Andrés G. Muglia.

Que es perentorio, urgente, leerlo. Tendríamos que concluir aquí, para que usted, que ya desconfiadamente me está por dar la espalda, deje de hacer esto y vaya de una vez a leer “La promesa del alba”, pero intentaremos primero hacer una breve declaración de por qué tendría que hacerlo.

Primero: está bien escrito. El estilo de Gary es adictivo. No me ha ocurrido eso desde que hace muchos años descubrí a Bukowski. Simplemente no se puede soltar, o es él el que no nos suelta. El texto que se desarrolla ante nosotros fluye inteligente, lleno de humor e ironía, pero también de poesía, de reflexiones en torno a la condición humana, a la historia, al éxito o al fracaso, a los lazos familiares, al amor, la guerra y otras tantas cosas que Gary mete en “La promesa del alba”. No obstante, tan variados elementos, que se despliegan en largas digresiones y fragmentos que van colgados de la trama principal sin distraer el hilo de lo narrado, no llegan nunca a aburrir o a que pensemos: “¿Por qué me tengo que desviar de la biografía pura y dura con tan variados y pormenorizados pensamientos? ¡Déjenme a solas con su historia señor Gary y no me distraiga!”. Pero no es así. Ni una sola vez se me cruzó por la cabeza que ninguna de las ramas por las que el autor deriva hacia rumbos metafísicos o no tanto, esté de más recorrerla.

Y no es porque la biografía de Gary no sea interesante, lo es, y mucho. Nacido ruso, hijo de una madre soltera que es la verdadera protagonista de la autobiografía, Gary tuvo una infancia absolutamente fascinante. Su trajín por media Europa, llevado por este torbellino que era su madre, ex actriz de teatro y cuyo único objetivo en la vida era hacer de Gary un hombre exitoso, nos deja un poco incrédulos. ¿Es posible que haya existido alguien así? ¿Y que ese alguien, mientras estafaba clientas en una aldea de Polonia haciéndoles creer que representaba a un gran modisto francés, o vendía joyas ajenas en Niza (en compañía de un ¿auténtico? Duque) diciendo que eran la herencia de su familia aristocrática fugada de Rusia tras la revolución, o montaba un restaurante sin ningún conocimiento de cocina; ese alguien, su madre, fuera capaz de darle una educación esmerada para que fuera un auténtico francés, oficial de caballería y embajador? Sí, es posible. Toda la vida de Gary fue su esfuerzo por entrar en el molde que tan laboriosamente y en base a tantos sacrificios su madre había imaginado para él.

A medida que fue creciendo su vida se convirtió en sucesivos ensayos para lograr el éxito que su madre no había conseguido, una especie de tributo a ella, de premio diferido. El autor incluso reflexiona acerca de lo edípico de su relación y de la huella del amor de su madre en sus amores futuros, pero no reniega de lo que lo convirtió en lo que fue. Escritor, sí, pero también oficial de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, y, como no podía faltar, diplomático y cónsul francés en Bolivia o EE.UU.

Mediando la narración el libro cambia de tono. De intimista y humorístico, además de reflexivo, se transforma en una crónica de lo sucedido al ejército francés tras la invasión relámpago de las tropas alemanas y la posterior implantación del gobierno títere de Vichi. Gary es entonces la voz de los franceses (él que lo era por adopción) que se niegan a someterse y buscan la forma de seguir esa otra voz del General De Gaulle que clamaba libertad desde el otro lado del Canal de la Mancha. Comienza así su derrotero desde el sur de Francia hacia África, donde permanece la mayoría de la guerra en misiones sin sentido o casi muriendo de tifus. Pero sostenido, apuntalado, estimulado, por las siempre puntuales cartas de su madre que, desde Niza, le hablaba como cuando era un niño, acerca de la fábula sin límites de un país que merecía todos los sacrificios, la Francia que ella había imaginado para él.

La relación conmovedora del autor con esta madre absolutamente empoderada en un tiempo de mujeres postergadas, sus esfuerzos por dar la taya de los sueños de esta mujer asfixiante y adorable a la vez, sus primeros amores, su relato tan lúcido de la guerra y toda su absurda maquinaria de muerte, su papel en esa guerra y su posterior epílogo diplomático y sobre todo, una inesperada perla que el autor guarda para el final de su narración; todo hace de “La promesa del alba” un libro hermoso y estimulante, de los que uno recomienda con ese énfasis fanático que produce algo de rechazo, pero que bien se merecen todas las grandes obras.