El pasado viernes, hablando con un buen amigo mío, me preguntó el motivo por el que ya no publicaba en Tierra de paso si mis artículos tenían un montón de lecturas. Respondí con evasivas, acusando, en primer lugar, al tiempo, y en segundo y tercero, también al tiempo. Mi amigo me respondió con ese gesto que solo los escritores de primer nivel dominan y que viene a decir un «deberías invertirlo ahí», así que aquí estoy, reviviendo, por enésima vez, un cadáver que se resiste a descansar en paz.
Llevo una temporada dándole vueltas a asuntos banales como la promoción editorial, la estructura argumental y las motivaciones de los personajes. Mucho se ha escrito ya sobre este tema y no seré yo quien halle la Piedra Filosofal (creo que J.K. Rowling me lleva unos años de ventaja). Sin embargo, ahí están, asomándose con sus verdes manitas de trasgo a las anillas de nuestros manuscritos, husmeando entre las páginas, señalando lo que falta en nuestra consciencia con húmedas marcas de lengua. Y solemos hacer caso omiso.
En una de tantas divagaciones, caí en que cuando escribo, con independencia del género y/o ambientación, siempre escojo como protagonistas a personajes incapaces de manejar su destino. Es algo que en cierta medida nos ocurre a todos. Creemos tener bajo control nuestra pequeña porción del mundo hasta que una terrible enfermedad abate a un ser querido, una guerra trunca la economía o un extraño llega al pueblo y lo pone patas arriba. Mis héroes acostumbran a conducir una vida plácida, sin demasiados sobresaltos, cómodos en sus miserias, hasta que un agente externo los obliga a reaccionar. En cierta medida siguen la fórmula. No son de esos tan interesantes que por decisión propia se embarcan en un viaje a través de los problemas, que desafían la palabra Destino y regresan al hogar con el cadáver de un dios sobre los hombros. Son de los normalitos.
Puede parecer un ejercicio de autopromoción. En absoluto. Solo utilizo a un sujeto de pruebas con el que comparto cierta familiaridad para emprender mi estudio.
La predilección por estos protagonistas refleja, en cierta manera, las vivencias personales o el modo en el que veo el mundo. Nacido chico de pueblo, analizo las condiciones que me han llevado a ganarme la vida poniendo ambas mejillas en el centro de Madrid. El momento en el que di un paso al frente para salir de la zona de confort. Y, a pesar de que no es tan simple como suele serlo en las obras de ficción, los factores desencadenantes se fueron alineando progresivamente hasta que un detonante se valió del combustible que ya acumulaba en el pecho para encender su chispa. Algo tan sencillo como una oferta de trabajo temporal, con gastos cubiertos, una vez finalizada la carrera, impulsó el anhelo aventurero que se despierta en muchos jóvenes después de una larga etapa de tranquilidad. A veces puede ser el cabo al que agarrarse para salir de las arenas movedizas que dejan las tragedias sentimentales. Otras, el elixir contra la no-muerte de la rutina. Los detalles no importan. La llamada a la aventura estaba ahí.
Días después, con la decisión tomada, me encontré solo ante el peligro, como Bilbo Bolsón cuando decide acompañar a Gandalf y a la compañía de enanos a recuperar Erebor. De golpe y porrazo me encontraba lejos de la mayoría de amigos cercanos y familiares, en una ciudad monstruosa deseosa de devorarlo a uno. Rodeado de conocidos con los que estrechar lazos. Asustado, expectante, intrépido. Bebiendo de ese extraño cóctel que humedece los labios en la juventud.
Una vez que se toman ciertas decisiones, la única salida es continuar. Habrá tropiezos, momentos de desesperación y angustia, edificios que se desmoronan. Y habrá sorpresas, descubrimientos. Trofeos de radiante oro donde nadie más supo mirar.
Volviendo al familiar sujeto de pruebas con el que realizar mi estudio, veo en esos héroes un reflejo de aquel yo del ayer, el que anhelaba un cambio pero que, en vez de tomar la decisión de hacer las maletas, esperó a que la vida le pusiera el ticket en las narices. El pirata que encalla en un planeta perdido en las profundidades de la galaxia, el anciano que comienza a recibir correspondencia de un escritor psicopático, el padre de familia que pierde su trabajo por ajustar cuentas con los acosadores de su hija, los empleados y turistas de Cabárceno que tienen que luchar por su supervivencia como resultado de encontrarse en el lugar y en el momento inadecuados. Son personas que responden al pulso existencial, no siempre saliendo bien paradas.
Como nos ocurre a todos.