Horacio Otheguy Riveira.

Bajo el título de Juan Ramón Jiménez y las drogas, Jonás Sánchez Pedrero ha tratado de condensar más de quince años de indagación sobre la obra del poeta de Moguer (Huelva), recogiendo aquellos pasajes que tuvieran que ver con los distintos tratamientos médicos que recibió a lo largo de su vida que pudieran aportar algo de luz sobre su manida «enfermedad» sin nombre.

Juan Ramón Jiménez fue un hombre nacido para la poesía, de una hipersensibilidad consustancial, extraordinaria, que recibió a lo largo de su vida innumerables terapias, algunas de ellas con innegables (por inevitables) repercusiones sobre su salud y también sobre su obra, en una relación no estudiada con la profundidad con que ahora se enfoca.

Total de 160 páginas Rústica 13.5 x 21 x 1.1 cm · 200 g PVP: 17.50 €. El desvelo ediciones.

 

Es este un ensayo que saca a la luz una faceta a veces ocultada del célebre poeta. Su autor propone que las décadas de tratamientos médicos y la adicción al opio a la que se sometió Juan Ramón Jiménez influyeron directamente en su sensibilidad artística y en algunos de los rasgos más característicos de su obra.

Lejos de la imagen tópica del poeta ensimismado en su torre de marfil, JRJ habría librado una batalla constante contra lo que él mismo llamó su “enfermedad sin nombre”, un padecimiento ligado al uso prolongado de medicamentos y, en especial, al síndrome de abstinencia de opiáceos.

La obra de Sánchez Pedrero documenta cómo esta dependencia química no solo afectó a su salud física y emocional, sino que se filtró en su poesía con una fuerza sutil pero persistente.

 

Enfermedad sin nombre,

que sólo yo conozco,

me come el alma triste hasta la vida,

y me reclama el sueño.

 

A pesar de declararse abiertamente contrario al alcohol, al tabaco y otras sustancias que asociaba con el placer mundano, Juan Ramón Jiménez pasó buena parte de su vida bajo tratamientos médicos que incluían drogas mucho más potentes. Sedantes, bromuros, éter y derivados del opio (como el láudano) formaron parte de la rutina del poeta durante décadas.

Sin embargo, hasta ahora el vínculo con su obra no había sido mencionado. Tras más de quince años rastreando archivos, diarios y correspondencia, Sánchez Pedrero traza un mapa clínico y poético del Nobel onubense, donde la historia de sus tratamientos médicos se entrelaza con pasajes de su obra, revelando cómo su escritura se vio atravesada por el alivio efímero de los fármacos y el desgarro silencioso de la abstinencia.

Hay dos figuras clave en la vida de Juan Ramón Jiménez, Moguer y Zenobia. A través de las cartas de su mujer, conocemos con precisión los altibajos físicos y emocionales que marcaron la vida del poeta.

Zenobia Camprubí, en su diario y correspondencia, dejó constancia de los tratamientos que recibió su marido, de su fragilidad constante y de la convivencia con múltiples dolencias simultáneas: Juan Ramón no se encuentra bien, tiene frío, fiebre, está depresivo, irritable o tiene colitis. A veces todo al mismo tiempo.

Más de 40 médicos y más de 30 fármacos distintos aparecen en la obra como prueba tangible del calvario clínico que atravesó el poeta durante décadas, con su mujer como testigo incansable y guardiana de su fragilidad.

El retrato que se lleva a cabo en esta valiosa obra no pretende desmitificar al poeta, sino mostrar una faceta menos conocida de su vida. El libro de Sánchez Pedrero ayuda a entender mejor al autor de «Platero y yo», acercándonos a su día a día, sus dolencias y el impacto que tuvieron en su escritura.

Una mirada distinta que permite descubrir cómo la poesía también puede ser una forma de transformar el sufrimiento en belleza.

 

Primeras páginas…

LA ENFERMEDAD SIN NOMBRE Y
EL INNOMBRABLE REMEDIO

La condición de enfermo hipersensible de Juan Ramón Jiménez ha despertado curiosidad en muchos investigadores sin llegar a ser tenida en cuenta en lo que de verdad importa, la relación con su obra. Así lo señalan Mercedes Juliá y María Ángeles Sanz Manzano que a «la enfermedad del escritor (…) no se le ha prestado la atención debida al evaluar su obra», aventurando incluso un
diagnóstico de trastorno bipolar, desconocido en aquellos años. Por su parte, el psicólogo Javier Andrés García Castro concluye que el poeta padeció un trastorno mental compatible con la depresión melancólica. Incluso el escritor Antonio Orejudo lo retrató burlonamente como un maniático del orden y el silencio en la novela Fabulosas narraciones por historias.
Fuera lo que fuese que padeciera el poeta, el mapa de la enfermedad mental, a diferencia de lo que ocurre con enfermedades físicas o víricas, no tiene ni mucho menos una correspondencia exacta, y a menudo las dolencias del alma encuentran un acomodo problemático en el listado de trastornos que las autoridades psiquiátricas han ido ampliando con los años. Lo que sí sabemos es que la hipocondría de Juan Ramón le llevó a frecuentar a numerosos doctores y muchos de ellos lo catalogaron como neurasténico, un término hoy en desuso que servía para nombrar el agotamiento del sistema nervioso. Sobre lo que no hay duda es que Juan Ramón luchó toda la vida contra una «enfermedad sin nombre», que si no tenía fundamento real acabó por tenerlo, tal y como los fantasmas existen si creemos en ellos.
Qué misterio angustiante una enfermedad sin nombre, para él, que invocaba a la intelijencia para que le diera el nombre exacto de las cosas.

En este libro, Jonás Sánchez Pedrero aborda el asunto en sentido inverso y por un camino menos incierto: en lugar de indagar acerca de la enfermedad se centra en los fármacos que el poeta tomó para remediar sus malestares.
Los fármacos, con sus efectos principales y sus no menos determinantes efectos secundarios, y el rastro que han dejado tanto en su vida como en su obra. Entre estos fármacos sobresalen dos: el láudano y los «papelillos » de Vivas Pérez. La tintura de opio cubre el amplio espectro de las dolencias de Juan Ramón: la depresión, la irritación, la colitis y el catarro; y los papelillos de Vivas
Pérez ayudan a contener la diarrea, que suele provocar la abstinencia opiácea.
Desde temprana edad el poeta se familiarizó con el láudano. En el comienzo de su noviazgo con Zenobia Camprubí, ésta se muestra preocupada por el uso que hace del opio para combatir el insomnio. Jonás Sánchez Pedrero apunta la posibilidad de que la enfermedad no fuera más que fruto de las medicaciones y contramedicaciones que unos y otros médicos le recetaban para calmar
su hipocondría y su estado de nervios. Los efectos secundarios darios y los principales se van solapando en resacas medicamentosas que trastornan el ánimo del poeta, sumiéndolo en estados depresivos entreverados por momentos de euforia.
Otra de las conclusiones que se desprenden del estudio pormenorizado de la botica juanramoniana es la posibilidad más que probable de que el autor de Platero y yo hubiera desarrollado un hábito al opio, pero mal llevado. De ser así no serían pocas las páginas alumbradas bajo el estímulo de la Papaver somniferum, esa euforia tranquila y vegetal que proporciona su alcaloide. […]

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Jonás Sánchez Pedrero (Rivas-Vaciamadrid, 1979) ha cursado estudios de Documentación y es Diplomado en Biblioteconomía por la Universidad Complutense de Madrid. Es colaborador habitual de distintos periódicos y revistas como Cáñamo o Ulises. Ha recibido premios literarios y publicado los libros de poesía “Bulto” , “Pezón” y “Alfaveto“. Desde 2007 mantiene una despensa literaria titulada Blog Clausurado.