculas. Lo que es un error es pensar que “cultura” es sólo lo que producen artistas, literatos, cineastas. Teníamos una palabra para eso que se perdió -y que durante mucho tiempo se utilizaba en periodismo: ARTES. Artes y Espectáculos, incluso. La prueba más evidente de que la cultura se da en casi todas partes es que cuando hoy se recuperan textos del periodismo del pasado, no eran textos que salieran en la sección que hoy llamaríamos Cultura. Las crónicas parlamentarias de Fernández Flórez salían en política, las crónicas viajeras de Camba en Internacional, las de Irene Polo en Sociedad. Y ahora cuando se recopilan o reavivan, el sitio para dar noticia de esas resurrecciones es Cultura.
-Hace poco Arcadi Espada no comprendía (o se lamentaba de) que tu pluma ya no formara parte de las páginas de El Mundo. Yo tampoco lo comprendo. ¿Lo comprendes tú?
El negocio va como va. A veces cuentan contigo y a veces no. No hay que darle mayor importancia.
-Como periodista, ¿qué no te gusta del periodismo actual?
El agendismo. La potencia de los gabinetes de prensa y las agencias de comunicación para ganar lugar en los periódicos, la falta de curiosidad que percibo en muchos popes, por llamarlos de algún modo. Si bien se mira, el periodismo de calidad no se está publicando en los periódicos sino en revistas que no suspiren por el clickbait. Por eso me parece una pérdida de energía ponerse pesimistas con el asunto de la calidad: el que busca, encuentra porque las cabeceras se han multiplicado, y los adelantos de la ciencia de la traducción permiten que pueda asomarse uno a lugares antes inalcanzables por la ignorancia del alemán o el checo. Por otra parte hace ya lustros que parece que la crónica -sobre todo en Latinoamérica- vive tiempos de esplendor: la cosa no es para echar tantos cohetes como suelen tirar algunos, pero es cierto que desde los tiempos de Etiqueta Negra, la revista peruana de la que fui parte, a hoy, se ha venido produciendo un montón de piezas del género que ofrecen evidencias de que se está haciendo muy buena literatura en ese género. Así que lo que menos me gusta es la reducción a nota de prensa de muchas cosas que merecerían mayor atención, y la falta de curiosidad de muchos de los encargados de filtrar la realidad para crear la actualidad (porque la actualidad, no se olvide, es algo que, en buena medida, se crea, quiero decir hay un porcentaje que evidentemente son acontecimientos dados -un apagón general, un cónclave de cardenales-, pero otros son seleccionados de entre los cientos de productos que se lanzan al mercado y en esa selección hay una notable falta de diversidad producto no sé si del cansancio, la hartura, la precariedad o la comodidad que supone darle siempre prevalencia a lo que venga auspiciado por una gran empresa -editorial, productora, lo que sea…
-Citas a Camba, Gaziel, Xammar, Chaves Nogales, Ruano, Umbral, Ferlosio, como grandes periodistas, con la particularidad de que ninguno de ellos dio nunca una sola noticia. ¿En tu opinión, en el periodismo importa más la manera de contar que lo que de hecho se cuenta?
Obviamente. Lo que digo es que muchas de las grandes noticias se dan solas, se imponen, las produce la realidad sin necesidad de que nadie tenga que ponerse a investigar. Alemania invade Polonia no es una exclusiva de nadie. Bien es cierto que hay casos -las famosas filtraciones que son el trampolín del periodismo de investigación- en los que por una grieta de los sistemas de poder se escapa un resplandor que necesita de unos periodistas que lo conviertan en gran reportaje: en España el caso más llamativo es el del caso GAL investigado por Melchor Miralles y Ricardo Arqués, pero también puede valer como ejemplo maestro el de Arcadi Espada en el libro Raval. Los periodistas que se enumeran en la pregunta son grandes periodistas no por las informaciones que aportaron porque apenas aportaron información ninguna, sino por su manera de contar lo que hubiera que contar -a veces, seguramente, inventando mucho, como en el caso de Umbral y no sé si del propio Chaves, toda vez que todavía nadie ha conseguido dar con un testimonio fidedigno de que existiera Juan Martínez o que todo lo que este contaba se atuviera a hechos reales y no a su facilidad para usar sucesos más o menos anodinos como trampolín de narraciones extraordinarias. Hay un artículo extraordinario de Umbral cuando sueltan al golpista Tejero -no he conseguido dar con él, no sé si lo recogió en libro- que ejemplifica lo que digo: la noticia la da todo el mundo, le conceden la libertad al golpista Tejero, hay un debate entre los que consideran que está bien y los que piensan que mejor que se muera en la cárcel, y va Umbral y escribe una tribuna en el ABC diciendo “yo quiero que salga Tejero, hombre, que salga y vea a las muchachas y los muchachos espléndidos ahora que llega la primavera, y se aterre al ver en los escaparates de los libros la abundancia de lesbianas, que salga y vea que los homosexuales ya no se esconden, yo quiero que salga, hombre, que vea…”. Y claro, de la noticia vulgar -que le dan libertad condicional a un golpista- lo que te queda es el artículo memorable de Umbral.
-Te muestras muy crítico con la poesía que se hace ahora, ¿tan malo es el ejército de poetas que asalta las páginas de revistas y libros? ¿No salvas a nadie?
¿Quién soy yo para condenar o salvar a nadie? No es verdad que me muestre muy crítico con la poesía de ahora. Siempre ha habido más mala poesía que buena, así que en eso los tiempos no han cambiado en lo más mínimo. Lo que hago es un epigrama acerca de la costumbre de muchos autores jóvenes de acompañar sus versos con selfies de todos los colores, de donde haga el chiste de que andamos en un mundo de selfos, como criatura mítica. Pero en la chavalería todavía es disculpable y hasta un aliciente fotogénico, más patético me parece en autores que superen los cincuenta años. Dirijo una revista literaria, Calle del Aire, en la que he publicado a muchos autores que publicaban por primera vez, así que por supuesto que hay algunas voces nuevas que me resultan interesantes y enriquecedoras. Es cierto que el panorama es muy confuso y tengo la impresión de que abunda una poesía falta de tensión y con tendencia a la cursilería, pero que abunde no significa que toda ella es así, y en cualquier caso esa poesía “instagramer”, por llamarla de algún modo, no me parece, hablando en general y por lo tanto sin el más mínimo rigor, peor que la abundante poesía culturalista de los años en los que yo era muchacho y me atragantaba con una verborragia que, contra la gran lección de Mairena, parecía convencida de que lo poético era “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.
-¿El onanismo es el peor -ismo que ha inventado nuestra cultura actual?
Ni la menor idea.
-En el capítulo dedicado a la fotogenia muestras tu reticencia hacia los fotógrafos de un solo tema y hacia los que hacen poesía del exhibicionismo. Pero, ¿no crees que eso también se da en la literatura, sobre todo en los libros de autoficción, tan de moda últimamente?
Trato de no juzgar géneros sino resultados. Me parece poco riguroso cargar contra la novela histórica, el cine negro o la poesía vanguardista haciendo de ellos un todo equivocado o midiéndolos por la cantidad de mediocridades que se hayan producido en sus fronteras. Así que sobre lo que llamas autoficción primero necesitaría una definición para ver si estamos de acuerdo en los términos que propones y luego tendría que evaluar títulos atendiendo a la regla de Ezra Pound que en algún sitio dijo que el primer movimiento que tiene que hacer un lector es preguntarse qué se ha propuesto el autor del libro y luego tasar en qué medida lo ha logrado. Ahora, lo que sí que voy a discutir, sin que ello suponga una defensa de la autoficción, es que en ella se dé mayor exhibicionismo que en otro tipo de modelos narrativos. ¿No es acaso también exhibicionismo narcisista pensar que todas las ocurrencias que tengas, aunque no se escuden en experiencias personales, van a resultar interesantes para los demás? Si convenimos en que son proyecciones de un “yo” que decide expresarse hablando de extraterrestres, hay la misma carga de narcisismo en esa necesidad que en la de quien utiliza experiencias personales para elaborar sus narraciones: uno necesita proyectarse en un tipo de fantasías o invenciones y otro agarrarse a otro tipo de vivencias. En uno y otro caso es imposible saber si han llegado a buen término previamente: no porque una novela esté llena de zombies ya es buena ni otra porque cuenta la experiencia real, más o menos maquillada por los efectos narrativos que necesite quien escribe, es mala. Si por autoficción entendemos la conversión en artefacto narrativo de una serie de experiencias biográficas de quien escribe, por supuesto que habrá decenas de obras deficientes que sólo hayan servido a quienes las escribieron para quitarse un peso de encima o darse importancia, pero a ese género también pertenece La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa que es una obra maestra. Pensar que la autoficción es una cosa que se inventó antier es tener poca idea de nuestra propia tradición. Helena o el mar del verano, de Julián Ayesta, es autoficción, y uno de los libros más bonitos de nuestra narrativa. Umbral hacía autoficción ya en los años sesenta del siglo pasado.
-Dices que la fotogenia está en todas partes, aunque no te atreves a definirla. Pero le enmiendas la plana al Diccionario de la Academia por no definirla bien o por añadirle la muy mala característica de “lo que sale bien en las fotografías”. Si como afirmas, todo es fotogénico, también lo será no solo lo agraciado, sino también lo que carezca de gracia, ¿no?
Claro, ahí voy: la fotogenia la puede crear una mirada, y de ahí que haya tanta obra maestra gracias a que la mirada de un fotógrafo la creó donde los demás no la veíamos. Lo de “lo que sale bien en las fotografías” es de una pereza insultante. Ni Naomi Campbell sale bien en todas las fotografías. Ni el Flatiron de Nueva York. La fotogenia me interesa en relación al periodismo y el arte dada su condición amoral. Al estar en todas partes, está también en el horror y la miseria, y hay que poner cuidado en no estetizarlos. La pobreza es muy fotogénica, las tragedias también. Los World Photo Awards se dan todos los años a impresionantes imágenes tan fotogénicas como inmorales -una madre acunando a su hijo muerto, etc… ¿Por qué hay inmoralidad en ellas? Pues porque ahí un fotógrafo no debe buscar belleza, el matiz de la luz estallando contra la cabeza de la madre y shalalá, si lo que quiere denunciar es una situación de vileza en un país asediado, basta con tirar una foto al tuntún sin cuidarse de los matices de la luz. Esas fotos de niños trabajando en minas de Salgado me parecen el no va más de la inmoralidad esteticista.
-En otro pasaje de tu libro afirmas que hay grandes obras de la literatura que no has acabado de leer, por cansancio o porque no terminaban de convencerte. Con todo, me pregunto si aconsejarías la lectura parcial de algunas de esas grandes obras como una buena forma de lectura.
No recomendaría ningún libro en el que yo mismo haya fracasado, no le veo la gracia habiendo tantos libros que me han dado felicidad -y uno de los mandamientos del buen lector es tratar de contagiar el entusiasmo por alguna de las obras que te hayan entusiasmado.
-Ser lector es raro, dices que decía Pere Gimferrer, pero ¿no es más raro aún ser escritor, como dijo Azorín?
No sé, no creo. Escribir puede ser una necesidad terapéutica. Claro que escribir no te hace escritor. Pero es un comienzo. Borges decía que leer era una actividad más civilizada y noble que escribir y por eso Gimferrer lo declaraba el raro supremo.
-Vayamos con Borges: no estás de acuerdo con su división entre libros que nacen de la vida y libros que nacen de otros libros. ¿Quiere decir eso que hay libros que nacen a la vez de la vida y de otros libros? ¿Podrías poner un ejemplo?
Libros no, autores. Él los dividía en aquellos cuya fuente primordial era la vida y aquellos cuya fuente era la propia literatura (como era su caso). Me parece una división inexacta e injusta. Supone que Jack London escribió lo que escribió porque vivió lo que vivió, fue a veladas de boxeo, se embarcó, buscó oro: pero es que hay millones de seres que hicieron lo mismo que él y sólo él escribió los cuentos por los que hoy lo recordamos, y los escribió porque había leído cuentos que le hicieron querer ser escritor, exactamente igual que Borges o que otros autores cuya fuente primordial, según Borges, es la literatura. Todos los libros nacen de otros libros (por eso es fácil detectar cuando uno da clases quien escribe sin haber leído antes y quien escribe porque ha leído). Por supuesto que la vida pone sustancia en todo, si no fuera así la literatura se estaría saliendo de la vida, lo que va contra la lógica porque pertenece a ella como una provincia más. Entonces según esto no hay ningún libro que pueda suspenderse a sí mismo fuera de la vida -ni del que lo escribe ni de la del que lo lee- y por lo tanto la división de Borges es una catalogación fallida. Por supuesto que en unos autores es más visible el peso de las lecturas que en otros, pero no creo que haya uno solo que sin lecturas pudiera componer nada que valiera la pena. Se da la paradoja maravillosa de que las voces muy personales se logran por mezcla de voces distintas que nunca antes se habían mezclado, y dado que la libertad es absoluta pasada la adolescencia -época en la que uno suele confundir la literatura con algún autor-, cualquiera puede escoger su árbol genealógico, decidir que sus abuelos fueron Walt Whitman y Emily Dickinson, que sus padres fueron Auden y Lorca, que su tatarabuelo fue Hölderlin y de todo ese cúmulo de lecturas se va destilando una voz que naturalmente se alimenta para derramarse de las experiencias o fantasías o perplejidades que le depare la existencia.
-Y, por cierto, ¿sabías que Borges detestaba la fotografía?
¿Por aquello de que “los espejos y la cópula son abominables porque nos multiplican”? Para detestarla, es autor de un bonito libro con fotografías: Atlas. Y en su Evaristo Carriego pidió la colaboración de Horacio Coppola, que injertó en su texto unas cuantas fotos suburbiales.
-Escribir, para los sumerios, era sembrar, y leer, recoger el fruto de la siembra. Pero, ¿no hay demasiada siembra, y, sobre todo, demasiado fruto… podrido?
Hay demasiado de todo. Entre en Netflix o en Prime Video y mire la cantidad de películas y series que puede ver. La abundancia no tiene por qué ser mala per se: si vas a una confitería no entras pensando en que te tienes que comer todos los pasteles. Es mucho peor la escasez.
-«El Ser es único, el estar mudable», dices en el capítulo dedicado a la ciudad. Tú, que has vivido (estado) en muchos sitios, pero eres de Jerez, aunque en Jerez has vivido (estado) menos tiempo que en otros sitios, ¿no crees que es darle demasiada importancia al Ser de… que al Estar en…? O, dicho de otra manera, ¿para qué queremos ser, si toda nuestra vida es un perpetuo estar?
Es uno de los milagros del español: esa distinción entre ser y estar. Por no ir muy a las profundidades ni parar en Heráclito, digamos que lo que somos nos viene dado sin intervención de la voluntad (soy andaluz, voy a ser sexagenario, soy canoso) así que la disputa no es entre ser y estar sino entre ser y sentir -toda la disputa de los estudios de género descansa en ese combate-. Se es -palíndromo- porque no hay más remedio, no es que uno quiera o no quiera, los más avanzados estudios neurológicos están ofreciendo además pruebas de que ni siquiera es demostrable que hay albedrío y que hasta nuestras decisiones más íntimas están dictadas por la química
-De la misma manera que dices que tu ciudad ideal es la compuesta por partes excepcionales de otras ciudades, ¿podría decirse que tu libro ideal sería el compuesto por partes excepcionales de otros muchos libros?
Claro, sí, seguramente. De hecho mi libro ideal sería una revista en la que cupiera un ensayo de Gay Talese, unos poemas de Calímaco y Wislawa Szymborska, unas reseñas de Borges, las mejores jugadas de Nabokov, alguno de los casos clínicos de Freud, un capítulo de la Historia Secreta de Procopio, unos fragmentos de La Emboscadura de Jünger, etcétera. Estaría bien ser millonario y publicar una revista literaria así.
-El primer poeta que cantó a la ciudad fue Baudelaire, pero Baudelaire solo cantó a una ciudad, París. ¿Tienes algo en contra de los poetas que cantan al campo?
Nada. Hablo de Baudelaire en un texto sobre la ciudad que preparé para la Escuela de Arquitectura de una universidad de Santiago de Chile en un ciclo donde antes que yo intervino Martin Amis y después JM Coetzee. ¿Si hubiera preparado una intervención sobre la televisión me preguntarías si tengo algo contra la radio?
-Hay quienes piensan que escribes mucho mejor en corto que en largo, o sea, que eres mejor poeta, mejor cuentista, mejor periodista o mejor “apuntista” que novelista. ¿En qué crees que se equivocan quienes piensan así?
En que mis novelas también están escritas en corto. De todas maneras me da un poco igual. Reconozco que mis primeras novelas las escribí por dinero y las últimas porque me apetecía.
-Decía Josep Pla que leer novelas después de los 40 años era cosa de cretinos. En tu libro abundan más las reflexiones sobre libros de ensayos, fotolibros, poesía, crítica literaria, filosofía, que sobre novelas. ¿Quiere decir eso que las novelas te interesan cada vez menos?
Es verdad que leo pocas novelas si comparo con las que leía hace veinte o treinta años. Pero sigo leyéndolas con placer; acabo de terminar Count Belissarius de Robert Graves. La frase de Pla se puede tomar por el lado positivo si le das la vuelta: leer novelas después de los 40 años logra que mientras las lees tengas menos de 40 años.
-Del Juan Bonilla de Veinticinco años de éxitos al Juan Bonilla de ahora, ¿qué ha cambiado literariamente? Y lo mismo te pregunto respecto a tu percepción de la literatura en general.
Me cuesta muchísimo más escribir. En cuanto a la literatura en general, tengo una concepción antigua de la literatura y por lo tanto considero que literatura es todo cuanto se comunica mediante escritura (no entiendo por ejemplo que cuando se barajan nombres para los grandes premios literarios de nuestro país nunca aparezcan historiadores, biógrafos, eruditos, periodistas, filósofos, ni entiendo que en las Historias de la Literatura Contemporánea apenas se haga sitio a ramas de la Literatura como la Historia, el Periodismo, la Erudición o la Filosofía).