Horacio Otheguy Riveira.

Cruce de historias que ocurren en Portugal, con La muerte de Carlos Gardel sirviendo de marco psicológico y social de un grupo de gente al borde de la locura, entre andanadas de crisis diversas que permiten sostener que el cantante no murió en un accidente de avión… Pero es un tema subalterno, que además aparece en fogonazos en la última parte de la novela, una obra con capítulos titulados con exitosas obras del genial cantante y compositor: Por una cabeza, Milonga sentimental, Lejana tierra mía, El día que me quieras… Títulos tan solo en el intensivo recorrido de personajes que dialogan y piensan dentro de una narración con amplio espectro poético.

Una Lisboa pintoresca y romántica para los turistas, pero marginal y decadente para el racimo de personajes, ciudad agónica que les acoge a todos, hijos de una visión poliédrica de la sociedad, en un despojamiento íntimo que circula entre la ironía y el horror.

Una narración singular en la que se yuxtaponen tiempos, presente y pasados revertidos de vanos recuerdos, diálogos y monólogos en busca de una existencia que se les escapa como agua entre los dedos…

… la lluvia, el ruido de muelle que mis padres hacían por la noche siempre que yo pretendía acosarme, llorando, en la cama de ellos, distinguía formas blanquecinas arriba y abajo

—Sal de aquí, Cristiana

y yo descalza en la oscuridad

—Dejadme dormir con vosotros, tengo miedo

los muelles volvían a empezar, acelerados, y mi madre, estrangulada en las tinieblas en las que manos de mujer salaban agallas y el gasóleo se expandía en una mancha de pez

—Espera un momentito, Gonçalo, quédate quieto que está la niña

la sentía levantarse, buscar la ropa, buscar las chinelas, sentía a mi padre bufando y protestando en el colchón, mi padre que hasta a Póvoa llevaba el estuche de las monedas, mi padre con un gemido infantil

—Teresiña

y mi madre cogiéndome en brazos y yo

—Dejadme dormir con vosotros, tengo miedo

y a la noche siguiente nuevamente los muelles, nuevamente la lucha, nuevamente yo llorando y corriendo hacia ellos, y mi madre, intrigada

—Esto no es normal, a ver si ha enfermado de los nervios, en cuanto lleguemos a Lisboa llevamos a la niña al médico

y el médico

—Está muy bien

en un gabinete lleno de frascos y de brillos y por la mañana mi padre me entregaba dinero delante de una taza de malta

—Compra caramelos y aprovecha para dar una vuelta por el pueblo, Cristiana… [Las cursivas del original]

La novela es la saga de una familia portuguesa de clase media: la historia abarca cuatro generaciones. Lobo Antunes cuenta la historia de una manera fragmentada, con una aparente incoherencia o dificultad formal, que refleja la falta de fluidez y armonía del mundo interior de sus personajes.

El entretejido de las frases -que intercalan diferentes tiempos y escenarios- resulta extraño y oscuro al principio de la lectura; el relato se desliza dando saltos hacia atrás, y al mismo tiempo reitera elementos que giran sobre sí mismos de manera obsesiva. Poco a poco el lector sintoniza con la propuesta y se familiariza con los cambios de ritmo, pues los recursos son propios de un discurrir emocional que se acaba compartiendo.

Fallecido en 1935 a la edad de 44 años, en la cima de una carrera espectacular, sirve aquí de fantasma en las antípodas de la miseria de mucha gente de a pie.

[…] me siento en la sala frente a las farolas de Montijo, a las farolas de Seixal, me acuerdo de cuando tuve el accidente, me aplasté el pecho en el volante, no lograba respirar y me internaron en el Hospital de la Misericordia, y de las madrigadas con la cama arrimada a la cama de una vieja que gemía a gritos, y después de que se calló y se la llevaron continué oyendo su voz pidiéndome lo que no podía darle, ordenándome lo que yo no podía obedecer, narrándome, como el mar, lo que yo no podía entender.

La oía en Montijo como ahora la oigo en el silencio de Álvaro, desinteresado de los libros, desinteresado del periódico, desinteresado de los discos de Carlos Gardel

(—¿Quieres que te ponga el tango que te gusta, mi vida?)

… y entonces soy yo la que pulsa el botón la que enciende el puntito verde, la que regula el sonido, la que busca la brillantina y la sonrisa de Carlos Gardel entre las sonrisas de las carátulas, la que lo pone en el plato, la que posa la aguja en el surco, la que regresa al sofá con el primer compás de guitarras, la que mueve el pie al ritmo de la música, la que le dice con una expresión de orgullo, como si fuese yo la que cantase

—Escucha

la que busca en él una expresión idéntica a la mía, qué que vendrá, que tengo la certeza de que vendrá, mañana, pasado mañana, la semana, el mes que viene, el próximo otoño, este mismo año, el año próximo, dentro de diez años, no importa, porque según volví a decirle anoche, a pesar de los muertos y de la edad y de las heridas del tiempo, mientras haya un bandoneón y un piano y un violín y Carlos Gardel en el tocadiscos cantando una milonga para nosotros, lo tenemos todo, lo que se dice todo, para volver a empezar la vida desde el principio y ser felices. […]

 

António Lobo Antunes (Lisboa. 1942)